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La conversación fluye, rica, con citas y con alusiones a la más estricta actualidad. Es una de las grandes características de José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948), la de participar en el debate público. Atesora una obra extensa, con libros como El sueño de Ulises, La novela y el espíritu de la caballería, o El Gran Capitán, sobre Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), el héroe militar de los Reyes Católicos. Su más reciente trabajo es Un duelo interminable, la batalla cultural del largo siglo XX (Taurus).

El libro está llamado a ser uno de los ensayos más apasionantes y lúcidos de los últimos decenios en Europa. ¿Por qué? Lo que propone Ruiz-Domènec es abrazar el duelo como un puente que permite el diálogo, que, desde la firmeza de posiciones, busca un encuentro. Es, de algún modo, la autobiografía intelectual de un historiador que ha mutado en escritor de alto vuelo. Burckhardt contra Michelet, Nietzsche contra Wagner, Apollinaire contra Malatesta, un posible Ortega frente a Orwell, Eco frente a Marcuse o Harari frente a Ratzinger.

Con todo ese peso, con esos diálogos, delante aparece China. Y en esta entrevista con Letra Global, realizada un día antes de que se conociera la identidad del nuevo papa, tras el Cónclave en el Vaticano, Ruiz-Domènec señala lo que acabará llegando: "China se sentará pronto en la mesa para plantearle un duelo a Occidente", desde la convicción de que para los chinos los valores occidentales no pueden ser universales.

Ha planteado usted los duelos culturales de los últimos 150 años, desde la Comuna de París. ¿Qué subyace en esas oposiciones intelectuales?

He planteado un marco, con una cronología precisa, en términos plurales, con una idea sobre la armonía intelectual. Una armonía que no se ha encontrado. Me di cuenta al plantear el duelo entre Nietzsche y Wagner, que resulta un paradigma explicativo. He seguido, por tanto, duelos reales y algunos que pudieron haberse producido, por ejemplo, el de Orwell frente a Ortega y Gasset. Hubieran sido buenos duelistas. Hay conceptos antagónicos: los hechos de 1917 en Rusia, ¿un golpe de Estado o una revolución social? Aquí no hay ningún interés por llegar a un acuerdo. Pero lo que he percibido es que también hay vasos comunicantes, y es el tercer elemento que me ha interesado. Me he movido en el territorio neutral, que me ha gustado mucho, aunque soy un hombre de frontera. Es decir, he llevado las cosas al límite para tratar de entender. Y lo que me llamó la atención es que los propios historiadores entraron también en la batalla cultural. Por eso empecé por el duelo entre Michelet y Burckhardt a partir de la idea de Renacimiento. Me pareció oportuno porque soy heredero de Michelet, pero también soy un apasionado de la obra de Burckhardt, y me tenía que comprometer, como heredero de maestros y ahora yo también como maestro. El libro avanza, por tanto, como una autobiografía intelectual, que muestra las cosas que he leído y las que no.

¿Ha querido Ruíz-Domènec establecer puentes a través de esos duelos? ¿Esa es la apuesta?

Es una pregunta oportuna, porque ese ha sido mi compromiso. Como docente y como crítico en medios de comunicación sabía que el historiador tenía que participar en la batalla cultural. Lo viví en París con el duelo entre Foucault y Habermas, con visiones diametralmente opuestas, que dejaban claro que no se iban a entender. Y ahora he volcado mis experiencias y he intelectualizado esas experiencias. He tenido discípulos y compruebo cuando los sigo, con orgullo, que han captado algo de mí. Es el libro más personal que he escrito y creo que se nota, a partir de eso que se ha llamado como ‘transversalidad’. La Cultura es una sola, y es lo que he buscado reflejar.

Es obra de un historiador, pero aparece de forma clara el escritor.

 Si, la doble faceta. Yo quería ser escritor. Y ahora soy un profesor que aprendió a ser un escritor.

En esos duelos se plantea de forma constante la disyuntiva ruptura o continuidad. Sobre el escritor Robert Musil se señala la frase del protagonista de El hombre sin atributos, el “todavía no”. ¿Cuándo es el momento de la acción?

Soy deudor de la maduración de una idea, la de la toma de conciencia. Para Musil, la obra El hombre sin atributos fue muy costosa. No quise enfrentarlo con otro duelista, como podía haber sido Thomas Mann. No hubiera sido coherente. A Musil le hirió el mundo. Y mi idea en el libro ha sido la de abrir ventanas para que entre el aire. Considero que en gran medida también he sido herido por el mundo. Musil nació en un territorio cultural y murió en otro. Y percibe que no quiere morir en otro contexto cultural. A mí me ha pasado. A veces me siento un desplazado, pero estoy contento de haber traspasado ese contexto distinto, marcado ahora por la digitalización. Y si tengo que utilizar para escribir la Inteligencia Artificial lo haré. Por eso el libro abarca hasta la actualidad, no se reduce a un mundo anterior. Quería explicar el tránsito entre esos dos contextos culturales.