Leemos en las redes que parte de la mejor literatura actual se escribe en las redes. Y tienen razón. Publican en las redes que la adicción a las mismas nos hace leer y escribir por debajo de nuestras posibilidades. Y tienen razón. Como ese meme que tuiteas diciendo que la gente pasa demasiado tiempo en internet. Como el mensaje que cuelgas en Facebook sobre tu infancia de canicas, Bollycaos y hogueras de San Juan, presuponiendo un tiempo arcádico donde todos éramos niños salvajes y felices. Treinta y dos likes. La naturaleza de la Literatura escrita en internet es, esencialmente, una paradoja.
Para muestra: Las niñas prodigio, el arrebatador primer libro de Sabina Urraca, publicado por la editorial Fulgencio Pimentel hace apenas un par de meses. Mi lectura analógica de lo que va de verano.
Escribir sobre uno mismo
Urraca se estrena incumpliendo una de las leyes que, dicen, debe seguir la obra de cualquier principiante. Prohibido escribir sobre uno mismo. Más aún si no llegas a los 40. Olvídate del tema si encima eres mujer. La obra, una autoficción al tiempo gozosa y lacerante, se carga el prejuicio en un par de frases: el tiempo que tarda el lector en darse cuenta de que estamos ante una primera ¿novela? magistral.
El libro es un anzuelo que se nos queda enganchado al paladar. Sabina Urraca levanta los brazos disciplinadamente y arquea la espalda para saludar al jurado: diez absoluto.
El papel de las redes sociales
La escritora lleva un lustro publicando en múltiples medios. Sus piezas --divertidas, agudas, terribles-- son leídas y compartidas con entusiasmo y --cada vez con más viralidad. Ana Rosa Quintana la llamó para que participara en directo en una polémica con Álvaro de Marichalar acerca de un trayecto en Blablacar y la crónica de Urraca al respecto. No es que muchos de sus artículos traten sobre las redes sociales, es que la vida de la escritora se articula a través de ellas; configuran su mundo literario; pautan su existencia.
Y sin embargo, para dar lo mejor de sí misma, para ejecutar su salto perfecto como autora, no duda en hacerse un Thoreau. Su cabaña es un cortijo. Su Walden se encuentra en mitad de La Alpujarra. Sin agua corriente. Con serias dificultades para encontrar cobertura. Para explicar el abismo de la vida hiperconectada tal vez sea preciso el fallo de conexión. Tal vez la mejor manera de explicarnos el “ahora” --esta vida sin libros-- sea a través de un libro: con su tapa dura y su cosido y su delicioso homenaje a Nadia Comaneci en el diseño y sus correctores editoriales. Todo muy siglo XX. Todo muy promesa de permanencia.
La Literatura en internet como el Salon de los refusés del París de 1863. Regocijémonos: parece que hemos dado con nuestra primera Manet.