A mi padre, para que desde donde esté pueda seguir sintiendo la Alemania libre que le acogió.
A día de hoy, acogerse ciegamente a unas siglas o a una única bandera es tan estúpido como ser lector de un solo libro, aunque éste se trate del Quijote. En el siempre turbio negocio de la política se repite tanto la contradicción como la ambigüedad que, el hombre acogido a un único ideario no sólo humilla irresolublemente su orgullo y sus principios sino que, tratando de imponer su lógica, quiebra las libertades de los demás. Ese es el principal hecho que siempre ha recogido la Historia, siglo tras siglo, y que tan bien analiza Fromm en El miedo a la libertad (1941): "El individuo trata de superar el sentimiento de insignificancia experimentado frente al poder [...], renunciando a su integridad individual o bien destruyendo a los demás, a fin de que el mundo deje de ser tan amenazante". En éste último mecanismo de evasión, ante la eliminación de la amenaza se produciría "la inflación del propio yo". Un ejemplo de ello son los campos de concentración nazis, muchos de ellos aunque regentados por la SS estaban dirigidos por capos comunistas.
Sobre ello escribe como testigo el también comunista de origen holandés Nico Rost, en su obra Goethe in Dachau (Goethe en Dachau) (1948), el primer libro prohibido por la República Democrática Alemana (RDA). Al parecer, al Partido Socialista Unificado de Alemania no le interesaba que se pusiera en tela de juicio el mito antifascista de la resistencia heroica del comunismo. Y mucho menos, que se sospechase que por resolución del comité central del 2 de agosto del 48, se amnistiase a altos funcionarios nazis para que ocuparan cargos importantes en la dirección del nuevo Estado socialista. Pero ni ese fue el único libro purgado, ni los prosoviéticos fueron los únicos que purgaron.
"Libros enemigos del socialismo"
Tras la Guerra, las cuatro potencias aliadas (Francia, Reino Unido, EEUU y la URRS) encargadas de que no quedasen ascuas de resquemor nazi eliminaron de bibliotecas, librerías y editoriales cualquier herencia impresa del régimen del terror. El 13 de mayo del 46, el Consejo de Control Aliado dictó orden de destruir libros fascistas y militaristas que incitaran al odio, en perjuicio de investigadores y analistas que perdían una fuente imprescindible para desvelar sus causas y adoctrinamiento. Tres meses más tarde, ante las objeciones de los historiadores, el Consejo respondió con la siguiente misiva: "Estos escritos deberán guardarse en lugares, donde, bajo la estricta vigilancia de las autoridades del Consejo de Control Aliado, podrán ser consultados por los investigadores alemanes y por otros alemanes a quienes los aliados hayan concedido el permiso correspondiente".
Para la identificación de obras nazis se creó un catálogo de "libros que deben ser apartados", ampliándose con tres suplementos editados en el 46, 48 y 53. El de 1953, sólo en vigor en la RDA, incluía además un listado de "libros enemigos del socialismo".
Contradicciones literarias
En la larga lista del 46, que contemplaba unos 14.000 libros de ideario nazi, encontramos títulos como Geflügelte Worte (Palabras aladas) en su edición del 43, ampliada con citas de autores afines al régimen. También se catalogó la propaganda que escribió el poeta de mayor influjo de Alemania, Gottfried Benn, o las obras de Ernst Jünger Der Kampf als inneres Erlebnis (La lucha como experiencia interior) (1922) y Feuer and Blut (Fuego y sangre) (1925). En las novelas aparecían los títulos Jugend in Waffen (Juventud en armas) (1936) y Panzer nach vorn (Adelante, Panzer) (1939), del autor Herbert Reinecker, quien mostraría más tarde sus dotes como guionista en la Deutsche Film AG de la RDA. Es curioso que los tres suplementos editados se vieran ampliados en la República Democrática al incluir las categorías de obras "antidemocráticas" y "pacifistas", donde se indizaban las obras con opiniones contrarias al partido único.
Aquellas listas eran un saco sin fondo que acabaría llenándose de contradicciones del régimen. 1984, del socialista George Orwell, fue prohibido por considerar peligroso la descripción que el autor hacía de una distopía totalitaria. "El libro no es sólo una amenaza para el Estado, sino que pone en manos del lector material difamatorio contra el mismo y especialmente contra la URSS y todos los estados socialistas", así lo justificaban. Tres años en el trullo cumplió el ciudadano Baldur Haase por haber prestado la novela a unos amigos. Dos años y cuatro meses le cayeron a un teólogo de Chemnitz por haberla leído en el año en que los españoles aprobamos la Constitución. Y es que en la RDA había tanto control que se dio el caso de que en una manifestación en su contra, a mediados de los ochenta, los chivatos de la Stasi engordaron la cifra de manifestantes triplicándola con su sola presencia. Acabaron espiándose entre ellos porque no había ni un opositor. Al parecer, la premisa con la que regresó el Grupo Ulbricht a su país, formado por alemanes exiliados en Moscú, parecía cumplirse: "Que parezca democrático, pero tenemos que controlarlo todo".