Lola Pons Rodríguez es en gran medida responsable de que en los últimos tiempos el origen y la evolución del pretérito imperfecto, el maltrato sistemático del relativo posesivo cuyo o el tango que bailan diptongos e hiatos, lejos de ahuyentar, sean motivos de divertidos debates en la prensa y en las redes sociales. Profesora de Lengua Española en la Universidad de Sevilla, y anteriormente docente de Dialectología e Historia del Español en las universidades de Tubinga y Oxford, esta sevillana de 40 años es autora de Una lengua muy muy larga. Más de cien historias curiosas sobre el español (Arpa Editores), un ameno compendio que propugna otra forma, cercana y risueña, de divulgar la cultura lingüística. En su nueva y reciente edición ampliada, ese segundo muy añadido al primer título de la obra viene a celebrar el fenomenal éxito de este insólito best-seller. Convencida de la necesidad de “romper las paredes de las aulas”, ha redoblado su apuesta colaborando en espacios de televisión (La aventura del saber, en La 2), radio (Píldoras gramaticales, en Canal Sur) y actualmente en prensa (Verne, de El País).
–¿Se enseña bien la lengua en España? ¿A qué cree que se debe esa mala fama, de materia áspera, que arrastra?
–Tengo que decir en primer lugar que tengo la impresión de que los hablantes en el fondo quieren que les riñan. Lo vimos el pasado verano con el caso de “iros”: nadie en España dice “idos”, de modo que termina reconociéndose así, ¡y la gente se enfada! ¡Pero si tú no has dicho “idos” en tu vida! Parece que nos gusta que venga alguien con una regleta a echarnos un discurso admonitorio... Con respecto a la enseñanza, creo que se da mucha metalingüística demasiado pronto, enseñamos a nuestros niños qué es el acento prosódico, por ejemplo, que es un conocimiento necesario, pero no para Primaria, y en cambio no les enseñamos a que sean sensibles a los acentos extranjeros o a que sepan expresarse en voz alta y por escrito; a hacer cosas con la lengua, en definitiva. Porque yo veo que los niños se apuntan a fútbol y les enseñan a jugar a fútbol, no les dan historia del fútbol ni se pasan horas y horas estudiando de qué está hecho el balón.
–¿Sigue siendo la divulgación una tarea pendiente de la universidad española?
–Sí, y me parece que se debe en parte a que las instancias superiores no la han promovido ni valorado, y en cambio han privilegiado la gestión universitaria como factor para lograr la promoción laboral. Hay además una idea secular de que la universidad es una institución elitista y la aspiración de muchos dentro de ella, no vamos a negarlo, es que siga siéndolo. Pero creo que eso está cambiando, en parte porque ahora, con las redes sociales, ya no se puede no hacer universidad atendiendo a su etimología.
Concedemos una gran capacidad de creación de realidad al diccionario, cuando sólo depende de nosotros hacer un uso no denigrante de las palabras
–Dijo Orwell, en una cita muy famosa, que la primera corrupción es lingüística. En ese aspecto, ¿qué dice sobre nuestra sociedad esta neolengua que nos invade, en la que todo es emprendimiento, crecimiento negativo o reestructuración en vez de despido?
–Qué pesadez, sí. Cuando a algún portavoz político le da por poner palabras o expresiones de moda como implementar u hoja de ruta, para mí es como si estuviesen dando un discurso en el Parlamento con chancletas, tan escaso es el valor de esas palabras. Es cierto que siempre ha habido corrientes de palabras ligadas al discurso político y siempre se han criticado, en el XIX era ya muy frecuente, pero se destilaban de forma mucho más lenta, en la literatura o el periodismo, y sólo unas pocas terminaban integrándose en la lengua estándar. Ahora basta que alguien lo diga hoy por la noche en el telediario para que mañana lo repita otro, salte al discurso deportivo de los programas de madrugada y ya tengamos a todo el mundo repitiendo esa palabra. Este tipo de propagación tan poco democrática debería al menos obligar a los políticos a asumir su responsabilidad lingüística. Porque por supuesto una redistribución de efectivos no es lo mismo que un despido. Son cosas que pasan cuando sólo importa el lema, en lugar del fuego lento del pensamiento y el mimo de las palabras.
–Suele haber siempre un gran alarmismo con respecto a la escritura ligada a las nuevas formas de comunicación, desde las redes sociales al WhatsApp. ¿Hay elementos para evaluar ya un impacto cierto de esos nuevos hábitos?
–Si eres filóloga y tus vecinos lo saben, es fácil que en la típica charla de ascensor te digan “antes sí que se escribía bien, no ahora los chavales con el móvil”, y yo en absoluto estoy de acuerdo. Antes también se abreviaba, y muchísimo más que hoy, y cuando digo antes me refiero por ejemplo a la Edad Media. También hubo muchos aspavientos cuando se inventó el telégrafo y para ahorrar la gente mandaba un telegrama diciendo “muerte abuela”, y punto, y hasta donde sé los verbos no han desaparecido. Ahora la gente se lleva las manos a la cabeza porque nuestros niños dicen “LOL”, pero no pasó nada cuando se inventó el correo postal y se acuñó una nueva palabra, “sobre”. El alarmismo no está justificado.
–Hoy el inglés tiene una capacidad hegemónica para nombrar nuevas realidades, lo que supone un poderoso acto de dominio cultural. ¿Está perdiendo esta batalla el español?
–No sé si la está perdiendo, pero desde luego la tiene que librar. Desde el siglo XIII el castellano se fue construyendo como lengua elaborada, hubo un enorme esfuerzo de importación y traducción de léxico científico, técnico, de todos los ámbitos, para no recurrir al latín, el árabe o el hebreo. O en el XIX, cuando se pensaba que no había ninguna lengua para la filosofía como el alemán, y sin embargo se vertieron al castellano muchísimas palabras de aquél, así que resulta que ninguna lengua es superior a otra en capacidad de expresión. Pero hay que hacer el esfuerzo, claro, y en este aspecto hay un retroceso. Y vuelvo a la política universitaria española, que en este sentido me parece peligrosa porque favorece los artículos escritos en una lengua distinta al español: una locura. Si seguimos así, corremos el riesgo de acabar cayendo en una especie de diglosia provocada por el uso recurrente del inglés... Y bueno, a veces sencillamente somos muy papanatas, porque llamar “outfit” a un atuendo que uno lleva, mira, yo qué sé...
La inmersión lingüística puede ser una cuestión pragmática, pero depende de en qué términos se plantee. Al final, es la sociedad la que tiene que regular el uso que hace de las lenguas
–Tras el antiguo hit de “miembra”, hace poco llegó “portavoza”. ¿Tiene límites el lenguaje inclusivo?
–Lo queramos o no, el límite está en la comunidad de habla. Un cambio lingüístico tiene dos partes siempre: la innovación y la difusión. O sea, que tú puedes inventarte una palabra, aquí, ahora mismo, pero si luego sólo la usas tú... En su momento fueron inventos llamar a los hombres “modistos”, “azafatos” o “matrones”, y a las mujeres “pilotas” o “juezas”, y sí se han difundido. Lo que llega al habla común es aquello que todos los hablantes, de manera democrática, sin que una autoridad lo imponga, terminamos adoptando. Y ésa es la gracia de la historia de la lengua.
–¿Es sexista el diccionario?
–El diccionario refleja la ideología de los hablantes que usan las palabras del diccionario. Yo entiendo que por ejemplo la definición que se daba de “sexo débil” necesitaba una marca, un aviso al lector de que ese uso es despectivo. Ahora bien, lo que no se puede hacer es censurar el diccionario, porque eliminar la palabra “dictador” no va a hacer desaparecer a los dictadores. Concedemos una gran capacidad de creación de realidad al diccionario, cuando sólo depende de nosotros hacer un uso no denigrante de las palabras.
–Me avisó antes de empezar de que aborrece los debates sobre lengua y política o poder...
–Es que al final el debate deriva siempre en las cuestiones impuestas desde arriba, es decir, en la planificación lingüística, como estamos viendo últimamente en España, qué lenguas se utilizan en los colegios, en las instancias públicas, etcétera. Y esos debates pueden ser lesivos para las partes implicadas, más aún si la lengua se convierte como también está ocurriendo en un hecho identitario primordial y da lugar a tanto enconamiento. Me da mucha pena que la lengua se haya convertido en un campo de batalla, porque yo creo que las lenguas de España son riqueza y que hay que ser tolerantes con ellas.
–Con respecto a Cataluña, ¿le parece un verdadero problema la política de inmersión lingüística?
–A ver, tú me quieres sacar un titular, que te estoy viendo venir... Yo creo que no lo es, pero para matizar esa idea hace falta algo más extenso que un titular.
–No me dé un titular, deme cuantos matices quiera...
–Es que estas cosas siempre se malinterpretan... A ver, yo creo que la inmersión puede ser una cuestión pragmática, pero depende de en qué términos se plantee. Al final, es la sociedad la que tiene que regular el uso que hace de las lenguas. Yo he viajado por toda España y no he tenido nunca problemas de comunicación, pero si algunos ciudadanos piensan que lo hay, pues supongo que hay instancias políticas para resolver este tipo de conflictos. Pasa como con el tema educativo: cuando se hacen dos mil normativas distintas sin escuchar a los profesores, se nos jodió el Perú. Tengo la misma sensación con la planificación lingüística. Yo lo que sé es que las lenguas son libertad, vehículos de comunicación, ¡no son otra cosa que eso!, y cuando la política mete mucho la mano ahí puede estropearse la convivencia.
–Suele plantearse esta cuestión como una dicotomía, o español o catalán, pero ¿cabría hablar de una especie de tercera vía, del español de Cataluña, con sus rasgos propios y específicos al igual que los tiene el español hablado en Andalucía o Galicia?
–Esa es una perspectiva interesante y quizás sería necesario insistir en ella. Curiosamente una alumna mía, Ana Matilla, realizó su investigación sobre uno de los primeros libros que se escribieron al respecto, una obra aparecida en 1844, Colección de vocablos y modismos usados por los catalanes cuando hablan el castellano, hecha por un comerciante textil, Joaquín Casanovas y Ferrán, que por cierto vivió en Sevilla. Cataluña, al igual que Aragón, fue muy relevante para el castellano en la Edad Media, porque en esa época, con la dinastía de los Trastámara, hubo un vínculo constante entre Cataluña, Aragón y Castilla, y debido a las posesiones que había entonces en Nápoles, la zona sirvió de correa de transmisión de muchos rasgos del primer Renacimiento italiano que se incorporaron al castellano entrando por la parte oriental de la península. Bajo esta óptica, es inevitable reírse cuando alguien dice que una lengua es pura o que en tal zona se habla el mejor castellano. No hay lengua pura, en todo el caso el esperanto, que es inventado. Absolutamente toda lengua es mezcla.
Se puede dictar qué lengua se usa en un entorno u otro, pero la última decisión la tienen los hablantes. Y estos, en general, privilegian la finalidad de la comunicación antes que una decisión de las instancias oficiales (...) Al final la gente, cuando se junta, lo que quiere es comunicarse, hacerse entender, y para eso siempre se encuentra el modo de hacerlo
–¿Conlleva alguna clase de ventaja empírica el hecho de que en un territorio exista una sola lengua vehicular?
–Insisto: lo importante es la decisión de los hablantes. Por aquello que decíamos antes, se puede dictar qué lengua se usa en un entorno u otro, pero la última decisión la tienen los hablantes. Y estos, en general, privilegian la finalidad de la comunicación antes que una decisión de las instancias oficiales. Esto lo vemos ahora, porque en el día a día de la calle las lenguas no son un problema, y lo veíamos en la Edad Media, cuando España era también un territorio multilingüe, y había gente que hablaba árabe, y comerciantes que venían de lo que hoy es Italia, y francos por otra parte, y tampoco había problema alguno. Al final la gente, cuando se junta, lo que quiere es comunicarse, hacerse entender, y para eso siempre se encuentra el modo de hacerlo.
–Decía Antonio de Nebrija de la lengua que era “compañera del imperio”. ¿Esto sigue funcionando así, al menos en clave interna, española?
–No debería, y mira que yo por Nebrija siento una reverencia absoluta, me parece un filólogo muy moderno, muy innovador, pero posiblemente cuando escribió aquello estaba pensando en una posible expansión africana de los Reyes Católicos, ni siquiera en América. Además, no pensemos que aquí somos más dueños de la lengua que en ningún otro lugar, porque los españoles constituimos un tanto por ciento muy pequeñito, ni el 10%, de los hispanohablantes en todo el mundo. El español no es de España ni tampoco de América, es de todos, así que no es de nadie. De modo que no tiene sentido en absoluto hablar hoy del idioma en esos términos.