Rosa Ferré es la directora de Matadero, el centro de creación contemporánea promovido por el Ayuntamiento de Madrid. Llega desde el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), que dirigió durante cuatro años. Comenzó montando su propia galería de arquitectura y fotografía, creó un equipo de gestión cultural, asesoró a museos y festivales de literatura y comisarió exposiciones. Su muestra La Caballería Roja. Creación y poder en la Rusia soviética de 1917 a 1945 (2012) constituye uno de los referentes internacionales para el estudio de la cultura soviética. Cree en la interdisciplinareidad como base de la cultura y en la función expandida del artista y científico contemporáneos. Pero, ante todo, en el concepto intelectual que avala y está detrás de cualquier formato cultural. Sin él no hay representación posible.
–¿Cómo llega una filóloga a dirigir Matadero o una experta de literatura comparada a ser gestora cultural?
–Tenía un profesor de Literatura Comparada, Claudio Guillén, que decía que un comparatista es alguien que pregunta mucho a sus amigos y que tiene curiosidad. Dudé qué estudiar, entonces no había Humanidades, y me interesaban los Cultural Studies, pero no había nada parecido en España. Me interesaba mucho la Teoría de la Literatura y la Literatura Comparada. Pensé en hacer una tesis sobre la falsificación comparando lo literario con las artes plásticas.Me acuerdo mucho de Guillén, que decía: “uno tiene tres temas y al final siempre conectan”. En mi caso, uno es Rusia y otro las utopías. Las utopías políticas tienen un correlato con las estéticas. Soy una persona muy dispersa y me interesan muchas cosas, esa es mi desgracia y mi gracia. Me interesa conectar, casi por temperamento, con cosas excéntricas. Y la literatura ha estado siempre allí, siempre he intentado hacer un trabajo de conexión. Me interesa mucho la ficción como procedimiento, estoy ahora haciendo cosas en otros ámbitos con la ciencia ficción. Al final siempre estoy conectando cosas. Creo que es interesante llegar a las artes visuales o a las plásticas desde otros sitios.
Cuando alguien me pregunta qué puede estudiar, yo no aconsejo. Si quieres ser comisario y estudiar para ello es más interesante hacer filosofía o lo que te interese. La práctica me ha llevado a mis intereses y al revés, y he hecho una mezcla que me ha llevado a la gestión y al comisariado. Me parece que ser gestor está muy bien si lo que gestionas es muy interesante o si aportas contenido. Me resulta muy difícil trabajar sin tener en cuenta el contenido de lo que haces. La gestión es algo provisional y cada vez se gestiona más. Tiene más interés ser agente cultural, intelectual o pensador. Creo que hay que estudiar algo más específico. Lo de gestor me parece más una operación de marketing para los másteres, solo se aprende desde la práctica. Hay muy poco espacio y poca movilidad para entrar en un espacio cultural. Normalmente un trabajo te lleva a otro.
–¿Cuáles han sido los puntos de inflexión en su carrera profesional y cómo han configurado su faceta como gestora cultural?
–Yo empecé en una galería de arte, Urania, con una colega. Estaba dedicada a la arquitectura y fotografía, coincidió con la creación del MACBA, fue un momento muy bonito en la ciudad. Así me di cuenta de que era muy mala vendiendo obra, el concepto era ya anti comercial, pues quería vender arquitectura. Empezamos a trabajar mucho con instituciones y me di cuenta que me interesaba más hacer proyectos que tener un espacio de cara al público, e hice un equipo de gestión cultural que mantuve durante 13 años. Me dio la posibilidad de trabajar con instituciones pero desde fuera.
Era un momento que había muchas fundaciones de bancos que necesitaban un apoyo de gestión. Creé un equipo sólido y trabajé con muchas instituciones. Es importante haber trabajado con gente muy diferente a nivel nacional e internacional. Llevábamos colecciones de museos españoles fuera y traíamos colecciones aquí, asesorábamos festivales literarios. Esa variedad de ver cómo cada uno gestionaba de forma diferente me dio mucha riqueza y facilidad para entender las contingencias, perder la ingenuidad de un proyecto cultural y ver los contextos.
A la vez que tenía ese equipo, pude hacer comisariados propios. Empecé por casualidad a trabajar con Rusia. Me encargaron la gestión de una exposición de vanguardia, entré en contacto con los museos rusos y la cultura del país me fascinó. Acabé especializándome en los años de la cultura rusa que van desde la revolución hasta la muerte de Stalin. A más gente le ha pasado con Rusia lo que a mí. Es una cultura muy rica, extraña, muy maltratada y desconocida. Me di cuenta leyendo sobre la especulación de los años 80 y 90 de las teorías de las artes visuales de qué es lo documental y cómo se crea un arte desde la cultura de base. Son especulaciones e investigaciones que se hicieron de forma muy potente y radical desde la revolución hasta los años 30 hasta las purgas.
Es una concentración muy especial, creo que no se ha dado en la historia de la cultura moderna y contemporánea tanta concentración de especulación. Por un lado, una libertad increíble, los creadores se ven impelidos a crear un mundo nuevo, y por otro, una tradición literaria y visual muy potente y un siglo XIX muy bueno. Es un mundo de enormes locuras. Vi que los grupos y los científicos trabajaban desde presupuestos muy parecidos de creación. Eso me llevó a un momento muy importante en mi carrera. Hice una gran exposición sobre ello, cinco o seis años de investigación, aprender ruso, un trabajo continuado con los museos en un momento en el que estaban descubriendo casi los materiales que tenían y yo contribuía a encontrar cosas muy desconocidas para ellos.
También, un trabajo de edición de literatura para que se entendiera ese momento fascinante. De allí empecé a investigar a nivel personal las utopías, una línea de trabajo que he intentado llevar a cabo a través de proyectos propios de comisariado y de dirección de proyectos. Quizás el siguiente hito en mi carrera fue entrar en el CCCB como directora de exposiciones y luego de actividades culturales. Lo que intenté fue trabajar desde las prácticas interdisciplinares con algo que siempre me ha acompañado que son los Cultural Studies. Sin darme cuenta vuelvo a la historia de las ideas y me interesa ver la genealogía de lo que creemos, pensamos y cómo se construyen las estéticas. Me interesan mucho las exposiciones temáticas. Me muevo siempre en mundos que no son las artes visuales puras, me gusta ver lo excéntrico para abordar la centralidad de las cosas.
–¿Cuáles son los valores más necesarios para una gestora?
–El equipo. Sin duda, me parece muy sospechoso la gente que trabaja desde la soledad. Un buen proyecto siempre es aquel que tiene un buen equipo y una buena dirección y liderazgo. Incluir a gente que no está habitualmente en los procesos ayuda a que los proyectos se enriquezcan. Ilusionar un equipo es la base para que un proyecto de gestión interese a largo plazo. Me interesa pensar que por donde paso hemos conseguido hacer algo en ese sentido. No irte y que dé la sensación de que se va la dirección y queda la tierra arrasada, me parece muy mala señal.
–¿Qué es lo mejor y lo peor del trabajo de una gestora?
–Lo mejor para mí es la oportunidad de trabajar con gente de mucho talento, gente que eliges, que no eliges, que te la encuentras, que llega por convocatoria. Mi manera de pensar y mi cultura las he construido a través de encuentros con comisarios, gestores y gente que invitas a un seminario. La gestión es un lujo, en el sentido de que vas profundizando y descubriendo cosas que ni te imaginabas que te iban a interesar. A través de propuestas que han llegado desde fuera, me ha interesado mucho cómo la tecnología está construyendo nuestra humanidad. Durante años, el discurso de cómo se construye la sociedad del presente y del futuro ha estado muy relacionado con la arquitectura y urbanismo: cómo se construyen las ciudades desde el punto de vista del espacio.
Ahora se ha desplazado a la forma en que la tecnología está cambiando la manera de vivir. Allí hay unas vertientes de pensamiento fortísimas que hablan de qué es el presente y es gente que viene de las humanidades. No hablo de tecnólogos: es filosofía, filosofía de la ciencia y relacionada con la tecnología. Eso ha sido otro hito intelectual importante para mí. Hice tres exposiciones en ese sentido que fueron un reto para el CCCB y para mí. La institución apostó enormemente por algo que era complicado de explicar. Tenía una trayectoria más en humanidades puras y yo tengo un problema en cómo se abordan convencionalmente en España. En el mundo anglosajón las humanidades tienen que ver con el ser humano. ¿Cómo planteas hacer una exposición sobre los datos?
Hay que tener fe en la persona que te lo dice. Nosotros lo hicimos antes de que se hablara del Big Data. Hubo mucho público y no era una línea de trabajo diferente a lo que había hecho el CCCB, sino imbricada en otras cuestiones de debate para normalizar la reflexión del pensamiento de la construcción digital del mundo. Me pareció interesante añadir otro vector de trabajo. Esa decisión fue importante para el centro y la ciudad. Big Bang Data, Más humanos. El futuro de nuestra especie, Cambio Climático. Después del fin del mundo tuvieron mucha repercusión. Era otra manera de hacer exposiciones en la que la actividad estaba dentro y había muchísimos agentes construyéndolas, muy corales, en las que el comisario ya no es alguien que piensa solo, sino con los demás. Pude trabajar con comisarios muy potentes, tenía ganas de hacer algo nuevo y transformar la institución un poco.
¿Lo peor de la gestión? Yo soy bastante realista con los obstáculos y las constricciones te ayudan. Los grandes proyectos artísticos las tienen y lo importante es saber jugar con ellas. Pero lo administrativo y burocrático ocupa un tanto por ciento del tiempo muy superior a lo razonable, aunque hay una parte que lo es, pues es una institución pública. Eso es muy pesado. Los procedimientos para la cultura son muy complejos. Desde fuera no se entiende lo complejo que es trabajar en una institución con la administración. Estás en una especie de bocadillo, entre lo que las comunidades piden de ti, que es una flexibilidad absolutamente necesaria en un momento en que la cultura está en transformación constante, y unos procedimientos un tanto farragosos. Allí hay un trabajo que hacer importantísimo, incluso de conocimiento hacia la administración de cuáles son las prácticas de los artistas.
Por ejemplo aquí en Matadero tenemos residencias de artistas, y preguntan: “dónde está la obra”. Lo importante es el proceso, estamos dando administrativamente un espacio, no una beca ni un premio. Es complejo y cambiante, el tejido artístico tiene muy pocas ayudas, es muy frágil. Para que puedas participar en algo tienes que estar metido en unos procedimientos farragosos. Pero hay otra parte de orden, de control administrativo y transparencia, y las instituciones van hacia ello. Pero queda trabajo por hacer. Eliminar fricciones que puedan facilitar los procedimientos. Desde las instituciones lo intentamos hacer, reunirnos con los jurídicos y preguntarles “qué se puede hacer para que no implique el 30% de nuestro tiempo”.
Lo peor de la gestión es también para mí una cuestión personal de relación con el tiempo, esa sensación de que vives dos o tres años por delante. A veces pienso que me gustaría parar, llevo 25 años así. Estás proyectada siempre hacia el futuro. Es extraño vivir de esa forma. También claustrofóbico, lo debo matizar con otras cosas, con alguna improvisación. Es como una tesis doctoral, “voy a estar cinco años con esto”, te lo piensas mucho y te tiene que interesar mucho. Cuando te metes en un proceso con muchos interlocutores, hay que escoger muy bien para que todos bailen a la vez. La gestión para mí es eso, mucho trabajo de mediación para sacar de cada uno lo mejor.
–¿Qué aporta una mujer como gestora?
–Nosotras tenemos mucha más conciencia de equipo, responsabilidad hacia otras mujeres y responsabilidad para dar el crédito a quién está haciendo las cosas. Es duro decirlo así, pero haces una presentación de una exposición o de un gran proyecto (menos mal que está cambiando), ves cuatro hombres sentados en la mesa y te preguntas dónde están las mujeres que han hecho eso posible. Es muy importante que las mujeres no estén en segundo plano en las instituciones culturales. Las que tenemos la educación de solucionar las cosas antes de crear una crisis, eso también es negativo, porque las crisis hay que sacarlas a la luz y no asumir papeles que un hombre no asumiría. Tengo una amiga que tiene una frase que me encanta. A la pregunta ¿cuándo llegaremos a la igualdad? responde: “Cuando una mujer que sea absolutamente inútil y subnormal, no tenga capacidad de trabajo y además, en el tiempo en el que está dirigiendo la institución esté haciendo otro trabajo, ocupe la dirección: eso sería que somos iguales”. La mujer parece que llega si te has dedicado en alma y cuerpo, y te has vuelto loca para llevar adelante a un proyecto.
–¿Cuál debería ser el compromiso cultural de gobierno? ¿Qué le pediría y qué echa en falta?
–Nunca se ha hecho bien la internacionalización de los artistas ni de la cultura española, aunque se ha intentado. Yo soy un poco neurótica con los números y, salvo en espacios muy especiales, como la arquitectura, donde hay muchos profesores en contextos internacionales, no hay apenas representación. Si vas a una bienal de arte contemporáneo, a no ser que el comisario sea español o tenga una relación con lo español, hay un artista frente a siete artistas de Costa Rica (hablo de este país por su tamaño) o quince argentinos.
No hablo solo de sociedades que han tenido una visibilidad internacional, sino de países que han tenido que construir su imagen exterior desde bases menos sólidas y que lo están haciendo. Algo falla. Si no ha funcionado hasta ahora, por qué seguir con los mismos procedimientos. Hay que inventar, hay cosas evidentes que son muy importantes y no funcionan, como la educación. En la universidad y, en todo lo que tiene que ver con bellas artes e historia del arte, estamos muy lejos de otros países. Habría que abrir la educación a otros espacios, ver qué se está haciendo para que no todo recaiga en las facultades. La externalización no funciona.
Queda mucho por hacer todavía en la educación, por ejemplo. La de las mujeres es todavía extraña (por llamarla de alguna manera). No llegan a los sitios, a saber explicarse. Como artistas parece que tienen miedo a la visibilidad porque parecen más cuestionadas. La gente lo mezcla con la manera de hacer femenina, que no sé si me entusiasma, “es otro carácter” dicen. Hay muchas cosas de las maneras que se han llamado tradicionalmente femeninas que está muy bien que se expandan y universalicen, pero hay otras cosas, como la relajación en poder decir lo que piensas sin pensar que hay otro hombre más listo delante, que es una cuestión de educación.
Las instituciones culturales tienen mucho que hacer, y me parece muy bien los observatorios que dicen: “Habéis hecho 100 conferencias y 80 eran hombres”. Las instituciones culturales tienen una responsabilidad porque son unos bucles. Organizan seminarios con los especialistas de un tema y, después, cuando se quiere hablar del tema, se acude a esos nombres. Y se reproducen unas dinámicas tóxicas. Cuando hay una necesidad, hace falta pensar en cupos y cosas por el estilo. Hay que trabajarlo de una forma solvente y, si no se encuentra a las especialistas, hablar con las facultades, buscarlos. Aunque cada vez es más fluido y normalizado. Los últimos cinco o seis años se ha hecho un trabajo de reflexión que hacía mucha falta.
–La complejidad del Matadero es muy grande. ¿Cómo se coordina un centro con ocho instituciones? ¿Cómo ganó el proyecto y a qué aspira con la dirección?
–Lo gané porque creo que vieron que era un poco cabezota y, también, por mi trayectoria en el CCCB. Allí había muchos departamentos e hice un trabajo para entender que la actividad y la exposición son formatos, y que lo que importa es el contenido y este te exige el formato. Yo me planteo las cosas con mucha libertad y, si hacemos una exposición, es también porque es un espacio donde la gente puede venir con una serie de condicionante, pero también por otras cosas. Hay muchos comisarios relacionados con el arte contemporáneo que se presentaron al puesto y son muy sólidos para la dirección de un centro de arte contemporáneo, pero un centro de cultura es diferente, y yo tenía esa experiencia interdisciplinar.
He trabajado en el mundo de la literatura, y lo literario es un espacio importante en Matadero. He trabajado en exposiciones de tecnología con el diseño especulativo y formatos e ideas más híbridas. Aquí hay una parte de diseño importante y programas que se construyen sobre la marcha. Matadero se había presentado como un espacio que reunía diversas instituciones, un proceso difícil de construcción (poner en marcha este recinto cultural solo con dinero público habría sido imposible). Era un poco como un patchwork de cosas y se aprovecharon las oportunidades que brindaba Madrid. Pero le faltaba un proyecto propio, acabar de proyectarlo. Mi intención es que sea más un centro cultural que un recinto. Que tenga unas dinámicas que puedan parecer más convencionales, como los horarios de un centro cultural con programación de exposiciones y conferencias.
Pienso que las instituciones que están dentro deben ser consideradas como departamentos del centro dirigidas con mucha personalidad. Por ejemplo, una cineteca que hace un trabajo fortísimo de artes vivas dirigido por Mateo Feijoó con un proyecto interdisciplinar. Lo que hago es ver cuál es el espíritu de cada dirección y ver cómo se construye un proyecto común, dejando independencia a los directores. Con Casa del Lector hay un proyecto nuevo. No se trata de sumar proyectos, sino de hacerlos y pensarlos juntos. El Dimad es la Asociación de Diseñadores de Madrid con unas expectativas fantásticas que encajan en estas cuestiones.
Mi objetivo es que cuando yo me marche haya un equipo sólido, que las residencias y los proyectos de mediación se abran interdisciplinarmente y haya una serie de programas que le den conexión a Matadero. Que la gente lo entienda más, lo que por su historia hasta ahora es complicado. Es un centro de cultura. Además, se hace un trabajo con los artistas que no es visible. Hay grupos de investigación en residencia que trabajan sobre la migración o cuestiones de género o Internet, pero desde las prácticas artísticas. Nos diferenciamos de otros espacios por eso. Hablamos con científicos, tecnólogos, arquitectos y filósofos. Es muy importante que todos los grupos que se han relacionado con Matadero puedan transmitir sus prácticas. Hemos definido un espacio de aprendizaje, Matadero Estudios Críticos, que va a ser un programa de estudios críticos al igual que existen en otros museos.
-¿Podría aventurar qué va a pasar y cómo será la creación contemporánea en los próximos años?
–Cada vez es más difícil equipar un taller para creadores, escritores, músicos o artistas visuales, hay una mixtificación de medios e intereses cada vez mayor. Veo cada vez más a un artista como agente interdisciplinar y multiformato. Hay una pregunta en el aire desde siempre que ahora se radicaliza. ¿Qué puede hacer el arte en el sentido de transformador de la sociedad? Tenemos un proyecto bonito, vamos a trabajar con el recinto de Matadero, un espacio bastante duro con el visitante, por ejemplo, cuando hace mucho calor y con una plaza que cuesta atravesar. Era importante tener un espacio más amable.
Tengo un interés especial por ver qué se puede hacer desde el arte para tratar temas importantes en las ciudades, como la crisis climática. Desde Intermediae, el espacio de producción y visibilización de proyectos artísticos de Matadero, se trabaja desde la construcción social de la ciudad y sobre todo a partir del ambiente. Estamos haciendo un proyecto para usar Matadero como un caso de estudio en la renaturación de la ciudad con la Universidad Politécnica, Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid y el Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT).
¿Qué tipo de especies habría que integrar? ¿Cuáles son los escenarios de las olas de calor en Madrid? ¿Cómo trabajar el urbanismo desde este punto de vista casi de la acupuntura? Somos partes además de Madrid Río, un espacio privilegiado. Lo importante es que estamos en un proceso liderado por artistas. Es increíble cuando mezclas ingenieros, sociólogos, arquitectos y artistas, que tienen que salir de su espacio de comodidad, y la generosidad con que abordan estos proyectos. Allí hay un campo de verdad interdisciplinar que me gustaría llevar a cabo desde aquí. Incluso inventarme una institución que no existe, desde lo interdisciplinar, radicalizarnos un poco en qué quiere decir.
-¿Cómo se ve en un futuro? ¿Qué querría hacer tras la dirección de Matadero?
–Me gusta mucho diseñar proyectos, programas. Tengo un proyecto personal de investigación y escritura que me gustaría continuar. Hice una exposición que me encantó: Arquitectura y sexualidad. Me gustaría ver desde un punto de vista contemporáneo cómo los movimientos de transformación política se relacionan con los movimientos estéticos.