La gran diferencia entre un historiador y un periodista, además de la formación, que en el primer caso suele ser académica y en el segundo sencillamente silvestre, es que el primero estudia los hechos del pasado con la seguridad de que no van a volver a repetirse, entre otras cosas porque sus protagonistas suelen estar muertos. El periodista, en cambio, opera sobre un presente en marcha que no deja de cambiar --aunque sea para no moverse del sitio-- y cuyos personajes no sólo respiran, sino que en algunos casos pueden dejarle directamente sin aliento. Cuando un periodista se sienta a escribir, lo que tiene es un material pasajero, casual, sin orden y cuya perdurabilidad es un misterio. Por eso el buen periodismo es siempre un work in progress que consiste en poner orden al caos antes del cierre (mortal) de la edición.
La condición singular de los grandes maestros de este oficio no es tanto contar con alguna exclusiva --siempre son bienvenidas en las redacciones-- como ser capaz de captar, a partir de lo inmediato, aquellas cosas que son perdurables a pesar de su aparente condición de hechos efímeros. Esto es lo que ha hecho Gay Talese (Ocean City, 1932) toda su vida. El escritor norteamericano, que forma parte de las particulares galerías de santos que hacemos todos los periodistas, copa estos días páginas en los diarios de papel con motivo de la tardía reedición en español --vía Alfaguara-- de El Puente, su segundo libro, publicado en inglés en 1964 y donde se narra la desconocida gesta de los obreros que construyeron el Verrazano-Narrows, la gigantesca pasarela artificial que une Brooklyn con Staten Island. Con 86 años cumplidos y su estampa de dandy neoyorkino, el crooner del slow journalism, cuya elegancia es herencia de un padre con el que nunca se llevó bien pero del que descubrió que el hábito hace al monje, Talese defiende a Trump, carga contra lo políticamente correcto y resta importancia al célebre patinazo que supuso El Motel del Voyeur, aquel libro sobre el dueño de un hotel que se dedicaba a espiar las perversiones de sus clientes y que tenía más de fábula que de realidad. Una tragedia para alguien que observa la realidad en lugar de inventarla.
Periodismo 'retro'
Talese interpreta muy bien su propio personaje: un católico de origen italiano, vecino del Upper East Side, que practica el periodismo a la manera de las generaciones pretéritas, sin teléfono y sin internet. Sólo con la libreta, el arte de la empatía y la capacidad de escuchar. La profesión, herida por un pasado que se ha evaporado sin decir adiós y espantada por un futuro incierto, se rinde a sus pies con nostalgia. El periodismo retro de Talese, sin embargo, es literatura prosaica. Realista. En esto, más que en otras cosas, sí fue un pionero: supo ver antes que nadie, cuando ejercía la profesión en The New York Times, donde llegó por el enchufe de un amigo de la universidad, que si quería escribir no ficción el mejor sitio para hacerlo no era el periódico, sino las revistas (en una primera fase) y los libros (después).
El periodista y escritor Gay Talese / DAVID SHANKBONE
Su intrahistoria, contada con maestría por Marc Weingarten en esa joya que es La Banda que escribía torcido. Una historia del Nuevo Periodismo, editada por Libros del K.O., un sello independiente que ha hecho por el periodismo en España más que los grandes grupos editoriales, nos muestra a un muchacho --ahora anciano-- que aprendió a escuchar a los demás imitando a su madre --dueña de una pequeña tienda-- y descubrió que la elegancia --su padre era sastre-- podría abrirle puertas para mejorar su posición social. Su porvenir, al principio, no parecía muy prometedor en términos académicos. Talese fue un estudiante catastrófico que pasaba de curso sólo porque su padre no le cobraba la tintorería de las sotanas a los curas que lo educaban. Tras ser rechazado por todas las universidades, logró ser admitido en Alabama gracias a los oficios del médico de su familia. De New Jersey se marchó al Sur, donde empezó a leer literatura seria y comenzó a escribir crónicas deportivas en el diario de esta institución.
Diálogos
Así, escribiendo gacetillas, descubrió las secretas artes de la composición. Y algunas lecciones básicas. Por ejemplo: cualquier texto narrativo funciona mejor si se estructura a partir de una serie de escenas concretas y se utilizan los diálogos para darle vivacidad a los interludios. En 1953, tras graduarse, se fue directamente a ver al director general de The New York Times Company, un tal Turner Catledge, por el demencial consejo de un compañero de aula, que casualmente era su sobrino. La escena parece sacada de un chiste de Gila:
Calle 43. Planta baja. Recepción de la Vieja Dama Gris. Interior día.
--Está el Sr. Turner Catledge.
--¿De parte de quién?
--Dígale que soy Gay Talese.
--¿Quién?
--Talese, de Ocean City.
Anonimato y originalidad
Dos semanas más tarde ya tenía un puesto de ayudante en las entrañas del periódico, al que en 1969 dedicaría El Poder y el Reino, un apasionante libro sobre la historia de The New York Times que inexplicablemente continúa agotado en español. La única edición existente en castellano, obra de la editorial Grijalbo, se vende de segunda mano en Amazon por 350 euros. Talese comenzó escribiendo en el Times aquello que --antes-- se llamaban crónicas "de interés general". Léase: estampas de color sobre los jubilados que se desplazaban en silla de ruedas por los balnearios de Atlantic City, reseñas de los torneos de bolos, gacetas sobre los partidos de béisbol, crónicas de boxeo y notas sobre los musicales de Broadway. No hay mejor fogueo para un plumilla: los temas menores son los que descubren a los grandes periodistas.
'Esquire'
La gran oportunidad vino de la mano de Esquire, la revista de tendencias cuyo responsable, Harold Hayes, le encargó una serie de reportajes sobre Nueva York. Estas crónicas lo consagraron como un voyeur profesional, capaz de ver en las calles lo que otros no percibían teniéndolo justo delante de la nariz. Empezó ganando 500 dólares por artículo. Tras retratar a tipos como Frank Costello, uno de los grandes gánsters de la época, pasó a cobrar 850 pavos por pieza. Esquire ya tenía a su estrella y Talese, además de los cheques, la posibilidad de ejercer el periodismo maratoniano que deseaba hacer. No tardó en abandonar las estrechas columnas del Times, donde otros hubieran dado la vida por colocar un texto breve, aunque fuera anónimo. Se convirtió así en un freelance pionero que seleccionaba sobre qué y dónde convenía publicar una historia. Algo que, entonces y ahora, sólo es posible en Estados Unidos, cuya prensa podía invertir en escritores de calidad gracias al mercado publicitario y a las cifras de venta al número. Un ecosistema que permitía a los periodistas, entonces gente humilde y decidida, sentarse frente al poder con conciencia de cuál era su función --encontrar la verdad-- y cuál debía de ser su método --la independencia--.
Talese hacía periodismo por su cuenta. Siguió escribiendo en revistas, pero rentabilizó su trabajo gracias a los libros, que permitían la extensión deseada para relatar sus historias y le garantizaban --a través de los derechos de autor-- una suficiencia financiera que jamás hubiera encontrado en las plantillas de los diarios. Sólo había que elegir bien los temas. Su historia de The New York Times fue un best-seller antes de que se iniciasen los setenta. La soberbia reconstrucción del mundo de la mafia vista desde dentro --Honrarás a tu padre-- vendió 2,2 millones de ejemplares sólo en su edición de bolsillo. Su polémica historia sobre las perversiones sexuales en la América de los años setenta --No desearás a la mujer de tu prójimo-- fue contratada en 1981 por casi dos millones de dólares. Talese era un escritor lento y meticuloso. Elegante y pulcro. Un periodista extraordinariamente inteligente que, al contrario que muchos otros de sus colegas, desde el principio supo hacer dinero con su oficio sin tener que sacrificar ni la calidad ni venderse al mejor postor.