Existe en el mundo una escritora que, aunque nació en Montreal, se crió devorando novela gótica y deliciosa comedia negra británica. Su nombre es Martine Desjardins y, aunque los amantes de la literatura que no teme coquetear con lo fantástico, aunque el coqueteo se limite, en este caso, a darle una conciencia a una mansión con aspecto de banco, aburrida de que sus inquilinos y dueños sean tan poderosamente tacaños que se nieguen a cuidarla, no hayan oído hablar de ella por aquí, podría considerársela un clásico contemporáneo, pues ha recibido en dos ocasiones el Jacques-Brossard de Ciencia Ficción y Narrativa Fantástica. Jacques-Brossard fue también escritor, y también nació en Montreal. Pero nunca escribió nada parecido a La cámara verde (Impedimenta), el libro con el que Martine Desjardins se hizo con su segundo Jacques-Brossard, una deliciosa novela gótico familiar que funciona como una abrasiva (y divertidísima) sátira sobre la raíz del problema del capitalismo: la codicia infinita. La codicia feroz. La codicia y el delirio.
No, la Casa Delorme no tiene nada que ver con la famosa Casa Usher de Edgar Allan Poe. No hay dentro ni un solo artista, a menos que pueda considerarse arte al acumule de monedas y billetes, al ahorro enfermizo, a una más que absurda y, por otro lado, fascinante visión de la vida en la que lo no hecho, lo no disfrutado, se considera victoria, triunfo del bien sobre el mal. Porque el mal, para los Delorme, no es el capital, sino la ausencia del mismo. De hecho, la familia tiene su propia religión. Ajá, y un Dios al que rendir culto, en la curiosa cámara verde del título, una cámara acorazada, oculta en su maltratada mansión con aspecto de banco (sí, a su venerable fundador, Louis-Dollard Delorme, le obsesionan, desde niño, evidentemente, los bancos, a la manera en que a otros niños les obsesionan los trenes y los aviones, los coches y los camiones de bomberos). Un Dios que tiene aspecto de moneda, y que es la primera moneda que ganó el patriarca de la familia, un tipo llamado Prosper, una moneda que es un amuleto, porque, dicen, atrae a todas las demás. Pero todo el mundo sabe que lo único que atrae al dinero es la voluntad de hacerlo y de, una vez hecho, conservarlo.
Porque, diríamos, el que hizo todo ese dinero fue Prosper, y lo único que hacen su hijo, Louis-Dollard, y su nuera, Estelle --que han tenido un hijo al que aborrecen porque saben que está destinado a dilapidarlo todo, así son las cosas en el Reino del Dinero: la primera generación lo hace, la segunda, lo conserva, la tercera, lo quema--, es mantenerlo. ¿Y qué hacen para mantenerlo? Por ejemplo, tomar Postum, un pésimo sustituto del café soluble que dejó de estar de moda casi cuando se inventó, en 1895. ¿Y por qué? Porque "un solo frasco de cuarto de kilo, que equivale a setenta y cinco cucharaditas colmadas de polvo, da para unas trescientas tazas" si se usa con moderación. "Y por eso el frasco de los Delorme, comprado hace doce años, sigue todavía medio lleno". Ajajá. Imaginen lo que comen. Nada, o casi nada. Y esa nada es una nada insípida, porque nunca se le añade nada que pueda suponer un gasto extra. Ni que decir tiene que la casa, la narradora de esta historia --y he aquí lo fantástico: es la casa quien nos cuenta la historia, y hace algo más que contar la historia, abrir puertas, cerrarlas, dejar entrar a quien no debería, o sí--, está harta de todos ellos. Que le avergüenzan sus cortinas (feas y viejas), sus alfombras (gastadas, horribles), el estado (bochornoso) de sus paredes, el mobiliario abominablemente barato, todo lo que han hecho con ella.
'Naughty gothic horror'
Pero ¿puede una casa cambiar su destino? Sí, si es la Casa Delorme. La casa por la que se pasean chicas que crean juegos de mesa sobre atracar bancos y acaban haciéndose millonarias (o eso parece), hermanas solteronas obsesionadas con los jardineros de un peculiar club de tenis que, sabiendo que jamás podrán comprar una falda plisada de verdad, son capaces de confeccionarse la suya propia con viejos sacos de azúcar, y niños que tratan de deshacerse de hasta el último centavo que le tienden sus padres porque, el dinero, ya se sabe, primero se gana, luego se conserva y finalmente se gasta, y la Casa Delorme quiere que se lo gasten en ella. Pasen y lean, amantes y no amantes de la novela gótico familiar, se reirán a carcajadas con este, podríamos decir, primer clásico del naughty gothic horror del siglo XXI.