¿Es usted rencoroso? El mundo avanza por el rencor acumulado de las mujeres engañadas, dijo una vez en una comida de trabajo una amiga, cuyo nombre no desvelaré, dejando turulatos a sus compañeros de mesa que le atribuían, con razón, un feminismo sin fisuras y sin pizca de acidez o de autocrítica despiadada. Es una boutade, claro está, porque si la legión de mujeres que se sintieron estafadas hubieran montado una (¿séptima, octava?) Internacional la Guerra Fría hubiera quedado en el episodio más blanco de Verano Azul. Ahí lo dejo.
De entre todos los rencores que acumulo, y tómenlo como un regalo de Navidad a lo Qué bello es Vivir, el más lacerante es el préstamo, derivado en catastrófica pérdida, que mi hermana hizo a una amiga de toda la colección de Celia que habíamos heredado de mi madre y a la que arrimamos alguna edición nueva, idéntica en aquellos años a las primigenias, hasta llegar a la que creímos última de la saga, Celia Madrecita.
Monumento dedicado a Elena Fortún en el parque Rosales de Madrid
Y es curioso porque el franquismo no ocultó a la Fortún, o al menos no lo hizo del todo. En el parque de Rosales, en Madrid, había y hay un pequeño busto en su recuerdo que yo miraba embelesada a la salida del colegio porque quería ser como ella (y como la Pardo Bazán) y porque en los sueños de Celia, la niña indómita soñadora y sin embargo buena, muy buena, nos reconocimos una generación que no sabíamos que las mujeres habían sido de otra manera en ese país gris al que habíamos nacido, donde hasta los protestantes ( la reina Isabel de Inglaterra, un poner) eran poco más que demonios y gentes desviadas.
Gracias a la escrupulosa tarea de investigadoras como Nuria Capdevila y el compromiso de la Editorial Renacimiento muchísimos años después hemos descubierto obras de la Fortún que nos habían sido vedadas: Celia en la Revolución o, sobre todo, Celia Institutriz en América, libros que nunca llegaron a publicarse en la España de Franco. Aparte queda esa novela autobiográfica que es Oscuro Sendero y en la que en carne ajena de la protagonista, Luisa Arroyo, la escritora afronta su homosexualidad confirmada en testimonios de mujeres a las que amó como Matilde Ras, amiga hasta su muerte. Un oscuro sendero donde el matrimonio aparece como inevitable corsé y garantía de respetabilidad para mujeres libres fueran o no lesbianas.
Y sin embargo aunque esta novela póstuma sea tan importante para conocer mejor a la Elena Fortún republicana y exiliada he de reconocer, y la recomiendo vivamente, que es con la lectura de Celia Institutriz en América cuando sus eternas lectoras creemos conocer la verdad de su vida, su verdad de mujer, y la compartimos con profunda tristeza. El libro está magníficamente escrito y narra las peripecias de una Celia joven, adulta y casi madurada a golpes de realidad, que ha de buscarse la vida en un país desconocido, tantas veces hostil, y en el terreno inédito para ella de trabajar por cuenta ajena.
Y sin embargo aunque esta novela póstuma sea tan importante para conocer mejor a la Elena Fortún
Quien hablaba del “negrito Maimón” o de la “fiel Valeriana” habrá de ponerse el uniforme de aquellos destinados a entrar siempre en las buenas casas por la escalera de servicio. En esta novela Fortún, aun fiel a la saga que la había consagrado, experimenta una literatura de viajes deslumbrante, prolija, más cerca de Orwell que de Kipling.
El fin de la mujer moderna dice la indispensable Nuria Capdevila que supone la aventura de esa Celia americana. Ciertamente sentimos y sabemos al leer este libro que a su autora, y con ella a las demás Mujeres Sin Sombrero, les raparon el pelo, les bajaron la cerviz y hasta quisieron cortarles la cabeza y borrarlas del mapa. En algunos casos sin ninguna compasiva metáfora.