En el español de México y de otros países hispanoamericanos, plagio es secuestro, equivalente también a levantamiento. Por desgracia, levantamientos, secuestros, plagios, están a la orden del día y de la noche, en perpetuo y siniestro carrusel, en aquellas latitudes. En la literatura son también frecuentes los plagios: esas abducciones de textos ajenos, esos raptos de ideas, versos, investigaciones. Recientemente publicaba aquí con qué pasmosa insolencia se saquea a Shakespeare. Como para abonar mi tesis, que no es teoría sino práctica comprobada y no menos sangrante que un homicidio doloso, hace unos días saltaba la denuncia de un catedrático de la UNAM (Universidad Autónoma Nacional de México) que había comprobado, frotándose los ojos ante el estupor, que su traducción de La comedia de los enredos había sido plagiada, secuestrada, levantada, para un montaje del que ha sido responsable Carlota Pérez-Reverte Mañas. Además no fue la suya la única traducción robada: sus versos se mezclaron en la coctelera del descaro con los de dos versiones más, asegura. Alfred Michel Modenessi, que así se llama el catedrático traductor, ha mostrado ejemplos que no permiten duda.
Todo traductor de un clásico tiene ante la vista las traducciones anteriores de la obra en la que está trabajando: le ayuda a ver el sentido que otros han dado a pasajes oscuros, a admirar soluciones ajenas, a comprobar los aciertos propios. Busca tanto acercarse más aún a la diana como diferenciarse de sus predecesores. Aunque de principio a fin haga su trabajo a partir del original, se deja acompañar por otros en el viaje, lo que no significa que todos tropiecen con las mismas piedras o acierten de manera igual en la representación del recorrido. Lo que ya no es lícito es el hurto de frases, versos o párrafos enteros. Esto es más de ladrón de guante blanco que de traductor. En el penoso caso de La comedia de los enredos, que más que cómico es trágico, alguien que presumiblemente no se ha medido directamente con el texto del Bardo se ha llevado lo que le ha parecido de quienes sí lo han traducido, causando un perjuicio a estos y al público, al que también se defrauda.
¿Inspiración o rapiña?
T. S. Eliot, que fue no solo el poeta de La tierra baldía sino también un fino crítico y editor, apuntó una vez en uno de sus ensayos recogidos en El bosque sagrado esto que es un gran aforismo y como tal indemostrable más allá de la frase en la que impera: “Los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban; los malos poetas desfiguran lo que toman, y los buenos lo convierten en algo mejor o al menos diferente”. Es lo que se ha hecho siempre, y el mismo Eliot tuvo muy cerca (le corrigió y podó a fondo su libro más famoso) el caso de Ezra Pound, que hizo de su capa un sayo al adaptar a Propercio en un “homenaje” que escandalizó a algunos estirados académicos, que recorrió las sendas poéticas de Provenza haciéndose ventrílocuo de los viejos trovadores, que se rasgó los ojos, y acaso las vestiduras de otros, haciendo versiones de poetas chinos y japoneses en el bellísimo Cathay. Hasta el apodo que le confirió Eliot en la dedicatoria de La tierra baldía, Il miglior fabbro, es una apropiación: se trata de la fórmula con la que Dante se refiere a Arnaut Daniel en la Comedia.
¿Pero qué tiene que ver hallar la inspiración en otros, preferiblemente remotos en el tiempo como recomendaba Eliot, con el desahogo de rapiñar lo que debería ser trabajo que haga uno? A veces, un traductor se sirve de otro ante la imposibilidad de realizar solo el empeño: esto puede ser mediante la pactada categoría del negro o a través de la expresión de la fórmula “con la colaboración de”. ¿Qué colaboración puede darse con alguien a quien no se le consulta y de quien se parasita el esfuerzo? El traductor mexicano de Shakespeare, que tiene un currículo brillante, habla de “uso indebido, no autorizado ni acreditado”, sin emplear directamente la palabra plagio. Es su manera de traducir lo que también puede ser llamado de esta manera.
Vieja historia
Modenessi publicó su traducción en una colección de tres tomos en la que se ponen a disposición del público español todas las obras de teatro de Shakespeare bajo la dirección de Ángel Luis Pujante, que es quien más dramas traduce. Precisamente el nombre de Pujante adquirió notoriedad por razones de plagio en 1990 cuando Manuel Vázquez Montalbán firmó un Julio César que era casi un calco del suyo y fue condenado. La excelencia, como un reloj vistoso, atrae a los amigos de lo ajeno.
Es una vieja historia la de los plagios en la traducción. Al menos en la actualidad hay un amparo legal para el plagiado, como establece la Ley de Propiedad Intelectual. En épocas de inseguridad jurídica, muchos traductores aprestaban sus armas para defenderse y ponían en marcha tácticas afines a las que el propietario de un campo hace al colocar vidrios rotos sobre la tapia. Por ejemplo, cambiando aquí y allá algún nombre del original, modificando una distancia, un número, un detalle que, si el traductor espurio no tenía en cuenta, podía delatarlo. Armas de traductor contra traiciones.