Puesto que es noticia, porque ha enviado por fin su discurso del Nobel, y puesto que es un fenómeno cultural sólo comparable, en el siglo XX, con Pablo Picasso --y en el el siglo XXI no tiene comparación posible-- supongo que tengo excusa, justificación, para volver a hablar sobre Dylan, que tanta compañía me ha hecho a lo largo de la vida --y ésa es precisamente, ésa y no otra, la función del arte según modesta y sabiamente dijo el artista Carlos Pazos: hacernos compañía--.
Diré aquí lo que nadie dice: Dylan, tan creativo, tan fértil, tan imprevisible y genial, ha llevado su generosidad al extremo de ser no sólo imperfecto sino estúpido.
¿Por qué no decir que el tour de force de su justamente celebrado Blonde on Blonde, esto es, Sad Eyed Lady of the Lowlands, no es más que una ristra surrealista de versos tontos, absurdos? ¿Qué es eso de "mis ojos de almacén"? Una chorrada.
La grandeza de Dylan
Por ejemplo, durante la década de los ochenta demostró con varios discos que sus ideas políticas y religiosas son de una simpleza y demagogia que podría sin dificultad firmar Donald Trump.
Por ejemplo, tuvo una hermosa voz como se puede escuchar en John Wesley Harding y en New Morning, pero la echó a perder. Ahora esa voz es francamente desagradable.
Por ejemplo, roba sin escrúpulos melodías ajenas en las que incrusta sus versos, algunos también robados. (Aunque bien es cierto que, en arte, el robo es legítimo siempre que sea seguido de asesinato --como en el caso del Don Juan Tenorio, donde Zorrilla asesinó a Tirso-- y con Dylan el asesinato es siempre seguro, mejora siempre lo robado).
Con todo esto, y más que me callo, demuestra Dylan su grandeza, nos hace el favor de revelar que no debemos sentirnos abrumados por las dimensiones de su talento colosal. Hay vida al margen de él. Es legítimo vivir sin escucharle. Aunque...