El teatro es la vida por dentro. Una mecánica de espejos, de símbolos, de gentes que canjean la palabra por un rato de ideas. Y, a veces, en Álex Rigola (Barcelona, 1969) está ese instinto que cabe en la escena y en el idioma. Ahora se ha puesto a entender a Henrik Ibsen en el siglo XXI para la compañía Pavón Teatro Kamikaze. Lo hace con Un enemigo del pueblo, que no necesita ningún repinte de actualidad porque la contiene toda. “El enemigo más peligroso de la razón y de la libertad de nuestra sociedad es el sufragio universal”, afirma como un profeta en llamas el actor Israel Elejalde, quien da contorno aquí al personaje del doctor Thomas Stockmann.
Ibsen provocó en 1883 un cataclismo social con el estreno de esta pieza teatral que sacaba a la luz cómo un pueblo se convierte en una jauría cuando la verdad amenaza su bienestar económico. En concreto, el director del balneario de un pueblo descubre la contaminación de sus aguas. Al principio, los poderes fácticos (el alcalde, el presidente de los comerciantes o el periodista) convienen en la necesidad de arreglarlo. Al fin y al cabo, las aguas termales son una pieza fundamental de la riqueza local. Sin embargo, por esa misma razón, y por el gasto y el tiempo que llevarían las reformas, deciden que es mejor hacer oídos sordos, iniciar la huida hacia delante y ocultar el problema.
En su propuesta, Rigola opta por instalar el clásico del autor noruego en un espacio distinto. De primeras, lo deja reducido a su andamiaje básico, llenándolo a la vez de energía y de desconcierto como si de eso se tratara, pues el teatro aspira a ser algo más que lo ya dicho. Luego, difumina las fronteras entre los actores y los personajes. “En mi opinión, sólo hay personas que se relacionan con el público. El cine y la televisión, en cuestión de realismo, nos han ganado la partida; pero el teatro tiene las de ganar porque nosotros estamos en contacto directo con el espectador y tenemos que aprovechar esa baza”, ha explicado, sobre la apuesta, el director catalán.
Israel Elejalde, en uno de los parlamentos del doctor Thomas Stockmann / VANESSA RÁBADE
Los cinco intérpretes (Irene Escolar, Francisco Reyes, Nao Albet y Óscar de la Fuente, además de Israel Elejalde) arrancan la obra a modo de asamblea con la participación directa del público. Con la cuarta pared dinamitada, plantean a los asistentes una votación sobre si existe o no la democracia, si la compañía teatral debería aceptar ayudas públicas pese a estar en contra de los ideales del partido político que las otorga o si pierde validez su ejercicio de crítica porque aceptan ese dinero de las subvenciones para sobrevivir… En una última pirueta con final marcado, los actores proponen poner fin de inmediato a la función como acto en favor de la libertad de expresión.
De esta forma, en esta aproximación a Un enemigo del pueblo, subtitulada Ágora, no se tiene claro dónde acaban los actores y dónde empiezan los personajes, fórmula que demostró su eficacia en la revisión de Tío Vania de Chéjov que Rigola puso el año pasado a rodar. “Pero aquí hay un cambio importante. Allí había una filosofía interna y aquí todo es político. Hablamos de autocensura, de libertad, del mundo de la política y su demagogia… Y hacemos partícipe al público”, explica el responsable del Teatre Lliure entre 2003 y 2011. Uno de los personajes cuestiona que una mayoría social, en la que hay “más imbéciles que gente que piensa”, acierte con su voto.
El público participa con sus opiniones y votos en esta versión del clásico de Ibsen a cargo de Álex Rigola / VANESSA RÁBADE
Además, en ese juego, la ficción y la realidad a veces se confunden. Así, la compañía Kamikaze logró el Premio Nacional de Teatro en 2017 --con una dotación económica de 30.000 euros-- cuando aún gobernaba el PP. Esta misma fuerza política, al frente de la Comunidad de Madrid, también le otorga una subvención anual para impulsar un proyecto escénico privado --el Teatro Pavón-- celebrado por el público y la crítica desde su puesta en marcha en 2016. Otro tanto sucede con Álex Rigola: el director barcelonés abandonó su labor como máximo responsable de los Teatros del Canal de Madrid por la “violencia ejercida contra los ciudadanos” en el referéndum ilegal del 1-O.
Por esta senda, esta versión libérrima de Un enemigo del pueblo es una llamada a despertar conciencias. “Parece que mientras no nos toquen a nosotros personalmente, no nos movemos. Creo que, entre todos, nos vamos a cargar nuestro modo de vida. Hay una capacidad inmensa para aceptar hechos con los que no estamos de acuerdo”, ha explicado Rigola, convencido de que eso es también el teatro: no esperar tan sólo a lo que sucede sino provocar que de algún modo a usted, en el patio de butacas, también le pase algo. Porque es una descolocación de las cosas hasta ponerlas todas en limpio, bien seguidas, bien convulsas, bien desconcertadas. Bien de verdad, de estupor y de asombro.