Profesor de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Sevilla, Carlos Arenas Posadas acaba de publicar en la editorial El Paseo un erudito, detallado e imprescindible ensayo titulado El Estado pesebre. Como indica el subtítulo, estamos de una historia de las élites en España cuyo inicio Arenas Posadas sitúa a partir de la conquista de Al-Andalus y, por tanto, en paralelo al nacimiento del Estado hasta la actualidad. El libro es el tercer ensayo más vendido en España en la última semana. La tesis de fonde de Arenas es que las élites han parasitado España, favoreciendo la desigualdad social, la concentración de capital económico y condicionando el poder político.
Quisiera empezar por el final. Define usted la resilencia como la capacidad de adaptarse, sobreponerse y sacar provecho de las situaciones adversas. Y afirma que en España “el monopolio de la resilencia la tienen las corporaciones y las oligarquías”. ¿Este es uno de los males endémicos de nuestro país?
Esa es la conclusión a la que llego en el libro. Gracias a su carácter resiliente, a su adaptación camaleónica a los momentos críticos, corporaciones como la realeza, la iglesia, el ejército y las oligarquías económicas han conseguido poner al Estado a su servicio. Pongamos un ejemplo gatopardiano: la revolución liberal del siglo XIX permitió a los viejos estamentos sumarse al carro que conducía la revolucionaria clase burguesa. Otro ejemplo lo tenemos en la Transición de los años setenta; buena parte de los problemas actuales de este país nacen con la inserción de funcionarios y oligarquías franquistas en la democracia. A eso me refiero con el monopolio de la resiliencia. Cuando esa adaptación no se les ha permitido recurrieron al golpe de Estado. Ocurrió con las dos Repúblicas o ahora con el llamamiento a “el que pueda hacer que haga”.
Carlos Arenas Posadas
¿La resilencia de las élites es particularmente destacada en España a lo largo de su historia?
Obviamente, en un sistema capitalista, cualquier Estado favorece la acumulación de capital en manos privadas. En otros países el Estado dejó de ser antes patrimonio del rey y de su camarilla, el ejército ha sido mudo, la iglesia carece del poder que tiene la española y se financia con las aportaciones de los creyentes. El capital, en todas sus modalidades, ha estado en general más repartido, además de sometido a las leyes del mercado, mientras que en España las rentas del capital han dependido en mayor medida de la búsqueda de rentas políticas y de acuerdos oligopolistas.
¿De qué manera esta situación es la causa de las desigualdades sociales y territoriales en España?
Ha existido entre historiadores un debate en torno a la debilidad de la nación española. Si yo también hablo del fracaso de la nación no me refiero tanto a la diversidad de culturas e identidades como a la incapacidad o falta de voluntad política para nivelar o hacer converger las rentas medias en los distintos territorios. Y esa incapacidad está directamente relacionada con la diversidad de capitalismos en España, con la pleitesía que el Estado ha brindado a los diversos oligarcas regionales o con la capacidad de estos para conducir en su favor las decisiones en materia de política económica; es decir, por acaparar la mayor parte posible del pesebre estatal.
Usted comienza su historia de las élites con Al-Andalus y la construcción del Estado de los Reyes Católicos, quienes cedieron medios de enriquecimiento a las élites de los sus reinos. ¿Podríamos hallar aquí el origen de una lógica que se ha perpetuado hasta el presente?
Exactamente; aquello fue el inicio de una trayectoria que en lo fundamental continúa en la actualidad. Los Reyes Católicos y sus descendientes convirtieron a dignidades eclesiásticas y a los grandes de España en hombres de Estado que hicieron de sus poderes casi estatales y de las guerras de religión la base de su riqueza; por no salirnos de este ámbito, recientemente hemos conocido ministros de Defensa que eran fabricantes o mercaderes de armas.
Carlos Arenas Posadas
¿El siglo XIX fue también un periodo clave también para comprender la extensión de esta lógica hasta el presente?
En el siglo XIX los grandes negocios del país eran controlados por la camarilla que rodeaba a la regente María Cristina y a su hija Isabel II. Era una élite formada grandes terratenientes y por generales, clérigos y una minoría financiera que acumulaban riqueza por decisiones gubernamentales: desamortizaciones, emisión de deuda pública, concesión de minas y ferrocarriles, seguros contra quintas, defensa armada para el tráfico y la explotación de la esclavitud en Cuba, etc.
Como señala en la introducción, el concepto de “pesebrismo” nace como crítica al gasto social. Sin embargo, usted demuestra que es todo lo contrario.
La intención a la hora de escribir este libro fue denunciar el cinismo de quienes, desde una posición social aventajada y próxima al poder, hablan de “paguitas”, de “mamandurrias” cuando se refieren a las prestaciones a las clases empobrecidas, cuando lo que ha sucedido es justo lo contrario. Han sido las oligarquías las que han capturado y ordeñado las ubres del Estado en su exclusivo beneficio.
¿De qué manera la crisis económica favoreció la implantación de una mirada crítica ante el gasto social, incluso entre aquella parte de la población que más lo necesita?
A partir de la crisis financiera de 2008 se impuso el argumento tramposo de que su causa era que los españoles “habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades” y que, por tanto, los recortes en el gasto social eran inevitables para saldar el enorme agujero de la hacienda pública. Aquello fue un mantra repetido hasta la saciedad que no impidió que se rescatara a la banca responsable de la crisis, o que se dictaran leyes como la reforma laboral (2013) que hacía de la precariedad en el trabajo la principal baza de la recuperación económica. Lo que siguió y se vendió como racional fue menos gasto social, menos impuestos, menos Estado, más trabajo precario y más indefensión para la mayoría.
'El Estado pesebre'
¿El descrédito, por parte de algunos, de la obligación de pagar impuestos es el argumento utilizado principalmente contra el gasto social y contra el concepto de las paguitas?
Que la señora marquesa de Chupadetodos se refiera despectivamente a las “paguitas” va de soi. Que el empresario que, pese a los métodos de ingeniería fiscal, se lamente de los impuestos que paga es comprensible dentro de una estrategia que mira por accionistas y rentistas; por el contrario, que clamen contra los impuestos los trabajadores y subempleados que pagan poco o no llegan el mínimo imponible se debe a la más absoluta desinformación. Hace falta más transparencia y más pedagogía sobre políticas fiscales, pero basta con hacer un sencillo ejercicio contable para saber cuál sería el coste para una familia trabajadora si no hubiera Estado –Trump acaba de cerrar su administración–; sin recursos públicos que cubran la sanidad, las medicinas, la escuela, la universidad, las pensiones, la dependencia, el transporte. El gasto familiar para obtener esos bienes y servicios en un mercado oligopolista sería insoportable para la inmensa mayoría. Que el trabajador clame porque le quiten una decena de euros de la paga, sin tener en cuenta cuánto le costaría al mes el colegio privado de sus hijos, es una auténtica memez; otra cosa sería que reclamara que quien más tenga pague más.
A lo largo de su recorrido histórico encontramos figuras diversas: usureros, aristócratas, banqueros, empresarios, comisionistas, políticos reciclados en las puertas giratorias… pero hay una institución que se repite: la iglesia. ¿Es la que más ha parasitado al Estado?
Desde que la Iglesia definió como cruzada la guerra contra moros que se dio en llamar Reconquista, en la que el Santo protector tenía participación en el reparto del botín de guerra, la hipertrofia clerical fue adquiriendo una parte sustancial de las riquezas del país; grandes familias nobiliarias ocupaban igualmente el cardenalato en las más ricas catedrales o fundaban una Iglesia paralela en monasterios y conventos para beneficio de sus segundones. Las desamortizaciones el siglo XIX desposeyeron y privatizaron los patrimonios eclesiales, pero, a cambio, se concedió al clero la propiedad y la gestión de una empresa más lucrativa: el monopolio sobre el sistema asistencial-hospitalario y sobre el ámbito escolar, especialmente las enseñanzas medias. En las últimas décadas la iglesia mantiene su predominio en esos sectores al tiempo que ha recuperado y acrecentado el patrimonio gracias al derecho a inmatricular y apropiarse de bienes inmuebles por los que, además, no paga impuestos.
Carlos Arenas Posadas
En las páginas finales reflexiona sobre cómo España es uno de los países europeos donde la escuela pública es más residual, visto el incremento de colegios religiosos concertados y el creciente número de universidades privadas. ¿Cómo afecta esta alta presencia de la educación privatizada en todos los niveles a la hora de perpetuar este modelo pesebrístico del Estado?
La Iglesia, en especial los jesuitas, se ha especializado secularmente en la educación de las élites, a las que ha transmitido una conciencia de prevalencia mientras humillaba a los menesterosos; hoy, en España, al contrario que en Europa, donde la escuela pública es universal, la escuela religiosa concertada se ubica preferentemente en barrios de clases medias y adineradas. La escuela pública está en los barrios obreros, allí donde el abandono escolar es prematuro o donde conviven –no sin problemas– nativos e inmigrantes. El sistema escolar en España, como la herencia, segmenta a las clases sociales desde la infancia y deprime la igualdad de oportunidades. No tanto porque en la privada concertada la formación sea de mayor calidad, sino porque ofrece mayores posibilidades de acumular capital relacional, de conocer gente que tenga poder en el futuro y facilite el ascenso social, acceder a la clase empresarial y dirigente o vivir de las rentas públicas. A medida que la educación se fue generalizando a toda la población, el sistema educativo ha ido creando barreras de entrada a niveles superiores reservados para las clases adineradas; la última de esas barreras ha sido la proliferación de universidades privadas que, aunque sin garantía de calidad, ofrecen garantías de empleabilidad tanto en empresas con concertadas como en una futura clase política o judicial que contribuya a reproducir el modelo del Estado pesebre. Un Estado plenamente democrático está obligado a erradicar las barreras de entrada que entorpecen la igualdad de oportunidades; está obligado a compensar el déficit de capital relacional que existe en la escuela y en la universidad pública.
“La práctica lobbista es tan antigua como la historia de España y, en los últimos años no ha venido a menos”, escribe en al final de su ensayo. ¿Los gobiernos de izquierda no han podido poner freno o delimitar esta práctica?
El Estado español ha lidiado sin gran éxito con de grupos de presión corporativos, sectoriales o territoriales que han marcado su trayectoria; esto ha dado lugar a un capitalismo castizo español, en expresión de Juan Velarde; las patronales y confederaciones empresariales han sido los grupos de presión más incisivos durante la democracia. En la actualidad existe un registro de lobbies; de lo que se trata ahora, siguiendo la normativa europea, es de regular su actividad y controlar con mayor eficacia y transparencia sus relaciones con la clase política. La deriva belicista europea siguiendo las indicaciones del lobby armamentístico evidencia que dicha normativa no está teniendo éxito.
Carlos Arenas Posadas
“El 0,001% de la población española posee tanta riqueza como 15 millones de españoles; el 1% reúne la cuarta parte de la riqueza, mientras que la mitad de la población más pobre posee tan solo el 7%”. Leyendo estos datos una se pregunta cómo es posible que no haya habido más conflicto social. ¿Existe una cierta aceptación de esta desigualdad?
A lo largo de historia las clases dominantes emiten mensajes explícitos y subliminales, imágenes simbólicas que sirven para enmascarar y legitimar sus privilegios; en unos casos, relacionándolos con un orden divino que determina que en este mundo se ha venido a sufrir; en otros, con un orden natural e incontrovertible según la regla neo-liberal, porque la desigualdad es necesaria para favorecer la inversión y crear empleo. Cuanto más grandilocuente es el mensaje de las élites más bastardos son sus intereses. En la actualidad, cuando ya ninguno de esos argumentos es asumible, el mensaje vuelve a refugiarse en la irracionalidad, la visceralidad y el matonismo que favorece el sálvese quien pueda, la ignorancia, la desinformación y la impotencia.
¿Qué significó la dictadura para esta lógica pesebrista?
La dictadura nace de una guerra civil definida por los golpistas como una nueva cruzada; el régimen de Franco se erige como un gran pesebre donde se ceba a todos los sectores que contribuyeron a la victoria; a los oligarcas, otorgándoles el control de los grandes negocios; a las clases de medio pelo ofreciéndoles una mamandurria institucionalizada cara al sol o poniendo las bases económicas del franquismo sociológico que sigue vigente en la actualidad.
¿Actualmente las puertas giratorias y los comisionistas son los mecanismos que más perpetúan este asalto de las élites al Estado?
Basta con repasar los nombres de políticos que forman parte de los consejos de administración de las grandes empresas financieras, energéticas y constructoras, o los de los empresarios que han ocupado y ocupan un asiento en los consejos de ministros o en los puestos claves de las comunidades autónomas; por esas puertas han circulado el medro, el trato de favor e incluso leyes, como acaba de saberse con el despacho del exministro Montoro. Puede decirse que la cerril oposición al actual gobierno por parte de la derecha no es otra cosa que el deseo de recuperar el Estado para las oligarquías sin ningún género de contrapartida ni un compromiso social.
