Qué demonios de Stranger Things, el acontecimiento cultural de la semana ha sido asistir, desde nuestro sofá, a la recepción del documental Joan Didion: el centro cederá, dirigido por Griffin Dunne. Lo acaban de colgar en Netflix. Trata sobre la obra y milagros de la escritora norteamericana. Lo ha realizado su sobrinito con cierta vocación hagiográfica. Los fans --a veces parece que tiene más que lectores-- nos hemos lanzado sobre él inmeditamente, tratando de buscar claves secretas, de encontrar fórmulas mágicas; como si con su simple visionado fuera la propia Didion quien nos invistiera de su magisterio en la crónica, de su mirada quirúrgica sobre el mundo contemporáneo, ponme la mano aquí macorina.
La fascinación por las tías en el mundo literario lleva rato siendo un lugar común; así a vuelapluema, se me vienen unas cuantas a la memoria: la fresca de la tía Mame de Patrick Dennis, la tía Julia del escribidor Marito Vargas-Llosa, la anciana hiperactiva del Vacaciones con mi tía de Graham Greene y nuestra Tula. Esta aunt Joan que nos describe Dunne se sabe la cronista más importante de occidente de finales del siglo XX y principios del XXI pero desgrana una sencillez y una clarividencia desarmantes.
"Observa lo que puedas, y escríbelo", nos dice Joan Didion (Sacramento, 1934) en alguna de las secuencias del documental. Ella lo lleva haciendo desde que a los cinco años se estrenó con un relato onírico hasta ahora mismito, y en su obra convoca, alrededor de un name dropping salvaje, los relatos que nos venimos contando en occidente durante los últimos cincuenta años.
"Joan Didion es como Karl Ove pero escribiendo bien", me dice M., un poco malévolamente atendiendo a la irresistible fotogenia de ambos, a su poder icónico en la cultura popular o a su relación de su obra con su propio tiempo. "¿No dice mucho de nosotros que su obra se construya sobre el poder económico de las revistas de moda?".
Críticas desiguales
El documental ha tenido críticas muy desiguales. Algunos dicen que su visionado es obligatorio --bueno ellos dicen: "must see"--, otros aseguran que es aburridísimo, sin más relevancia que la fascinación morbosa y familiar de una buena escritora. En casa nos ha gustado ver sus manos huesudas pasando las gigantescas páginas del The New York Times como si estuvieran impresas en acero; su coraje al asumir el duelo intrínseco que vive en toda existencia tras las repentinas muertes de su marido y su hija; las batallitas de carpintero de Harrison Ford cuando le construía una terraza sobre un acantilado con vistas al Pacífico; las mesas contrapuestas de Didion y su marido --el también escritor John Gregory Dunne-- contándose todos los cotilleos por teléfono y corrigiéndose mútuamente los textos; el relato del auge y la caída de la generación hippie a manos de las drogas --en el suelo del cuarto de su hija Quintana tras una fiestaza con sus colegas-- y la secta de Charles Mason.
Más allá de la tibieza o no del documental, lo que es innegociable es la calidad y relevancia de su obra publicada aquí por Literatura Random House: Según venga el juego, El año del pensamiento mágico, Los que sueñan el sueño dorado o Noches azules.
Cuenta Didion que lo único que necesitaba para escribir era levantarse a media mañana, no tener que hablar con nadie, disponer de una botella de Cocacola helada en la nevera y un platito de almendras saladas para desayunar; que cuando se le atascaba un manuscrito su solución era dejarlo en el congelador. No metafóricamente. Didion abría la nevera y dejaba que los folios se congelaran. Tal vez por eso al releerlos ahora no han perdido ninguna de sus cualidades organolépticas, ni ápice de sabor, si acaso son más relevantes que nunca. Juzgad vosotros mismos.
"'Pero tienes recuerdos maravillosos', me decía la gente, como si los recuerdos fueran un consuelo. No lo son. Los recuerdos son, por definición, tiempo pasado. Cosas perdidas. Ya no son. Los recuerdos son esos uniformes escolares en el armario, las fotografías borrosas y viejas, invitaciones a bodas de gente que ya no sigue casada, esquelas fúnebres de gente cuyos rostros no puedes recordar. Los recuerdos son cosas que ya no quieres recordar".