El mes próximo organiza el CLAC un ciclo sobre Don Quijote en Barcelona, que es un tema felizmente casi infinito, entre cuyas variaciones recuerdo la exposición en la Pedrera comisariada en el año 2005 por Giménez-Frontín Visiones del Quijote, con obras de Picasso, Dalí, Gustavo Doré, Daumier, Joan Ponç, Saura y otros ases de la pintura. Riquer tiene un libro si no recuerdo mal titulado precisamente Cervantes en Barcelona, y más recientemente Micó publicó un breve ensayo sobre los motivos del novelista para desviar al caballero andante de su prevista ruta hacia Zaragoza y conducirlo a Barcelona, en cuyas playas se verá enfrentado al realismo implacable de la Vida Real de una forma decisiva, sin posibilidad de ninguna fuga más hacia el reino de la fantasía. O sea, a la derrota y la muerte.
En Barcelona, el flaco protagonista de los mil disparates se verá transformado en observador de muchos prodigios --comenzando ya por los bandidos ahorcados que se encuentra colgando de los árboles de las inmediaciones de la ciudad: aguja de brújula que le demuestra que está llegando a Barcelona--; prodigios a los que asiste, raramente pasivo, hasta que es desafiado en duelo en la playa de la Barceloneta (sí, donde ahora mismo están en marcha mil paellas y mil jarras de sangría) por el caballero de la Blanca Luna. Lance en el que ya no cabe pasividad alguna, claro.
Experiencias extremas
La playa es el lugar de la derrota catastrófica, pero antes Don Quijote ha podido observar una batalla naval contra un bajel de piratas argelinos que han sido hechos presos. Todo ese episodio es también memorable. Tengo la convicción de que en las horas en que Cervantes escribía esas páginas recordaba los meses más decisivos de su vida: o sea, los días de la Batalla de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos”, donde se comportó heroicamente y fue herido, y la posterior intercepción del barco con el que regresaba a España por embarcaciones de piratas de Argel. Jugadas de dados en los que se vio pasando en pocos días de la gloria al purgatorio, de las horas triunfales a los largos años de cautividad. Terrible lección del azar.
Imagino a don Miguel escribiendo ese episodio barcelonés y final del Caballero de la Triste Figura mientras en su conciencia cristalizaban una vez más aquellas extremas experiencias bélicas de su juventud, los hechos de 1571. Es el mismo mar de la literatura de la senectud y el mar de las horas peligrosas de la juventud. Imagino que esto también contribuye a darle al pasaje barcelonés del Quijote esa cualidad única, extraordinaria, que todos reconocen.