El año en el que William Gaddis publicó Los reconocimientos, su primera y monumental novela, y puso en marcha, a partir de digresiones que no lo parecían pero que sin duda lo eran, el posmodernismo norteamericano, un escritor que había sido conductor de ambulancia en el Norte de África --porque la vida debe ser siempre una aventura--, vendía más de 1.000 ejemplares al día (¡1.000 ejemplares al día!) de su novela más celebrada, La tía Mame. El año era 1955. Y la novela había sido rechazada hasta en quince ocasiones. Al final, el propio Patrick Dennis y un amigo, en un precedente francamente desconocido del do it yourself en el mundo de la literatura se dedicaron a vender el libro a los libreros. Es decir, hicieron su propia campaña de márketing. Un márketing de guerrilla que consiguió colocar el hasta entonces poco afortunado libro en la cima más alta del momento: La tía Mame pasó 112 semanas en la lista de lo más vendidos y de ella se despacharon dos millones de ejemplares en todo el mundo --en hasta cinco lenguas--, convirtiéndose de la noche a la mañana en uno de los libros más vendidos del siglo XX en Estados Unidos.
La novela, rescatada hace un par de años por Acantilado, es la divertidísima crónica de una convivencia deliciosamente forzada: la de una excéntrica, caprichosa, adorable, tía, y su sobrino, un niño de diez años que acaba de quedar huérfano, y que va a pasar los siguiente treinta años en la espiral de fiestas, amores y aventuras de su querida y a ratos encantadoramente insoportable tía Mame. Estamos hablando de los años 20 y de, claro, Estados Unidos. Y también de una novela que tuvo una segunda parte, que llegó tres años después --en 1958--, La vuelta al mundo con la tía Mame, y que, aunque no revalidó el éxito de su predecesora, permitió que la fama de Dennis siguiera creciendo y que él pudiera permitirse seguir pasándoselo en grande. Dijo acertadamente el escritor Pietro Citati que, en sus novelas, se pasa "de lo dickensiano al pastel lanzado a la cara", y lo cierto es que la sociedad norteamericana acogió con entusiasmo su muy británico sentido del humor --tanto es así que hubo hasta dos sitcoms basadas en sus relatos--.
De estrella literaria a mayordomo
Pero una década más tarde, la burbuja que había mantenido a Dennis en lo más alto se pinchó. Llegó la Guerra de Vietnam, llegó el movimiento hippie, llegó la politización de la cultura --la canción protesta, todo lo demás--, y también el fin de una era --Charles Manson--, y el juguetón delicatessen que suponía la obra de Dennis pasó a mejor vida. Pero antes de que eso ocurriera publicó Genio (en 1962), novela que, en cierto sentido, recuerda a la fascinante El desencantado, de Budd Schulberg, en el sentido de que el protagonista es un director de culto venido a menos --en aquella, el protagonista era nada menos que un Fitzgerald en caída libre, condenado a malvivir de las migajas de la industria del cine--, pero que en realidad está riéndose de su propia situación, no en vano, uno de los protagonistas, el escritor que acompaña a Leander Starr, el director de culto venido a menos decidido a recuperar el prestigio perdido, es el propio Patrick Dennis.
Sea cual sea el caso, si algo debemos sacar en claro del auge y caída de ese genio llamado Patrick Dennis es que siempre, como su tía Mame, hizo lo que le vino en gana. No sólo con su vida sentimental --se casó, tuvo dos hijos, fue un amoroso padre aparentemente hetero hasta que dejó de serlo para convertirse en un miembro de lo más activo de la escena gay de Greenwich Village--, sino también con su vida profesional. Al final de ésta, y aburrido de que sus novelas no fuesen lo que habían sido, se hizo mayordomo. Tal cual. Trabajó para un tal Ray Kroc, un capitoste de McDonald's. Y lo hizo con su verdadero nombre --Edward Everett Tanner III--, de manera que los tipos que trabajaban con él no podían siquiera imaginar que lo estaban haciendo con el exfamoso autor de La tía Mame. Genio y figura hasta el final.