Los aficionados a la literatura de Pierre Michon tendrán motivos para estar contentos a partir del próximo mes de septiembre porque Wunderkammer --una pequeña y curiosísima editorial de la que creo que les hablé el año pasado, o quizá el anterior-- publicará Llega el rey cuando quiere, un libro de conversaciones, o de entrevistas, sobre literatura, con Michon; entrevistas conducidas por una serie de periodistas documentados y competentes a través de las cuales se retrata muy bien la manera que tiene Michon de considerar el hecho de escribir. De este libro creo que se hablará, por el concepto que postula de la literatura, una idea de corte romántico, y, ligado a esto, por sus opiniones sobre el futuro de la novela.
Quienes no conozcan a Michon podrán compulsar la excelencia de su escritura y su sentido del misterio con sólo leer el prólogo de estas conversaciones, donde cuenta una anécdota impactante sobre su visita al palacio Bourbon, sede del Parlamento francés, con el objetivo de ver un códice que allí excepcionalmente se exponía y que representa las hazañas de un dios azteca, “un payaso de mal agüero como todos los dioses aztecas”, que tiene un nombre “que no hay quien lo pronuncie, Huitzilopochtli”, que quiere decir el colibrí zurdo. Los dioses son pajarracos de una crueldad absurda y tienen nombres impronunciables, pero no por ello él está menos interesado y va a verlos.
Michon tiene una obra relativamente escasa, escrita en estado casi de trance --pero de trance firmemente perseguido, apasionadamente preparado--, y que se dio a conocer a una edad relativamente tardía con unas Vidas minúsculas o retratos de conocidos de su pueblo que se proponían revelar la oculta grandeza e incluso épica inmensidad que se esconde en personajes que el juicio común suele considerar anodinos. En otros libros, como los dedicados a Van Gogh y a Rimbaud, aplica estrategias laterales de abordaje del tema, hablando del pintor a través de uno de sus modelos para retrato y del poeta a través de sus circunstancias familiares, sin padre (como el mismo Michon, cuyo padre se fugó), en la negra provincia francesa.
Michon sostiene que la literatura es “una forma venida a menos de la oración”. Desde luego pone en ella una esperanza de desesperado, una esperanza loca de trascendencia: “Lo que importa no es lo que soy sino aquello en lo que puedo milagrosamente convertirme” mediante el hecho de estar escribiendo. Piensa Michon en cada libro, en cada página, como en un sitio donde prácticamente se juega la vida, o por lo menos el sentido de la vida.
Hay una noveleta suya, menos de cien páginas relampagueantes, sobre un romance, un amor loco, que se titula La grande Beune (siendo Beune el río que pasa donde se ambienta la acción), traducido al español como El origen del mundo. Si no me equivoco es la única vez que Michon se inventa completamente los personajes de uno de sus libros, y esa novedad le parece un grave error. Crear personajes de ficción le da, dice, “un poco de asco. Existen ya tantos autores, tantos novelistas que pueblan el mundo de ectoplasmas. Ya está colmado el vaso, no se lo cree nadie”. Ésa es una opinión, la de la muerte de la novela, que antes han sostenido otros muchos escritores y que algunos han formulado, causando siempre ciertas ondas en el agua. Michon no tiene ninguna duda. Cree que con Proust, Joyce, Beckett, ya está cerrado el ciclo histórico de la novela. La solución que propone es olvidarse de un género tan agotado, tan caduco como la tragedia clásica en tiempos de Voltaire y que para colmo tiene una naturaleza de producto industrial y unas exigencias de laboriosidad artesanal y de “relleno” insufribles, y resucitar a algunos entre tantos hombres y mujeres a los que no se les ha hecho justicia, por definición, ya que han muerto.
Llega el rey cuando quiere es un libro curioso y exaltante, el testimonio de alguien que a la vez es completamente descreído y está lleno de fe. Siendo su dios no el colibrí zurdo sino la literatura. Me ha encantado enterarme en sus páginas de que su fanatismo literario era desde siempre tan intenso que, si no llega a ser por el golpe de suerte de la inmediata aceptación que conquistó con Vidas minúsculas, iba camino a la indigencia. Su apuesta era a todo o nada, como la de los místicos, los mártires y los santos que levitan.