Se ha hablado mucho, en los últimos tiempos, de islamofobia con muchas pancartas en la manifestación del día 26 de agosto contra la amenaza islamófoba. La verdad es que no ha habido hasta el momento manifestaciones en Barcelona contra los musulmanes como tampoco los hubo en la reacción global española a los atentados terroristas de Atocha del 11 de marzo del año 2004. Ciertamente, es loable advertir del riesgo de la deriva racista antimusulmana que puede producirse tras el golpe terrorista pero llama la atención la capacidad de poner la venda antes de que se produzca la herida olvidando a las propias víctimas y la identidad de sus verdugos.

La islamofobia es una realidad histórica incuestionable. Ahí está el discurso beligerante de las cruzadas a escala europea y la Reconquista a escala española para testimoniarlo. Ahí está el icono del Santiago Matamoros, como símbolo de la identificación del musulmán con el enemigo. En los siglos XVI y XVII la Inquisición persiguió duramente a los musulmanes presuntamente mal convertidos al cristianismo y en 1609-1610 fueron expulsados de España unos trescientos mil moriscos.

No solo hubo intolerancia

Pero constituye un error creer que en España sólo ha imperado la intolerancia hacia los musulmanes en 1492. Tras la conquista de Granada y el llanto de Boabdil, hubo posiciones eclesiásticas muy propicias con los musulmanes como la arquetípica del arzobispo de Granada Hernando de Talavera. Igual podemos decir de una intelectualidad proclive a la integración de los moriscos, como la que representan figuras como Pedro de Valencia que defendía la "permixtión", la unidad de cristianos viejos y cristianos nuevos para que "sea toda la república de un nombre en su gente y de un vivir sin división". Paralelamente la islamofobia, ha habido una islamofilia. La literatura del siglo XVI está llena de testimonios de ello: El Abencerraje, las Guerras civiles de Granda de Pérez de Hita, el Ozmín y Daraja inserto en el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, la obra de Miguel de Luna. ¿Y qué decir de Cervantes en la segunda parte del Quijote?

En el siglo XVIII emergió un cierto arabismo español a caballo de las renovadas ambiciones norteafricanas de algunos políticos ilustrados con la empresa encomiable de catalogación de los manuscritos árabes de la Biblioteca de El Escorial que llevó a cabo Miguel Casiri. El pionero del arabismo ilustrado en España será José Antonio Conde con su Historia de la dominación de los árabes en España (1820-1821). El romanticismo liberal considerará a los moriscos víctimas del absolutismo opresor. La fascinación por lo islámico arranca especialmente de los viajeros románticos franceses y anglosajones que sublimaron las huellas árabes en España, especialmente en Andalucía. Desde Merimée a Washington Irving. La literatura romántica española estuvo muy influida por los tópicos europeos sobre el Islam. El drama Aben Humeya por Francisco Martínez de la Rosa (1830) y las novelas Cristianos y moriscos de Serafín Estébanez Calderón (1838) o La Alpujarra de Pedro Antonio de Alarcón (1874) son feudatarias de esta maurofilia romántica. En la generación de la Restauración, los arabistas formaran un grupo de presión importante en la Academia de la Historia (Pascual Gayangos, Eduardo Saavedra, José Moreno Nieto, Emilio Lafuente). Los más nostálgicos del mundo musulmán se refugiarán en el krausismo (Francisco Fernández y González, Manuel Codera, Antonio Machado Álvarez, el padre del poeta).

El franquismo en pleno aislamiento internacional intentaría instrumentalizar el arabismo en favor de un pasado árabe a su manera. Ya que en Europa se rechazaba España, ésta miraba a África. Eso sí, se consideraba a los musulmanes de Al-Ándalus como españoles con vestimenta árabe. Se hablaba no de "árabes en España", sino de "quintacolumna española en el Islam"... Las obras de Julián Ribera, Miguel Asín Palacios o Emilio García Gómez, demostraban las raíces árabes de la épica y la lírica española. La maurofilia del primer franquismo por influencia del "marroquismo" es patente. Como ha recordado Stanley Payne, el embajador británico en Madrid se quedó desconcertado cuando el ministro de Franco, Beigbeder, le dijo que los españoles y los moros son un mismo pueblo. Incluso Franco intentó hacerle entender a Adolf Hitler en Hendaya la singular identificación de los españoles con los árabes.

Cataluña

Pero en lo que más llama la atención aquí y ahora es la islamofilia catalana actual que merece análisis aparte. En la sociedad catalana la población musulmana supone un 7%, mientras que en el resto de España esta población representa un 3,6%. Hace quince años había 30.000 musulmanes en Cataluña, ahora superan el medio millón. Àngel Colom, que fue secretario de Esquerra Republicana hasta 1996, fue nombrado embajador oficioso de la Generalitat en Marruecos, puesto político desde donde promovió la emigración de muchos jóvenes marroquíes a Cataluña. En mayo de 2013 su máximo colaborador el marroquí Noureddin Ziani fue deportado a Marruecos a solicitud del CNI acusado de promover el salafismo. Curiosamente, la entonces con él, dirigente de Esquerra Republicana, Pilar Rahola se ha caracterizado siempre por una defensa apasionada del mundo judío frente a la cultura árabe.

El escenario de la hipotética Cataluña independiente refleja una multiculturalidad que nada tiene que ver con el sueño de la Cataluña esencialista, pairalista del catalanismo histórico. Cataluña no hizo prácticamente la Reconquista en su propio territorio, apenas tuvo musulmanes en su territorio en la época moderna (salvo en la zona próxima al delta del Ebro) y nunca ha podido tener mala conciencia por la expulsión de los moriscos porque no participó en esa decisión política. En los últimos tiempos, Cataluña que trató muy poco con los musulmanes hasta finales del siglo XX, parece haber apostado por una islamofilia emocional capaz de neutralizar mediáticamente el propio rechazo al atentado terrorista. ¿Interés político del gobierno catalán ansioso de votos? ¿Testimonio de la capacidad relativista del carácter catalán? ¿Autocomplacencia respecto a la capacidad integradora catalana? ¿Pérdida de valores de una sociedad desnortada a la busca de una nueva identidad?