Seguimos con una respuesta monoteísta: leer es leer libros como se leen en la escuela. Se dice que en el colegio te enseñan a leer y a escribir, pero todas las políticas educativas se enfocan a la lectura como herramienta que te capacita para escribir con corrección, por esa obsesión que tienen algunos docentes en mandar lecturas únicamente para corregir faltas. Se trata por tanto, de una política primaria, de lectura instrumental, de burocratización de la misma, como si leer y escribir sólo sirviese para rellenar instancias del fisco o mantener conversaciones por WhatsApp, donde, por cierto, la ortografía se diluye en el caos rítmico.
Actualmente, el empleo de la lectura y la escritura se ve confinado casi exclusivamente a las redes sociales, el gran escaparate de la vida privada, donde se promueve la falsedad y la actuación en lugar de la autenticidad, contraponiéndose así al concepto de lectura interpretativa que nace de la subjetividad y la intimidad. No obstante, si echamos el ojo a nuestro alrededor, multitud de lectores se exhiben en parques, en el metro, en el autobús, en aeropuertos, leyendo en ereaders, con sus dispositivos móviles o en papel de pulpa los más nostálgicos. Está claro, el ejercicio de la lectura y de la escritura son construcciones sociales. Cada época y cada circunstancia histórica da nuevo sentido a esos actos, pero es imposible pegar las narices a un libro en este vertiginoso mundo de la multitarea y la multiplicidad sensitiva. ¿Cómo leer en un parque cuando un ejército de cyborgs runners reclama la atención con su ropa fosforita? ¿Cómo leer en el metro cuando los adictos a las pantallas te incitan a que cojas el móvil? Decimos que recurrimos al teléfono por aburrimiento. Falso, a día de hoy es imposible dejar las meninges quietas estando "acostumbrados a un flujo constante de conexión, información y entretenimiento", explica la psicóloga Sherry Turkle (En defensa de la conversación, Ed. Ático de los libros, 2017).
Una sociedad iletrada
En este contexto en que todo se exhibe y la comunicación se basa en letras y pictogramas, se podría llegar a pensar que somos una sociedad letrada. Todo lo contrario, la lectura de libros se percibe como un elemento dado, un pasatiempo, algo secundario que sacia la tríada que expone la doctora Turkle. La sociedad actual padece de falta de concentración, está más incapacitada para realizar lecturas con un mínimo de atención sostenida que la de hace unas décadas. De ahí, las tan livianas lecturas en metros y parques, consultorios y salas de espera, incluso en universidades. Ya está bien, no todo lo que se deba leer va a ser las Sombras de Grey u otras variantes del cuento de la Cenicienta. Va siendo hora que sepamos distinguir entre analfabetismo e iletrismo.
Hay países que por no garantizar la escolaridad básica, posee un gran número de analfabetos, y países que, aunque garanticen la educación desde los 4 años hasta los veintitantos, tampoco forman lectores en sentido pleno. Cada hornada de médicos, arquitectos, abogados e incluso docentes que sale de las aulas, podrá estar preparada para el desempeño de la profesión, pero no desarrolla cierto gusto por la lectura y la escritura. Entre tanto, cada nivel educativo reprocha al anterior que los alumnos que reciben no comprenden lo que leen ni reflexionan sobre lo que escriben. Una lástima, en este país para sacar unos estudios o unas oposiciones sólo hace falta algo de memoria o tener las preguntas.