En cuanto al tema de los gatos, que es un tema grande como el universo... Bohumil Hrabal es claramente superior a J. M. Coetzee. No hay color. La noveleta o el relato confesional Mi gato Auticko es claramente más desnudo, más terrible, más profundo y conmovedor y, peor aún, más inteligente, que La anciana y los gatos, centro neurálgico de su nuevo libro Siete cuentos morales, que Coetzee fecha en los años 2008-2013, lo que tratándose de un relato de 25 páginas quiere decir que le ha dado muchas vueltas al asunto, asunto que es, como acabo de decir, grande como el universo. Pero Hrabal, insisto, aquí es mejor.
Y eso que Coetzee es uno de esos autores, muy pocos, de los que quieres leerlo todo y quieres leerlo en cuanto sale. Suele hacer un retrato de la realidad de las cosas y de las relaciones humanas inesperado, valiente, antiromántico. Sus relatos casi siempre nos interpelan y nos invitan a pensar incómodamente, y cada nuevo libro es más sucinto de trama y más lleno de meditaciones filosóficas. Tiene una prosa precisa, seca, directa, que nos mete de inmediato en el relato; un punto de vista narrativo a veces sorprendente, poco frecuentado, y una estructura atrevida. Todo esto lo hace interesante también en sus libros fallidos. Casi toda la gente que esté interesada en literatura contemporánea estará interesada en Coetzee. Años atrás le dieron el premio Nobel y desde luego que se lo merecía como el que más.
Es un hombre que cae simpático, entre otras cosas porque es discreto y porque creció en Sudáfrica y vive en Australia, un sitio horrible, con sus canguros, una querencia periférica muy curiosa, que cabe interpretar como la manifestación de un claro deseo de que le dejen en paz. Ahora, por el motivo que sea, ha decidido publicar antes en español que en inglés, que es su lengua, un libro de cuentos titulado Siete cuentos morales. Es curioso: Kundera hizo lo mismo con alguna de sus últimas novelas, prefirió que se publicase primero en español que en francés. En fin, rarezas, o manías, de los autores, cuyos motivos en realidad no revisten mayor interés. Me podía haber ahorrado este párrafo.
Siempre ha habido en los textos de Coetzee un sólido substrato de meditación moral, que en este libro, cuyo argumento se puede resumir en la cuestión de cómo envejecer con dignidad, con humanidad (“envejecer, morir, era el argumento de la obra”, dijo el poeta), se hace en mi modesta opinión omnipresente y a ratos fastidioso, aunque no por ello deja uno el libro a medias pues siempre están esos valores que he mencionado en el primer párrafo, ese encanto endiablado de Coetzee, y además la protagonista de los cuentos es esa especie de extraño alter ego femenino, o portavoz oficioso del autor, la escritora Elizabeth Costello, que aparece de vez en cuando en sus novelas y que tan inesperada y brillantemente irrumpía en Hombre lento, la última de sus obras maestras. Ambientados en diferentes países, estos cuentos morales retratan a la señora Costello en diferentes momentos de su última madurez y senectud, y esa calidad fragmentaria o guadianesca le da un encanto especial de repetidas bienvenidas a nuestros reencuentros con Costello y con sus hijos, empeñados en que mamá abandone sus excentricidades, admita que ya tiene un pie en la tumba y se instale en una estupenda residencia para ancianos en la Costa Azul.
“Una historia” es una moderada celebración o apología del adulterio, de lo que podría llamarse un adulterio maduro, sensato, desprovisto de pathos y de sentido de culpa. “Una mujer que envejece” pone boca abajo los tópicos sobre el amor incondicional de la madre por sus hijos y describe el tipo de muerte que la señora Costello considera “una buena muerte”: es esa que “ocurre lejos, en algún lugar donde gente extraña se hace cargo de los restos mortales, gente que está en el negocio de las funerarias. De una buena muerte, uno se entera por telegrama: Lamento informarle que… etcétera. Es una lástima que los telegramas hayan pasado de moda”. El libro está empapado de un sentimiento budista de aceptación y comunión con la vida.
Dentro de ese sentimiento budista está la consideración de todos los seres vivos como receptáculos de un alma y depositarios de una dignidad con la que la nuestra está en relación directa. En Desgracia y a propósito de la aplicación de la eutanasia a los perros Coetzee era menos explícito y más sutil. Claro que Desgracia quizá sea su mejor novela, la más reveladora. Aquí aborda la compasión budista y ecológica con los animales en El matadero de cristal --la señora Costello quisiera construir un matadero con las paredes de cristal, para que todos cuantos se niegan a imaginar lo que a escondidas hacemos con los animales tengan que verlo con sus ojos-- y en La anciana y los gatos: de la misma manera que Costello, ahora vecina de un pueblo español, situado concretamente en “las montañas de Castilla”, recoge en su casa a un anciano tarado al que su familia no aguanta, alimenta también a una gata y a su docena de gatitos asilvestrados a los que ha salvado de la extinción, pues ella no quiere vivir en un mundo donde a una madre --es casi igual si es humana o felina-- “le arranquen los hijos para ahogarlos porque alguien ha decidido que son demasiados”.
Toda una declaración de principios humanista y animalista muy meditada, pero es mejor Hrabal, mucho más emocionado y más real, cuidando a sus gatos en su casa de campo de Kersko, no lejos de Praga; escuchando a su mujer gemir diciendo “¡Pero qué vamos a hacer con tantos gatos!”, siendo amado y amando a los gatos como a una íntima representación de la vida y una responsabilidad personal, y, cuando al matrimonio le es imposible ya alimentarlos a todos, diezmándolos con la ayuda de un saco que… en fin.