El año es 1974 y el lugar es uno de esos lugares en los que se celebran entregas de premios. El premio que va a entregarse es el National Book Award y el tipo que lo recoge debería ser Thomas Pynchon, el esquivísimo Thomas Pynchon, el autor de, por entonces, apenas tres novelas, todas ellas brillantes, digresivas y deliciosamente fascinantes, aunque también, a tenor de lo que opinaba al menos un miembro del jurado del National Book Award que iba a entregársele esa noche, "sobreescritas, obscenas e ilegibles".
Lo más probable es que ese miembro del jurado no haya puesto un pie jamás en el Ulises de Joyce, verdadero motor de la obra de Pynchon, pero, qué demonios, eso ahora nos trae sin cuidado. Porque no era mi intención hablarles de lo que ese miembro del jurado podía tener que ver con Virginia Woolf --que aborrecía a Joyce y lo más probable es que hubiese aborrecido a Pynchon-- sino de lo que ocurrió esa noche cuando Pynchon envió al cómico Irwin Corey a recoger el premio en su nombre.
Pynchon, como Banksy
Y lo que ocurrió fue que Pynchon dejó que fuese su obra quien subiese a recoger el premio, encarnada en el chifladísimo Corey. Porque era ella la que importaba, y la que lo ha seguido haciendo desde entonces. Porque no es que no hayamos visto una sola imagen de Pynchon, es que no le hemos escuchado nunca. ¿Y quién es la única que habla? Su Obra. Nada puede empañarla. Ni siquiera la marca de cereales que desayuna el propio Pynchon. Que no sabemos porque nadie de su entorno se ha ido nunca de la lengua. ¿Qué ocurriría si lo hiciera?
Pensemos en el (fabuloso) caso Banksy. Hace unos días, a un tal Goldie se le fue la mano y le llamó Robert. Se dispararon todas las alarmas. De Banksy, el artista que prefiere la pared al lienzo, y que lleva más de una década actuando en ciudades de todo el mundo, se sabía que había nacido en Bristol y poco más. Aunque había quien aseguraba que no era casualidad que la fecha de los conciertos de Massive Attack coincidiese con la creación de fascinantes murales del artista en dicha ciudad en cuestión. Ajajá. Uno de los miembros de Massive Attack se llama, adivinen, Robert, Robert del Naja, y de él se ha dicho siempre que fue grafitero antes que rey del trip-hop. Bingo. Lo tenemos. ¿Y ahora qué? Ahora crucemos los dedos para que esquive el golpe y siga siendo, como Pynchon, un misterio. Hagámoslo. Ahora. Porque no queremos que nada empañe su obra, ¿o tanto nos interesa la marca de cereales que desayuna?