Si los grandes hombres del siglo XX hubieran estado un poco más atentos lo habrían visto venir: la revolución feminista o, lo que es lo mismo, la irrupción de la igualdad en el catálogo básico de los derechos humanos y de la misma democracia. Pero no. Los asuntos de Estado requieren mucho tiempo para volver la vista y comprobar cómo algunas de las que, milagrosamente, les hacían la vida sencilla, comer, vivir, amar estaban remangándose hasta el codo no para abrillantar más el suelo sino para mandar el cubo y la aljofifa a hacer puñetas.
La misma Europa que era recorrida por una fantasma anunciado por Carlos Marx, que rompía la literatura con el bicho de Kafka, hacía explotar las cabezas con Freud o inventaba el espacio con Le Corbusier fue el escenario para contar de una mujer, Carmen de Burgos, que desde un pueblo de Almería se convirtió en una de las grandes cosmopolitas. Y feminista, claro está, que hay viajes que no tienen billete de vuelta.
Milagrosa resulta su ocultación porque, cierto que republicana y anticlerical, escribió tanto que silenciarla ha tenido mucho mérito. En breve se publicará (entre varias instituciones) una antología de textos periodísticos que ha precisado presentar en dos tomos los más de 300 artículos que la profesora Concepción Núñez Rey ha escogido sobre más de diez mil textos. Núñez, biógrafa de Carmen de Burgos, como Nuria Capdevila es de las investigadoras que sin ponerse el sombrero de Indiana Jones están haciendo un trabajo verdaderamente de arqueología aventurera.
Porque Colombine fue una muy prolífica escritora y una inagotable reportera y sobre todo una activista de los derechos de las mujeres, de palabra y de obra. Casada muy joven con el hijo de un editor, su malogrado matrimonio le sirvió para buscarse un oficio tras la ruptura y convertirse en la primera mujer con columna de opinión propia en toda España. Sufragista militante no pudo ver como sus conciudanas votaban por primera vez muy poco después de su muerte, una alegría intelectual y personal que la hubiera compensado de tantos peajes.
Uno de esos precios los pagó muy pronto porque además de un marido atrabiliario y holgazán vio morir a tres de sus cuatro hijos, una infelicidad suficiente para desalentar al más brioso de los humanos pero Carmen era toda fuerza de voluntad. Por su suegro, editor, comienza a trabajar corrigiendo textos primero y luego redactándolos ella pero, dada la delicada situación familiar, estudia Magisterio y logra por oposición una plaza en propiedad ya en Madrid.
Colombine se comporta como todo un hombre, sí, pero para mayor enjundia como el más extraordinario de los hombres. Viaja y viaja una barbaridad, por toda Europa de Norte a Sur, por América y África. Viajes que no son aventuras excéntricas de dama ociosa sino trabajo puro y duro, periodismo a pie de calle, a pie de guerra. Todo ello sin dejar de escribir literatura con una producción ingente que tocó todas las corrientes que convivían a principios del siglo XX desde el racionalismo al modernismo o al realismo. “Toda una vida deshojada en cuartillas “en su propias palabras.
Por mucho menos algunos han logrado pasar a los libros de texto o subirse a los pedestales de las plazas. Pero Carmen de Burgos era republicana, de izquierdas, de libérrima vida y mujer. Sobre todo mujer.