El escritor Eric Blair es conocido por su pseudónimo George Orwell, nació en la India en 1903 y a los cuatro años su familia regresó a Inglaterra. Murió con cuarenta y seis años de edad. Sus obras más renombradas son Animal Farm y Nineteen Eigthy-Four, traducidas como Rebelión en la granja y 1984, respectivamente. Orwell vino a España en 1936 para combatir en nuestra Guerra Civil. De ideas laboristas, llegado a Barcelona se alistó en las filas del POUM, un pequeño partido comunista opuesto a la dictadura soviética. Sólo dos años después, publicó Homage to Catalonia, donde daba cuenta de su experiencia tanto en el frente, como en la retaguardia. Le atrajo profundamente el fervor revolucionario que encontró entre los anarcosindicalistas: “Los seres humanos estaban intentando comportarse como seres humanos y no como engranajes de la máquina capitalista”. Insistía también en lo fácil que era hacer amigos en España. De sus admirados amigos de la CNT señalaba que habían sido sistemáticamente denigrados, “y como sé, por propia experiencia, es casi imposible conseguir que nadie imprima nada en su defensa”.
Venga este recuerdo a cuento de las mentiras y burdas tergiversaciones de quien evidencia querer a la ciudadanía hundida en la ignorancia y el error, es el caso de un eurodiputado independentista de proverbial repelencia. George Orwell reconocía tener al comienzo de su presencia en España ingenuidad política, y explicaba que no tardó en aprender a “leer las noticias de guerra en los diarios con una mirada descreída” (la actitud inteligente del escepticismo entusiasta).
Una vida decente
En este libro de homenaje a Cataluña, escrito antes de que acabara la guerra, hay anotadas frases inolvidables para quien quiera llevar una vida decente, como la de que “es necesario intentar establecer la verdad, tanto como sea posible”; no se puede vivir sin buscarla. O esta otra, también imprescindible: “Todos creen en las atrocidades del enemigo y descreen en las del propio lado, sin molestarse nunca en examinar la evidencia”; jamás se puede renunciar a ser objetivo. Sin embargo, hay ocasiones en que no es ético ser imparcial. ¿Podríamos ser equidistantes en un litigio entre quienes reclamaran el derecho a tener esclavos y quienes se negaran rotundamente a esa posibilidad?
En el libro citado, hay unas líneas que merecen ser bien conocidas de toda la ciudadanía. Juzguen ustedes: Contaba Orwell que un día vio desde su puesto de guardia, en el frente de Aragón, salir a un hombre corriendo de una trinchera, iba “medio vestido y se sostenía los pantalones con ambas manos mientras corría. Me frené al ir a dispararle. Es verdad que soy un mal tirador y que era difícil que alcanzara a un hombre corriendo a cien yardas, y también que estaba pensando sobre todo en volver a nuestra trinchera, mientras que los fascistas tenían puesta su atención en los aeroplanos. Sin embargo, no disparé en parte a causa de ese detalle de los pantalones. Yo había venido aquí a disparar a fascistas; pero un hombre que se sostiene los pantalones no es un fascista, es claramente tu prójimo, un semejante a ti, y no te parece bien dispararle”. Con su permiso, ahora me callo y dejo a cada uno de ustedes los comentarios pertinentes.