México, que no está falto de talento literario desde su inicial siglo XVI y en todo el ámbito de una extensa nación, a veces lo concentra en calendario y lugar. Si en 2017 celebró el centenario de Juan Rulfo, este año toca conmemorar el de Juan José Arreola. Tapatíos los dos, ambos publicaron una única novela y también cuentos, pero en el caso del primero su canon incluye, junto a Pedro Páramo, únicamente la colección de El llano en llamas. Arreola fue más prolífico, sin ser tampoco de obra muy amplia, y a la novela La feria hay que sumar varias colecciones de relatos, a veces muy breves. 

Arreola nació el 21 de septiembre (igual que Luis Cernuda, dieciséis años antes). Vio la luz en Zapotlán el Grande, localidad al sur del Estado de Jalisco, cercana al hermoso San Gabriel que tanto tiene que ver con Rulfo. Zapotlán, su historia y sus gentes quedan reflejado en La feria, pero también aparece en algunos otros textos. Hoy con 100.000 habitantes, Arreola lo llama pueblo, un pueblo con todas sus calles empedradas y que fue capital de Jalisco.

Arreola

El escritor mexicano, durante su juventud.

Se puso a trabajar pronto, y no tuvo estudios universitarios. Esto, sin embargo, no le impidió trabajar en el mundo editorial en la Ciudad de México, adonde llegó en 1937, después de haber vivido en Guadalajara un tiempo. Conocía el mundo del libro por fuera y por dentro, desde la encuadernación y la imprenta, labores de su juventud, a las tareas de corrección de textos que desempeñó en la más importante editorial del país, el Fondo de Cultura Económica.

Gran conocedor del teatro, Arreola fue un buen conversador, animador de tertulias y maestro oral. Es fama que, apurado por el plazo de entrega de un libro, se lo dictó a un joven José Emilio Pacheco. También narró sus memorias a otro grande de las letras mexicanas, Fernando del Paso, y el resultado fue Memoria y olvido, que cubre los primeros 27 años de vida del autor.

Fue asimismo un gran animador cultural, participando en grupos teatrales, sacando adelante revistas (la importante Pan, con Rulfo y Antonio Alatorre) y como director en 1960 de la Casa del Lago, en México, donde puso en marcha talleres literarios y también torneos ajedrecísticos. Uno de sus cuentos (“El rey negro”) homenajea a este juego, y él mismo fue presidente en 1971 de la Federación Mexicana de Ajedrez. Comparte esta fascinación con Borges, a quien conoció y con él cual simpatizó y grabó alguna entrevista. Recibió en 1986 la Medalla Jorge Luis Borges de la Feria del Libro de Buenos Aires, tras haberlo incluido el argentino en su Biblioteca Personal. El autor de El Aleph escribió de el de La feria: “Libertad de una ilimitada imaginación regida por una lúcida inteligencia”. 

Le interesó mucho la poesía, y hay indudables elementos poéticos en su narrativa. Publicó también poesía a secas con el título tan paradójico de Antiguas primicias (1996). Además, escribió sobre el poeta López Velarde. Ya galardonado con otros premios, como el Juan Rulfo en su segunda convocatoria (1992), recibió el Premio Ramón López Velarde en 1998. El mismo año, el Ayuntamiento de Guadalajara lo nombró hijo predilecto de la ciudad durante una ceremonia que tuvo lugar en el Hospicio Cabañas, bajo los frescos de José Clemente Orozco, también natural de Zapotlán (como de Zapotlán era el historiador y crítico José Luis Martínez, con quien Arreola coincidió en la escuela durante sus estudios primarios interrumpidos por la Guerra Cristera). 

Rulfo y Arreola

Juan Rulfo y Juan José Arreola.

De obra breve, Arreola corrigió y pulió sus textos, y también hizo trasvases entre libros y los reordenó. Su primer libro fue Varia invención (1949). Siguieron Confabulario (1952), Bestiario (1958), que incluye las series Cantos de mal dolor y Prosodia, más La feria (1963); por su parte, Palindroma es de 1971, y comprende Variaciones sintácticas y Doxografías. Hay en esos títulos minificciones, falsos diarios, poemas en prosa, algo de falsa erudición junto a mucha real, fantasía. En “La vida privada”, el lector halla este poderoso comienzo: “voy a hablar de un hecho que todavía no acaba de suceder y en cuyo desenlace tengo la esperanza de influir”.

“En otros tiempos yo hubiera sido un juglar, un mendigo, un narrador de cuentos y milagros. Descubro mi vocación demasiado tarde, alcanzada la madurez y a la mitad de un siglo donde no caben ya esta clase de figuras”, escribió Arreola en “El fraude”. De Bestiario, cómo no quedarse maravillado ante casi todas sus páginas, no tanto por el portento atribuido a los diferentes animales como por el de la inventiva y disposición, el lenguaje y sus combinaciones. Sucede así con “El rinoceronte”, “El bisonte”, “El búho”, “El oso” (Arreola llamó Orso a su hijo menor), “La jirafa”, “El ajolote”, “El hipopótamo”.

Suelen tener guardados entre los pliegues de sus párrafos alguna casi greguería a la que no habría hecho ascos Ramón Gómez de la Serna: del hipopótamo dice, por ejemplo, que “se queda dormido a la orilla de su charco, como un borracho junto a la copa vacía”. Hablando de zoología, hay que recordar que Arreola está detrás del archiconocido microrrelato de Augusto Monterroso que tiene protagonista a un dinosaurio. Un amigo de gran estatura al que llamaban “grande” y otros adjetivos mayúsculos que quedó dormido junto a la cama de Arreola o la de Ernesto Mejía tras una noche de plática; se lo comentaron a Monterroso, y el resultado es conocido: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

“Caballero desarmado”, con su arcángel, es muy de Rafael Pérez Estrada. Muy de Myles na Gopaleen (Flann O’Brien”) es “Flash” con ese “sabio demente” que se diría el propio De Selby del irlandés; y por la misma vía va un invento ferroviario que tiene en su irrealidad mucho que ver, a su vez, con uno de sus relatos que muchos prefieren, “El guardagujas”, nimbado, en el espacio, por la misma desazón que, en el tiempo, “Viaje a los efímeros” de Agustín de Foxá. También “En verdad os digo” transita la senda de los experimentos extravagantes y los inventos inventados (“Baby H.P.”). 

Cantos de mal dolor es un título juguetón como de Cabrera Infante o Iwasaki, y parte de los Cantos de Maldoror de Láutreamont. En uno de ellos, “Armisticio”, estas líneas: “Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala invitándonos a entrar. Se alquila paraíso en ruinas”. Coincide aquí el tema amoroso en cuentos como “Luna de miel”, “Epitalamio”, “Teoría de Dulcinea”, “Tú yo” o “Dama de pensamientos”, donde hay, es cierto, alguna pincelada que invita a hablar de misoginia.

Confabulario Arreola

Edición de Cátedra de Confabulario definitivo, la obra que sitúa al escritor mexicano entre los clásicos hispanos.

En “Cláusulas” hay cinco aforismos en la misma línea. El segundo de ellos reza: “Cada vez que el hombre y la mujer tratan de reconstruir el Arquetipo, componen un ser monstruoso: la pareja”. También este otro: “Soy un Adán que sueña en el paraíso, pero siempre despierto con las costillas intactas”. En un cuento posterior, “In memoriam”, abunda en el tema, que halla su epítome en esta frase: “cuando la falsa paloma de Venus bate alas de murciélago”. El cuento de Palindroma “Para entrar al jardín”, tan incorrecto, tampoco ayuda a quitar el sambenito de misógino. Tal vez tampoco lo haga lo que él llama “cuento de horror”, muy –esta vez– de Monterroso: “La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones”.

Abriendo Confabulario, un texto autobiográfico: “Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las cosas posibles para amarla”. En el mismo libro se encuentran algunas de sus breves obras maestras, como “La migala”, “El prodigioso miligramo”, prodigio de la elipsis, y el citado “El guardagujas”, tan kafkiano. Arreola juega con sus precedentes y abunda en guiños literarios, ya sean a Cervantes o a Rodrigo Caro, el autor de “A las ruinas de Itálica”. “De balística” se abre con estas palabras: “Esas que allí se ven, vagas cicatrices entre los campos de labor, son las ruinas del campamento de Nobílior”.

La feria (1963) es una novela coral compuesta por casi trescientos fragmentos que fijan su atención no en solo diferentes personajes e hilos argumentales, sino también en distintas épocas, desde la fundación de Zapotlán. Caben en ella terremotos y tormentas, indios y prostitutas, un himen testarudo y un anónimo aprendiz impresor, trasunto probablemente del joven Juan. Destacan algunas sabrosas estampas sobre el mundo literario de provincias, juegos florales, pelmazos y un ateneo incluidos. Como en el resto de su obra, es capaz de usar el lenguaje popular mexicano y el más culto. En ambos casos se caracteriza por el empleo de palabras precisas.

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En el escritor, en uno de los carteles de los actos de su centenario.

En un artículo en que lo contraponía a Jaime Sabines, Octavio Paz observaba: “Saladino llama a un esclavo, le ordena que suspenda en el aire un hilo de seda, desenvaina el alfanje y lo corta en dos de un solo tajo. Si la prosa de Arreola recuerda, por su soltura y flexibilidad, al hilo de seda oscilando en el aire, por su concisión precisa y su velocidad evoca al acero del alfanje”. Paz coordinó con Arreola Poesía en Voz Alta, iniciativa de la Universidad Nacional Autónoma de México para reunir poesía y dramaturgia.

En el haber de Arreola está la hibridación de géneros, donde lo ensayístico, lo poético, lo cuentístico se ayuntan, como en Cunqueiro, más el cultivo de la forma breve, y con un acento a menudo fantástico. En su estela se han citado dentro de México los nombres de Alejandro Rossi, Hugo Hiriart, Carmen Leñero o Guillermo Samperio. Bernardo Esquinca o Verónica Murguía también han cultivado lo fantástico, y su huella es muy perceptible en uno de los más destacados exponentes hoy, de la ficción breve, Alberto Chimal, quien ha destacado la concomitancia de aquello que hizo Arreola con la difusión en línea (algo que, bien mirado, pudo haber convenido a alguien que padecía de agorafobia).

El centenario del natalicio se va a celebrar con diferentes actos y publicaciones. En el bello Palacio de Gobierno de Jalisco, en Guadalajara, se acaba de inaugurar la exposición Arreola 100 años, que pone más la atención en la vida privada del escritor que en su obra literaria. Y en el Festival de las Artes Jalisco 2018 se estrenará el espectáculo Arreola por Arreola. Bestias y prodigios de Alonso Arreola, que conmemora, además, el 60 aniversario de Bestiario. Hay ediciones conmemorativas, jornadas, que se suman a la actividad permanente de la Casa Taller Literario Arreola, en Zapotlán. Por otra parte, también se ha anunciado estos días la traducción de Confabulario al japonés.“Escribo porque creo en milagros”, confesó Arreola. Quien, como santo Tomás, posea poca fe y desee una prueba, no tiene más que meter el índice en la lectura.