Acaba de llegar de un viaje a Londres, y como impelida por la procedencia y el tópico llega con puntualidad británica. La entrevista tiene lugar en un café, en el que logra olvidarse de la presencia del fotógrafo. No es tímida pero sí reservada. En un velador cercano, un profesor de francés habla casi a gritos con una alumna. En nuestra mesa, aunque hablemos, no es de lo oral sino de lo escrito de lo que nos ocupamos.
−En los últimos años se ha convertido en una de las más importantes narradoras de España, pero poca gente sabe que comenzó como poeta.
–Si poca gente lo sabe, será por algo. [Risas] Mejor. Creo que empecé a escribir poemas porque estaba buscando un lenguaje, una manera de expresarme, algo muy intuitivo. Lo que sucede es que con ese aprendizaje descubrí que la poesía no era lo mío. Ahora me parece que mis poemas son muy malos, y cuando la gente me pregunta que por qué no escribo poesía, la razón no está en que no me interese o no me guste, sino que considero que soy mala poeta. No es que crea que soy una buena narradora, no; sencillamente es que la narrativa es el género en el que me muevo con comodidad, y la poesía en absoluto.
−Escribe cuentos y luego pasa a la novela.
–No lo vivo como un salto porque sigo escribiendo cuentos, y creo que es mi manera de escribir más natural. Lo que sucede es que hay historias que precisan más extensión y que necesitan una estructura interna que el cuento no da. Por eso en algunos casos he optado por la novela. No son novelas muy largas, no creo que yo en ningún caso maneje bien la extensión larga.
−Al quedar finalista del Premio Herralde se incorporó a Anagrama, y ahí fue recuperando su obra anterior además de publicar la nueva. ¿Qué se siente al entrar en editorial tan prestigiosa?
–Ni siquiera puedo decir que fuera el cumplimiento de un sueño, puesto que nunca había soñado en publicar en Anagrama. Presenté la novela al premio y fue de estas cosas que haces sin pensarlo mucho. Así que fue con enorme alegría y también con enorme estupor, porque de pronto era entrar en otra división. Y aquí creo que hay también, para ser justos, una parte de suerte al encajar en un momento determinado en los gustos de un editor, y que apueste por ti. Por eso soy consciente de que he tenido suerte, porque si yo misma hubiera seguido en otras editoriales de una visibilidad menor eso no significaría una calidad menor. Anagrama te da una repercusión y, también en mi caso, una seguridad hacia la propia escritura que en una persona como yo, que duda de todo, es muy importante.
−¿Tener la obra en un mismo sello hace que se establezca un diálogo entre los textos?
–Sí, porque además Un incendio invisible tiene mucha relación con Cuatro por cuatro, que fue la novela con la que entré en Anagrama. Parecía lo natural que pudieran estar juntas. Aparte, Un incendio invisible estaba descatalogada, lo cual era sorprendente tratándose de una novela reciente. Si alguien quería leerla, no la encontraba, así que lo que se hizo en Anagrama fue darle una segunda vida.
−Hay puntos de contacto entre ambas. Está el espacio en que se desarrollan, que es una especie de lugar distópico. ¿Cómo definiría ese sitio que también se repite en algún cuento de 'Mala letra'?
–Lo podría definir mejor el lector. Yo, honestamente, diría que nace de mi pereza por documentarme y ambientar un lugar real, darle su color. Para mí es más interesante quizá desarrollar los mecanismos psicológicos de los personajes y los dilemas morales y otro tipo de asuntos: me resultaba cómodo inventarme un escenario. Creo que los espacios son relevantes siempre que sean escenarios pequeños donde sucede la acción. No es lo mismo que un diálogo tenga lugar en un bar que en una casa o un colegio, pero me resulta mejor, y más cómodo, inventar la ciudad.
−Hablando de esa pereza de la que hablas a la hora de localizar, ¿ha sufrido alguna vez bloqueo?
–Bloqueo en el sentido de la página en blanco, no, porque siempre hay bullendo historias y temas que me inquietan y siempre tengo ideas sobre las que escribir. Lo que sí he sentido es la frustración de no saber llevarlas al papel tal como estaban en mi cabeza, con el brillo que tenían ahí, y sentir que por el camino se han perdido muchas cosas. Y esa frustración muchas veces hace que dejes de lado lo que escribes, pero yo no soy mucho de tirar. Recuerdo a menudo algo que decía Alice Munro: cuando escribes un cuento y lo relees y ves que algo no funciona, no es la historia la que no funciona; eres tú quien no la haces funcionar. Esa sensación sí que es parecida a la del bloqueo. Lo trato como una parte del aprendizaje de escribir y no como un fracaso, sino como parte del camino.
−Revisó 'Un incendio invisible' para su reedición.
–Sí, está revisada y, básicamente, recortada. Recorté en dos niveles. En el de la historia, porque había escenas que resultaban repetitivas, y también en el nivel del estilo. Uno de los aprendizajes que he tenido como escritora ha sido el de considerar el lenguaje como un aliado y no como un enemigo. En los escritores primerizos subyace la idea de que estás luchando contra él y quieres sacarle de continuo brillo. Lo fuerzas incluso, para demostrar lo bien que sabes escribir, la cantidad de estructuras que sabes manejar, la cantidad de vocabulario que tienes, cómo estás ganando al lenguaje. Lo pisoteas de alguna manera. Y con el tiempo te das cuenta de que el lenguaje tiene que ser tu aliado, tiene que fluir y tú debes tratarlo con respeto y no intentar someterlo.
−Últimamente hay una mayor presencia de mujeres que escriben. ¿Cree que deben promocionarse al margen de los hombres o en antologías femeninas?
–Tengo una posición beligerante en el sentido de que creo que no hay igualdad aún. Cuando se dice que las mujeres están viviendo un momento dulcísimo, si te fijas en las editoriales, en sus catálogos, o en los premios de prestigio te das cuenta de que no estamos aún en igualdad. Pero no me terminan de gustar ciertas reivindicaciones que parten del aislamiento. Hace poco me llamaban de un programa de televisión porque iban a hacer un reportaje sobre las pocas mujeres que habían obtenido el Premio de la Crítica en Andalucía. Había habido un debate sobre este asunto y la persona que me llamó dijo que estaba hablando con una serie de escritoras para que diéramos nuestra opinión. Pregunté si solo iban a participar mujeres o también iban a invitar a hombres. Cuando me dijeron que solo mujeres, rehusé.
Pese a la buena voluntad, creo que es un criterio equivocado. Da la sensación de que las perjudicadas porque no haya premiadas o porque no se publiquen más libros de mujeres o no se las lea somos las mujeres solamente, cuando creo que se perjudica a la sociedad en general. Creo por eso que los hombres también tienen que opinar. Sí que he ido cambiando con el tiempo. Me he formado con un canon predominantemente masculino, que era el que se seguía cuando empecé a convertirme en lectora, y eso ha forjado también, imagino, a la que soy.
Pensaba que no había diferencias entre la literatura que escribimos las mujeres y la que escriben los hombres. De eso, sin embargo, tengo que decir que tengo más dudas, porque se están recuperando muchos libros de mujeres, y están ampliando mi campo. Hay una riqueza expresiva ahí que no conocía y siento que como lectora he ganado muchísimo: el mapa está más completo y eso me aporta a mí como escritora, y espero que también a los escritores hombres. Nunca sabes si hay una parte que te estabas perdiendo si no la lees.
−Un tema que aparecía en 'Cicatriz', el tema de Internet y las nuevas formas de comunicación virtual, ¿le preocupa? En general se ha mantenido al margen de las redes sociales, incluso abandonó aquella en la que estaba.
–De las redes, lo que me preocupa básicamente es la intimidad. Aunque está de fondo en Cicatriz, lo que se plantea, y esto sí es algo que me atrae mucho, es la figura de la impostura, de la seducción que tiene que ver con el engaño. Creo que hago una lectura de la condena que supone tanto para hombres como para mujeres. Mis protagonistas son muy jóvenes, pero ya pesan sobre ellos muchos clichés. Aunque creen que no, están enfermos de la necesidad de seducir según lo que se le ha asignado a cada uno, como hombre y mujer: la seducción por el regalo, la conquista por el halago, todas esas cosas. La estructura de la novela es epistolar, pero por desarrollarse la historia en la época actual, salen, claro, las redes, que han multiplicado algo que está en Proust, muy mencionado por el protagonista masculino: la construcción mental del amor. Es un mecanismo que está en todos nosotros: inventarnos a la persona que vamos a amar a la medida de nuestras necesidades. Internet solo lo potencia, al igual que la facilidad para disfrazarse y para fingirse alguien que uno no es.
−¿Cuál es su relación con la crítica? Usted la ejercitó durante un tiempo.
–Casi siempre ha sido buena conmigo. Evidentemente ha habido alguna peor o más matizada, pero ha solido ser hasta entusiasta, por lo cual no puedo quejarme. Pero eso me hace pensar que la crítica literaria no es del todo fiable. Parece que los críticos −generalizo− muchas veces repiten los argumentos de lo que dijo el primero. No siempre veo un análisis de la obra interesante para mí, a menudo siento que no han entendido nada de lo que he querido decir (lo mismo es fallo mío, no digo que no). Aunque haya tenido críticas buenas, me lo tomo con reservas. Las negativas las tomo en cuenta, claro; de hecho, les presto más atención que a las positivas (depende de su nivel de profundidad), y cuando tocan los puntos flacos hago caso.
−Algo que se nota en su narrativa y de lo que ha hablado en algún taller es la elipsis. Lo propio sería que callara al respecto, pero hábleme de ella.
–La elipsis es una cortesía hacia el lector. No es ocultar parte del relato porque sí para que haya una reconstrucción posterior tipo puzle. No se trata tanto de eso como de quitar lo que ya se sobreentiende en el resto de la narración. Me daba la sensación de que muchos libros que leo, incluso libros muy buenos, cometen ese error de explicar en exceso y de contar cosas que se sobreentendían. También porque cuando vas dejando el texto lleno de vacíos lo que queda tiene una tensión parecida a la de estirar una goma elástica, una tensión que apunta hacia aquello que falta. Ahora, creo que no debería haber impartido talleres. Es una sensación parecida a la de ser miembro de un jurado popular: determinar por qué está mal o está bien un texto de alguien que está empezando a escribir me parece una responsabilidad tremenda.
−Cuénteme algo de 'Cara de Pan', su próxima novela.
–¿Qué puedo decirte...? Es difícil. Es una novela sobre la relación entre una adolescente y un hombre mayor, pero también sobre las etiquetas y los imperativos de la normalidad. La misma expresión relación entre una adolescente y un hombre mayor lleva aparejada montones de prejuicios, de connotaciones e inferencias. La novela, en cierto modo, va contra eso.