No existe mejor propaganda que el arte. Aunque los politólogos y demás especies de las ciencias sociales no lleguen ni siquiera a sospecharlo, la publicidad interesada hecha en favor del poder –y también en beneficio de su contrario– nacen al mismo tiempo que la gran poesía, a la que desde el siglo XVIII alguien, maldita sea, cometió el error de empezar a denominar con el término literatura. Mentir es uno de los rasgos propios del ser humano. Pero hacerlo además con eficacia y hasta con belleza es un auténtico acto creativo. La diferencia con respecto a los tiempos actuales, en los que a esta misma práctica se le da el nombre eufemístico de comunicación institucional, es que mientras el arte es eterno, la propaganda es básicamente efímera. Envejece mal. Al contrario que el arte.
Nadie es capaz de identificar el móvil publicitario que se esconde en la Ilíada de Homero. No importa: su mérito fue convertir una carnicería bélica en una epopeya heroica mediante el hábil uso del ritmo del hexámetro. Algo similar sucede con la obra de Antonio de Guevara, uno de los mejores escritores del Siglo de Oro español y, paradójicamente, un desconocido para el común de los mortales. Guevara es uno de los padres de la literatura de ideas en español. El precursor del ensayo antes de que Michel de Montaigne lo inventara como el gran género moderno. En una de las anotaciones privadas de los ejemplares de su biblioteca, cobijada en la célebre torre de su maison forte, el escritor francés escribe que uno de los tratados del ilustre Guevara –el Libro Áureo de Marco Aurelio (1528)– le había regalado horas de inmensa felicidad.
Edición de 1658 del Libro Áureo de Marco Aurelio con el Relox de Príncipes (1658)
De Guevara hablan algunos de los mejores escritores de su tiempo –Cervantes lo cita en el prólogo de la Primera Parte de El Quijote; Lope de Vega ironiza sobre su figura– pero casi nadie lo lee en estos días. Ni siquiera figura, salvo como una breve nota al pie, en el particular Parnaso del español literario. Sus obras completas, editadas por la excelente Biblioteca Castro al cuidado de Emilio Blanco, que estos días lo ha evocado en la Fundación Juan March, son un regalo maravilloso para el ingenio siempre y cuando uno haga el esfuerzo –glorioso– de sumergirse en el universo de la prosa del siglo XVI, que es la gramática milagrosa del desconocido humanismo español.
Sus obras completas, editadas por la excelente Biblioteca Castro, son un regalo maravilloso para el ingenio
No es una literatura sencilla, pero contiene lecciones antológicas de cómo se pueden transmitir ideas deleitando, a la manera de los clásicos. Guevara era, igual que los escritores franceses modernos, un ilustre moralista; la diferencia es que su registro ideológico es culturalmente cristiano. Su tardía condición de clérigo, con mitra arzobispal, no debería disuadir a nadie. En la España que le tocó vivir se decía que quien deseara porfía o medro sólo tenía tres opciones: Iglesia, Mar o Casa Real. El escritor, un bastardo de la rama menor de la familia Oñate, dueña de notables mayorazgos en Cantabria, devino en franciscano por exclusión, después de que su carrera política, iniciada con el conocimiento de la corte con apenas doce años, le enseñara lo mudable de los afectos, las alianzas de interés y las guerras de influencia entre los pares.
El emperador Marco Aurelio.
La corte, a la que dibujaría como un infierno en Menosprecio de corte y alabanza de aldea, fue primero el destino soñado, por un tiempo disfrutado y, después, añorado con cierta amargura. Sin posibilidades de convertirse en un alto funcionario y con un miedo atávico al océano, su opción para limpiar su linaje –algunos críticos hablan de que sus ancestros fueron conversos de orígenes judíos– fue escribir y predicar desde las cátedras de monasterios e iglesias, pero con un ojo siempre alerta a lo que ocurría en los cenáculos del poder real.
La España en la que vivió era un reino formado por cortesanos, clérigos y plebeyos; tan grande de espíritu como pobre en cultura, a excepción de determinadas élites. Vivió en primera persona la rebelión de los comuneros y la revuelta de las germanías, siempre al lado del poder, para el que ejerció de cronista real, aunque no haya quedado rastro escrito de su condición de notario imperial. Márquez Villanueva escribió que Guevara, en la corte, fue una especie de bufón. Si fuera cierta, estamos ante el payaso a sueldo más afortunado del mundo: no se conoce otro caso en el que un bufón real termine como obispo tras convertirse en el mayor escritor de best-sellers de su tiempo no sólo en España, sino en buena parte de las cancillerías europeas.
La España en la que vivió era un reino formado por cortesanos, clérigos y plebeyos; tan grande de espíritu como pobre en cultura, a excepción de determinadas élites
Su obra habla de las historias de los antiguos emperadores romanos (Marco Aurelio, Una década de césares), ilustra sobre cuál debe ser la educación de los perfectos monarcas (Relox de Príncipes) y se demora en múltiples asuntos cortesanos y religiosos (Aviso de privados y Monte Calvario). Pero su consagración la obtiene de la reformulación del género de la epístola (fingida), una fórmula retórica que permite impartir doctrina sin que se note en exceso.
Retrato de Antonio de Guevara
Sus Epístolas Familiares, publicadas en dos tomos, son un monumento a la inteligencia, un prodigio de erudición inventada –siempre le acusaron de falsificar las numerosas citas de autoridad que incluía en sus libros, cosa que es cierta pero no hace sino mejorar su escritura– y un ejemplo de prosa fecunda. Su brillante estilo, opuesto a la sencillez natural de Fray Luis de León, ha sido considerado afectado por algunos críticos y criticado por la frecuencia de sus constantes alardes genealógicos, con los que intentaba dotarse de nobleza. Sin ser todo esto falso, nos parece una visión parcial.
Edición de las Epístolas Familiares
El éxito que cosecharon sus obras, aunque unos siglos después fueran olvidadas, sólo se explica por la calidad con la que satiriza a la sociedad de su tiempo bajo la coartada de la prédica culta. Su escritura es compleja y generosa en registros: figuras de repetición, rimas internas, antítesis expresivas y gradatios, que es el recurso de dicción que permite encadenar las cláusulas de las frases para construir parlamentos extensos, plenos de sugerencias. Sus libros tuvieron amplia difusión –más de 600 ediciones y 300 traducciones en sólo setenta años– y generaron, como suele ocurrir con aquello que tiene éxito, una amplia legión de imitadores.
Su escritura es compleja y generosa en registros: figuras de repetición, rimas internas, antítesis expresivas y gradatios
Sin su escritura no se entiende la de Cervantes. Y tampoco se comprende el proceso de maduración de la prosa escrita en español, que desde el hieratismo medieval enriquece e incorpora los principios del humanismo y el estoicismo. Guevara es un puente entre su pasado y la primera modernidad del castellano. Imitaba a los cronistas clásicos para, gracias a la magia de su retórica, conseguir que los hombres de su tiempo, especialmente los poderosos, se vieran como parte de la cadena humana de notables. Un ejercicio de estilo que sólo está al alcance de los grandes escritores.