El papa Pío IX estableció el 8 de diciembre de 1854 la concepción inmaculada de María como dogma de fe de la Iglesia Católica. Con la proclamación de la bula Innefabilis Deus triunfaba “la primera campaña de marketing visual de la Historia”, esa que habían emprendido los defensores del honor de la Virgen con obras literarias, imágenes religiosas y fiestas populares. El arte convirtió en visible un concepto difícil e intangible y la controversia saltó del debate teológico a las clases populares, donde prendió la discutida doctrina desde comienzos del siglo XVII con honda devoción.

Además, la monarquía española se situó muy pronto del lado de los que propugnaban la ausencia del pecado original en la Madre de Dios. A partir de 1616, Felipe III consideró el movimiento concepcionista como parte fundamental de la identidad espiritual del reino. La presión de la corona logró de los papas Pablo V (1617), Gregorio XV (1622) y Alejandro VII (1661) una serie de decretos favorables, pero lo más relevante del proceso fue que, en apenas cincuenta años, la Inmaculada pasó de ser una cuestión de polémica doctrinal a una seña de identidad de los reinos de España.

La devoción se planteó, por tanto, como un hábil referente polisémico en el que todos podían identificarse y que, al hacerlo, se vinculaban con su principal promotor, el rey. ¿Cómo podría un español del siglo XVII no defender el más bello retrato de una mujer? ¿Cómo no cantar canciones en su honor o aplaudir a quien la ensalzaba en sus obras teatrales? ¿Cómo no participar en una batalla festiva tomando parte por la Virgen? La Inmaculada se convirtió, en sólo medio siglo, en la encarnación de todo lo bello y lo bueno que había en el mundo gracias a la palabra, las imágenes y la fiesta.

El arte como propaganda

A explicar cómo el arte se transformó en una poderosa arma propagandística se dirige la exposición Intacta María. Política y religiosidad en la España Barroca, levantada alrededor de medio centenar de obras por el Museo de Bellas Artes de Valencia para analizar el proceso de fabricación de la devoción a la Inmaculada Concepción. “No es una muestra sobre religión ni hemos querido reunir unos cromos bonitos de la Virgen. Se trata más bien de ilustrar la apasionante historia político-religiosa que condujo al éxito del misterio concepcionista”, explica el comisario Pablo González Tornel.

El origen de la disputa entre los dos bandos del debate sobre la concepción de la Virgen se sitúa, explica González Tornel, en que la Inmaculada es “una creencia que viene a concluir que María es el ser humano más perfecto, porque fue concebida desde el primer momento de su ser sin el pecado original que mancha a toda la humanidad”, mientras que, hasta entonces, la religión era “absolutamente masculina” y sostenía que la máxima perfección era la de Jesucristo. “Ganó la batalla María, quien se coloca así a la misma altura que su hijo, en el centro mismo del catolicismo”, comenta el comisario.

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La Inmaculada preside las fiestas de consagración de la iglesia del Sagrario de la Catedral de Sevilla, en un lienzo anónimo de 1662

Tal como es posible descubrir en esta expedición artística abierta hasta el 8 de abril, pocas doctrinas plantearon una dificultad mayor para su representación plástica que la de la Concepción Inmaculada de la Virgen. La controversia --que tuvo su epicentro a partir de 1615 en Sevilla, con tumultos callejeros y quema de imágenes-- giró alrededor de fijar el momento exacto en que Dios había concedido la gracia a la mujer elegida para ser la madre de su único hijo. A partir de ahí, retratar esa idea fue una tarea compleja, casi una depuración de siglos. Tanto que el triunfo de los defensores de la pureza de María se explicaría, en buena medida, por la consolidación de una iconografía propia.

Hasta los albores de la Edad Moderna, la representación del misterio se limitó a imágenes simbólicas, ciertamente ambiguas y equívocas, como el abrazo de San Joaquín y Santa Ana en la Puerta Dorada o la Santa Ana Trinitaria. Sin embargo, poco a poco, se impuso la imagen Tota Pulchra de María: una hermosa mujer con la luna creciente bajo sus pies, rodeada por los rayos del sol y coronada por doce estrellas. Junto a ella, los símbolos de la pureza tomados del Cantar de los Cantares o de las Letanías Lauretanas (el espejo, la fuente, el ciprés, la torre, el jardín...). El éxito fue fulgurante y pronto se volvieron innecesarios para pintar la Inmaculada.

'Contraiconografía'

En el lado opuesto, la popularización de una Virgen Maculada, que habría sido la respuesta adecuada, nunca se produjo, aunque los dominicos sevillanos llegaron a formular en 1616 una contraiconografía de la Inmaculada: una imagen de María rodeada por la cadena del pecado original. Este modelo, por el éxito de la causa concepcionista, no prosperó. Además, la promoción de una imagen negativa de la Madre de Dios habría sido contraproducente para aquellos que negaban tal gracia, pues habría despertado no sólo la ira del pueblo sino las suspicacias de la jerarquía católica.

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Símbolos de la iconografía de la 'Tota Pulchra' en la Inmaculada de Sánchez Cotán (1617-18): la torre de David, el espejo, el pozo, el huerto y el lirio entre espinas

Otro tanto ocurrió con la imprenta, cuya fuerza propagadora fue pronto entendida por los defensores de la doctrina concepcionista, como demuestran los 6.485 textos de todo tipo impresos a favor de la causa a lo largo del siglo XVII en España. Pero, acaso ninguno de ellos, tuvo el éxito de la copla ideada por Miguel Cid con música de Bernardo de Toro (“Todo el mundo en general, / a voces reina escogida, / diga que sois concebida, / sin pecado original”), de la que llegaron a imprimirse cuatro mil copias que fueron repartidas por toda la ciudad de Sevilla.

Este folio impreso contenía, además, precisas indicaciones sobre cómo debía emplearse para ganar adeptos a la causa concepcionista: “Es muy a propósito que [...] se enseñe en las escuelas a los niños, para que lo canten en sus casas y por las calles a todos tiempos, de día y de noche, y a las demás personas las enseñen unos a otros de manera que todos a una voz en general digan una misma cosa”. Igualmente, se aconsejaba que “el maestro de cada escuela o en cualquier comunidad de convento, de frailes o de monjas, se ponga una estampa o coplas de éstas en una tabla o cartón, en una parte pública donde todos lo puedan leer y aprender…”. La batalla empezaba a decidirse: la Inmaculada ya era trending topic.