En La Vanguardia del pasado viernes, Ramón Tamames, para “situar el problema catalán en otra tesitura y superar la fase actual”, proponía que se traslade a Barcelona las sedes del Senado y del Instituto Cervantes, y se instalen además en esta ciudad dos nuevas instituciones de nuevo cuño que deberían nacer: un Ministerio de Cuestiones Territoriales y un Consejo de España para Europa.
Todo esto supondría un gasto enorme, pero es de suponer --esto ya no lo decía el economista y político madrileño-- que puestos a reformar las instituciones del Estado para hacerlo más eficiente, ese gasto podría amortizarse suprimiendo de una vez las diputaciones, que no se sabe muy bien qué pintan en nuestra organización autonómica aparte de proporcionar sinecuras a las elites de los partidos políticos.
Sin que sea mala ni mucho menos la idea de Tamames, hay que decir que será difícil convencer a la élite política de que ponga manos a la obra, sobre todo en momentos como éstos, en que en vez de instalarse en Barcelona escapan de ella la Agencia Europea del Medicamento, la Barcelona World Race y acaso pronto el Mobile World Congress, ademas del goteo de empresas grandes y pequeñas del que informa con puntualidad este medio. Aún así, merece la pena darle vueltas a ideas como la que apunta el señor Tamames.
Iniciativas parecidas en el mundo de la cultura a lo mejor serían más hacederas y más eficientes para la restauración de los lazos de empatía y de reconocimiento del otro entre Cataluña y el resto de España. Es la acción cultural la que modula los imaginarios, los crea y los corrige.
Valones y flamencos
Pienso en el ejemplo de Bruselas. Como Bélgica es un país partido en dos, y Bruselas es la capital que se disputan valones y flamencos, ambas comunidades la cortejan con toda clase de actividades culturales, presentando una doble programación que redunda en beneficio de los habitantes. Hay donde escoger. Claro está que en esta abundancia de la oferta tiene un peso importante el hecho de que como sede de instituciones europeas vive en Bruselas una gran comunidad de funcionarios extranjeros a los que hay que entretener como sea.
El caso es que las películas, las obras de teatro y danza y otras manifestaciones culturales francesas son puestas a prueba, antes de distribuirse en el Hexágono, en Bruselas precisamente. Así, la capital belga está privilegiada por una vigorosa actividad cultural francófona. Por su parte, la comunidad flamenca flaquea en producción cultural pero no quiere ser menos que el adversario valón, y como es muy próspera en términos económicos financia, además de sus propias producciones, las representaciones de la Royal Shakespeare y otras Compañías teatrales extranjeras de postín.
El resultado para los ciudadanos bruselenses y para los funcionarios europeos que allí residen es muy beneficioso. La oferta musical, teatral, literaria a su disposición es enorme y varia.
Plantear la batalla cultural
Pienso que es posible que llegue el día en que el Estado tendrá que plantearse la difusión del legado y del imaginario cultural nacional en Cataluña. Entonces, además de las cuatro instituciones que señala Tamames, tal vez convenga instalar también en Barcelona una subsede del Museo del Prado, con una programación rotatoria --al estilo de la impresionante sucursal del Museo Ruso de San Petersburgo en Málaga, que es una verdadera bendición para la ciudad andaluza-- y una sede de la Compañía de Teatro Nacional para representar en Barcelona el acervo del teatro clásico, entre otras instituciones culturales.
A imagen y semejanza de Bruselas. Se trata de plantear la batalla cultural, una batalla incruenta, beneficiosa para todos. Por descontado que no considero probable que esto llegue a pasar, como tampoco que veamos instaladas en Barcelona las cuatro instituciones que Tamames propone. Pero imaginarlo tampoco hace daño a nadie.