Estoy consternado --quién no-- por la censura al artista Santiago Sierra que exponía en Arco una serie de fotografías con los rostros pixelados de los presos políticos españoles.
Es cierto, es evidente que la pieza de Sierra estaba pensada precisamente para provocar y desagradar, pues todos esos presos políticos son en realidad, como todos en España sabemos, criminales de distinta laya y condición: etarras y separatistas. Pero aún y así, ¿era necesario que la dirección de la feria de arte reclamase la retirada de la obra que les ensalza, brindándoles publicidad gratuita y dañando la reputación del país? No, no era necesario. La censura de Ifema es la que ha hecho grande --por unos días-- una obra banal.
Este pequeño escándalo subraya la persistencia en nuestro país de un atavismo intolerante y represor, del cual la última muestra es la cancelación, por parte del Ayuntamiento de Barcelona, de un acto en la Casa Elizalde de la calle Valencia que iba a ser protagonizado por Ramón de España --colaborador de este medio-- y otros conciudadanos de Tabarnia.
Es el mismo impulso censor y facha de la dirección de Ifema, que ha demostrado no tener ni idea de lo que es el territorio del arte, espacio libre donde no rige la autoridad convencional, con el agravamiento de que aquí, en Barcelona, el censor es la misma administración pública. A la señora Colau se le está poniendo cara de soviet y de prusesista. Una pena.
Benet y el arte de Sierra
Haciendo de la necesidad virtud, el caso de Arco y la desdichada obra de Santiago Sierra --adquirida por supuestamente 80.000 euros por Tatxo Benet y que será expuesta en el Museo de Lleida--, aunque ésta no sea sino la cansina vulgarización de las famosas series de retratos de Boltanski, podría utilizarse como estímulo para investigar, en Holanda y en Barcelona, cómo dos empleados de TV3%, Benet y Jaume Roures, se hicieron multimillonarios rápidamente y se convirtieron en fastidiosos enemigos del Estado español.
Si no se habla en la prensa de ese enriquecimiento quizá sea por la llamativa inclinación de Roures a denunciar ante los tribunales de justicia a sus antiguos colegas periodistas (a mí mismo me denunció, en vano, años atrás, con motivo de mi crítica en El País a una de sus películas especialmente lamentable).
En cuanto a Santiago Sierra, cabe decir que por el mismo hecho de atreverse a ser, o intentar ser, artista merece un respeto. Por lo menos para mí.
Pero quizá sea el artista vivo que más me repugna desde que supe de su obra Once personas remuneradas para aprender una frase --donde paga una miseria para que unas indígenas mexicanas repitan una frase en español cuyo significado no comprenden--, o de sus happenings consistentes en tatuar, literalmente, una línea de tinta en la espalda de unas mujeres misérrimas a cambio de unos céntimos, o en encerrarlas en recintos asfixiantes, entre otras obras en las que so pretexto de denunciar el colonialismo lo reproduce, y que para mí no son sino ejercicios de sadismo disfrazados de acontecimientos libertarios.
Que Tatxo Benet haya comprado su última y escandalosa pieza es muy coherente y muy divertido. Y que el museo de Lleida la exponga, especialmente regocijante. ¡Adelante con los faroles!