Cabe a Dante Alighieri (Florencia, 1265- Rávena, 1311) el honor de haber dado carta de naturaleza a la lengua italiana través de su creación literaria en el dialecto local toscano, que luego adquiriría la condición de común a la península itálica. Ello lo consiguió con las obras que compuso en el idioma vernáculo: Convivio, Vita Nuova y, sobre todo y en grado superlativo, Commedia. Eran libros que dejaban de lado el latín severo de los tratados que él mismo redactó (De vulgare eloquentia, De monarchia), para adquirir las alas de la poesía en defensa de la lengua vulgar. Pero sobre ese honor se alza el de haber creado el vasto edificio endecasílabo --Inferno, Purgatorio y Paradiso-- de la Commedia a la que Boccaccio adhirió el epíteto de Divina.
Son más de tres decenas las traducciones de la Comedia al español. Alguna fue saludada como un admirable tour de force: el poeta Ángel Crespo la vertió respetando la estructura de tercetos encadenados, es decir, con rima. Es una solución que deslumbra a ratos más que convence, pues, si aisladamente o en cortas tiradas roza la perfección en el equilibrio de fondo y forma, en seguida se deshace la ilusión por alguna palabra extravagante, empleada por mor de la dichosa rima. Otro poeta, José María Micó, acaba de publicar en la editorial Acantilado el fruto de su esfuerzo de cuatro años. La factura del volumen, desde el papel a la caja (el acomodo del texto en la página), es admirable. No le va a la zaga el contenido.
Micó obtuvo el 2006 el Premio Nacional de Traducción por su puesta en español de Orlando furioso, de Ariosto (casi el triple de versos que la Comedia). Él mismo es poeta, ganador del Premio Hiperión y el Generación del 27. Que además sea catedrático lo hará más docto, pero la solvencia poética la tiene acreditada. En su nota a la traducción declara que por el carácter reputado de traidores los traductores podrían penar en el último círculo del infierno, por estropear las obras que han mejorado sus vidas. Pero añade: “Sin embargo, pienso que los traductores son, somos, como las almas perdidas en el limbo (Inf., IV, 40-42), melancólicamente suspendidos entre el deseo de alcanzar la perfección de la obra original y la conciencia de que nunca la alcanzaremos”.
Micó obtuvo el 2006 el
Su decisión ha sido traducir en endecasílabos blancos (quiere decirse con ritmo pero no rimados), que son un vehículo melódico y flexible para los poemas narrativos, como lo vieron y demostraron en Inglaterra Christopher y John Milton en Tamerlán y Paraíso perdido. Cuánto mejor es esa solución que la traducción en prosa, por ejemplo la de Ángel Chiclana en Austral.
Pueden compararse los primeros versos de la Comedia toda, donde principia el Infierno, y ver cómo cada traductor en verso suena de manera diferente, con peculiares matices. Ángel Crespo (Seix Barral y otras ediciones) comienza bien, pero luego por rimar, que es una forma de buscar la armonía, disuena al escoger una chocante palabra, “pavura”, que tiene un sabor arcaizante del que carece la paura italiano: “A mitad del camino de la vida / yo me encontraba en una selva oscura, / con la senda derecha ya perdida. / ¡Ah, pues decir cuál era es cosa dura / esta selva salvaje, áspera y fuerte / que en el pensar renueva la pavura!”
Por su parte, Abilio Echeverría (Alianza), que también trenza tercetos, teje: “En mitad del camino de la vida / me hallé en el medio de una selva oscura / después de dar mi senda por perdida. / ¡Ay, cuánto el descubrir es cosa dura / esta selva salvaje, áspera y fuerte / que en el alma renueva la amargura!” Salva el escollo, pero emplea el “pavura” cuarenta y tantos versos más allá.
Luis Martínez de Merlo (Cátedra), que vertió en endecasílabos blancos, suena más natural al lector de hoy: “A mitad del camino de la vida, / en una selva oscura me encontraba / porque mi ruta había extraviado. / ¡Cuán dura cosa es decir cuál era / esta salvaje selva, áspera y fuerte / que me vuelve el temor al pensamiento!” En cuanto a Micó: “A mitad del camino de la vida, / me hallé perdido en una selva oscura / porque me extravié del buen camino. / Es tan difícil relatar cómo era / esta selva salvaje, áspera y ardua, / que al recordarlo vuelvo a sentir miedo”.
El original de Dante es: "Nel mezzo del camin di nostra vita / mi ritrovai per una selva oscura, / ché la diritta via era smarrita. / Ahí quanto a dir qual era è cosa dura / esta selva selvaggia e aspra e forte / che nel pensier rinova la paura!"
Micó ha decidido no incluir notas, pero sí una introducción, una cronología, una bibliografía y un completo índice onomástico, más diagramas que ayudan a no perderse entre tantos círculos y cielos. Sobre la importancia de Dante es muy oportuno lo que nos recuerda en la primera página: que su condición de clásico obedece precisamente a lo que innovó en su día. A los clásicos, dice, “no los define su representatividad y están ahí porque no se parecen a sus contemporáneos, porque transgreden las normas, superaron las teorías e hicieron algo que nadie más hizo”.
Borges aseveró en Nueve ensayos dantescos que “Enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible”, y que Beatriz, la diosa inspiradora de la Comedia, no pagó con la misma moneda de amor a Dante. No sé si a este le compensará la moneda de nuestra gratitud, que hay que hacer extensiva (su otra cara) a José María Micó, que lo ha traducido magistralmente.