En 1617, los libreros barceloneses Miguel Gracián, Juan Simón y Rafael Vives acordaron encargar una edición completa del Ingenioso hidalgo a dos tipógrafos, la primera parte a Bautista Sorita y la segunda a Sebastián Matevad. El negocio no debió ser muy rentable pues tuvieron que pasar dos décadas para que se volvieran a imprimir las dos partes juntas, esta vez en Madrid. Si El Quijote se siguió leyendo en Cataluña tuvo que ser con ejemplares salidos de tórculos madrileños o extranjeros.
Hasta comienzos del siglo XVIII las prensas barcelonesas se olvidaron de El Quijote. Hubo que esperar a 1704 para que Martí Gelabert imprimiese con un pésimo papel otra edición completa, esta vez como Vida y hechos del ingenioso caballero. Medio siglo más tarde fue Joan Jolís quien con el mismo título imprimió de nuevo la novela de Cervantes. Dedicada “al mismo Don Quixote” la edición fue un éxito al ser impresa en cuatro volúmenes ilustrados en 8º, porque “con esto se logra el poderse traer consigo en el paso o en el campo, en donde puede entretenerse el curioso”.
Este modelo de bolsillo fue rápidamente copiado por el tarraconense Josep Barber en 1757, y nuevamente reimpreso por los herederos de Jolís en 1762. A partir de estas ediciones catalanas la vida editorial de la gran novela de Cervantes dio un giro definitivo. En Madrid, desde 1765 Manuel Martín imprimió decenas de ediciones con el mismo formato y conquistó al público lector, ahora como Quijote, la x se dejaba para el recuerdo. Como subrayó Rodríguez-Cepeda, Jolís y Martín dieron al Quijote “un vuelo mayor que nunca tuvo y lo convirtieron en un objeto de consumo”.
El primer traductor al catalán de El Quijote había sido Eduard Tàmaro, pero de su traducción sólo vio la luz la primera parte entre 1882 y 1883. El resto de su trabajo quedó inédito
Las numerosas ediciones catalanas del Ingenioso hidalgo en el siglo XIX se han de relacionar con una intelectualidad entusiasmada con Cervantes y su obra. De las imprentas barcelonesas salieron decenas de miles de ejemplares para todos los públicos en pequeños formatos o en folio, baratos o caros, ilustrados o no, con papel de calidad o sencillo, eso sí, la mayoría en castellano y pocos en catalán. Se comprende que esa centuria se cerrase con un estudio sobre el impacto del Quijote en la cultura catalana. En 1895 Francesc Carreras i Candi publicó Lo cervantisme a Barcelona en el que daba cuenta como habían influido en la difusión de la obra de Cervantes los intelectuales y los editores catalanes.
La traducción de 'Don Quijote' al catalán de Eduard Tàmaro (1882-1883)
El opúsculo estaba dedicado a Antoni Bulbena i Tusell, autor de la primera traducción completa al catalán impresa cuatro años antes. Antes de esta versión ya se habían publicado diversas traducciones de algunos capítulos como las de Francesc Pelagi Briz (1868, 1873 y 1875) y las de Gaietà Vidal (1873). Fueron años también de mucha polémica sobre si se debía traducir el Quijote o no. En realidad, el primer traductor al catalán había sido Eduard Tàmaro, pero de su traducción sólo vio la luz la primera parte entre 1882 y 1883 como folleto de El Principado, el resto de su trabajo quedó inédito al suspenderse la publicación de este efímero diario barcelonés.
Las ediciones catalanas en castellano fueron magníficas y superaron la veintena, sobresaliendo las de Juan Suñé, Martín de Riquer y Francisco Rico
La tercera traducción fue obra de Ildefons Rullan, impresa en Palma en 1905 con ocasión del tercer centenario del Quijote. En los meses previos a esa conmemoración se debatió en Cataluña si se debían organizar o no actos de homenaje a Cervantes. El 27 de abril de 1905, La Esquella de la Torratxa incluía una ilustración titulada “El cervell de Cervantes”, con ella se ironizaba sobre cuánto se debía al autor castellano en Cataluña. En la imagen se podía ver como un numeroso grupo de escritores pluma en mano intentaban mojar en un gran tintero con forma de cabeza de Cervantes, la leyenda al pie era concluyente: “Un tinter ahont tothom hi suca” (un tintero donde todo el mundo moja).
Según Carme Riera, fueron días y semanas de tensión y de polémica porque algunos consideraban que el Quijote había sido monopolizado “por el casticismo españolista más visceral”, un usufructo que chocaba con el incipiente nacionalismo catalán. En ese contexto, el 11 de mayo de 1905 Llexiu (seudónimo de Folch i Torres) publicó en ¡Cu-cut! una de las críticas catalanistas más anticervantistas: “Quedinse’ls castellans ab el seu Quijote y bon profit els fasi, que nosaltres no som de la seva parroquia!”.
Pese a tanta polémica y ánimo de extrañamiento, en el siglo XX la mayoría de los lectores catalanes del Quijote lo leyeron en versión original. Hasta 1969 no se publicó la cuarta traducción al catalán de Joaquim Civera, y hubo que esperar al cuarto centenario, en 2005, para que apareciera la versión mallorquina de Josep Maria Casasayas. Las ediciones catalanas en castellano fueron magníficas y superaron la veintena, sobresaliendo la muy cuidada de Juan Suñé en 1932, la de Martín de Riquer en 1944 y reeditada en numerosas ocasiones, y por supuesto la dirigida por Francisco Rico aparecida por primera vez en 1998.
No debe extrañar que la mejor colección bibliográfica cervantina del mundo se custodie en la Biblioteca de Catalunya
Nadie puede negar, como afirmó Riquer, que “los catalanes y más aún los barceloneses estamos en deuda con Cervantes”. El impacto del Quijote en Cataluña se podría medir con criterios objetivos, por la sencilla razón de que el peso editorial de Barcelona en el mundo hispánico ha sido hegemónico desde el siglo XIX. No debe extrañar que la mejor colección bibliográfica cervantina del mundo se custodie en la Biblioteca de Catalunya. A fin de cuentas, como ha recordado Rico, el cervantismo es un invento catalán.