Daniel C. Dennett

Daniel C. Dennett

Ideas

Daniel Dennet y sus lecturas de 'buffet libre'

Arpa edita las memorias del filósofo y científico cognitivo, que dedicó su larga carrera a descifrar los misterios más espinosos y esenciales de la mente humana

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Acabada la Segunda Guerra Mundial, Norbert Wiener acuñó el término cibernética (un neologismo derivado del griego: el timón o gobierno de una nave) para indicar unos estudios interdisciplinarios de teoría de control y teoría de sistemas. Pocos años después John McCarthy acuñó el término inteligencia artificial, en busca de máquinas que imiten la inteligencia humana. Wiener y McCarthy eran matemáticos y norteamericanos de procedencia eslava y judía; el segundo agregaba además el origen irlandés de su padre; identidades solapadas orientadas exclusivamente al saber y no a enaltecer ninguna otra pertenencia.

Parece que Wiener fue el primero en dar la voz de alarma sobre posibles impactos negativos de la IA. Lo cuenta Daniel Dennet, filósofo de la ciencia nacido en Massachusetts en 1942 y fallecido en Maine el año pasado. Se licenció en Harvard y se doctoró en Oxford, bajo la dirección de Gilbert Ryle, autor de El concepto de lo mental. Dennet escribió libros como Contenido y conciencia, (buscando la relación entre la vida mental y los procesos que se desarrollan en el cerebro; la mente no tiene por qué entender cómo funciona el cerebro; y llama intuición a saber algo sin saber cómo se ha llegado a ello) o La conciencia explicada (con apéndices especiales para científicos y filósofos, donde explora, relaciona e integra datos y conceptos que provienen de la filosofía, la psicología, la neurociencia y la inteligencia artificial). Llegó a hablar de heterofenomenología (la fenomenología de otro) como un enfoque en tercera persona que permite aprender de uno mismo, aunando fenómenos objetivos y subjetivos.

'He estado pensando'

'He estado pensando' ARPA

Dennet fue invitado por McCarthy para formar en Palo Alto (cuna de Silicon Valley) un grupo de trabajo sobre filosofía e IA. En sus memorias, publicadas en 2023 y tituladas He estado pensando (Arpa), argumentaba que la investigación en IA proporciona “excelentes herramientas tanto para disciplinar como para mejorar la imaginación de los filósofos” y también que la IA es “una especie de disciplina experimental de pensamiento asistido por ordenador, que prueba simplificaciones tentadoras y descubre problemas incómodos por el camino”.

Es bien sabido que Chat GPT garantiza plagios inverosímiles. Dennet, ateo militante, definía el plagio como “el mayor pecado académico”. Decidió advertir a sus estudiantes que no hay excusa para el plagio y que, si alguna vez descubría a un estudiante plagiando, no sólo le suspendería el curso, sino que procuraría su expulsión: “Suspende el curso, abandónalo, pídeme una prórroga. Pero no plagies”. Como profesor optó por prescindir de los exámenes finales y evaluaba a sus alumnos en función de los comentarios semanales en clase sobre las lecturas obligatorias y de sus trabajos individuales trimestrales. Por mi parte, diré que, para valorar la capacidad de reflexionar de los estudiantes y su comprensión de los argumentos y las cuestiones planteadas, veo necesario completar la evaluación con exámenes orales; lo que requiere además de tiempo, ciertamente, empatía y no querer asustar o machacar a quien se pregunta.

Lejos de lo snob y pomposo, Dennet lamentaba que numerosos académicos sólo escriben para ellos, sometidos a una olla a presión y aficionados a desdeñar con necio prejuicio. Él reconocía como un costoso éxito personal haberse permitido fracasar. Aludía también a que, durante las discusiones entre colegas, siempre había alguien más astuto que le ponía en apuros, encontrando “ambigüedades en mis palabras que yo no había percibido”. Pero había espacios amables. Cerca de Boston, en la universidad de Tufts donde ejerció de profesor, se organizaron unas añoradas cenas mensuales que reunían a unos veinte profesores de todos los departamentos, rangos y disciplinas para hablar de trabajo “sin la presencia de administradores y sin agendas”, profesores que, decía, no luchaban por el presupuesto ni por el poder político, sino por aprender unos de otros.

'Contenido y conciencia'

'Contenido y conciencia' GEDISA

En desacuerdo con muchos filósofos, el nada convencional Dennet, decía que prefería para sus lecturas un enfoque tipo buffet libre: “Probando un poco de aquí, sirviéndose una porción grande de allá” o tomando “unas rebanadas de lo que me parece más emocionante o de exquisiteces que invitan a la reflexión y dejando el resto de la interpretación a los estudiosos”. Y consideraba un grave pecado desaconsejar libros que uno no ha leído y rechazarlos por motivos políticos. Asimismo, le preocupaba la apatía que percibía en sus estudiantes al mencionarles figuras culturales emblemáticas.

Explicar en clase temas que no dominas plenamente te permite, afirmaba, la posibilidad de transmitir entusiasmo a los alumnos sobre cosas que para él eran novedades, lo que veía más beneficioso que informar acerca de interpretaciones bien establecidas. Importa más desarrollar “métodos, actitudes, algoritmos”. Daniel Dennet se señalaba como alguien propenso a la pereza y como un lector poco disciplinado que se distraía con facilidad; decía tener un apetito insaciable por juegos y entretenimientos, como por ejemplo los crucigramas, sudokus y el cubo de Rubik.

De joven jugaba a baloncesto en California, donde conoció al químico Frank Sherwood Rowland, que era pivot en su equipo. Sherry Rowland (así lo llamaban los amigos) obtuvo hace treinta años el Premio Nobel, al alertar del daño que los aerosoles de clorofluorocarbonos (CFC) ocasionan en la capa de ozono. Dennet disfrutaba tocando jazz al piano como solista (reconocía sus limitaciones, pero “mi forma de tocar era una aventura continua, siempre explorando nuevas vías”); una afición que había adquirido en su familia, su madre tocaba el piano y acompañaba la proyección de películas mudas. También actuó en corales y formó en un octeto para cantar motetes y madrigales.

Además de alemán y francés, Dennet hablaba árabe. Su padre era historiador y, según cuenta en sus memorias, fue el primer agente de la CIA fallecido en acto de servicio. Murió cuando él tenía cinco años de edad, momento en el que su familia regresó de Beirut a Boston. Dennet buscó la convivencia entre los mundos académico y granjero. Pasó temporadas con su familia en la Granja Godland, adquirida por él y su mujer y situada en Blue Hill, en el estado de Maine. Allí podía seguir un estilo de vida anticuado, segando heno, pintando la puerta del granero, cuidando animales. Al científico y filósofo Douglas Hofstadter (amigo suyo y afamado autor del libro Gödel, Escher, Bach) le preguntaron una vez por él y respondió: “Está en su tractor, haciendo labrosofía”.

Había patologías de la conciencia que Dennet entendía como fascinantes, así: la visión ciega (en individuos que niegan tener conciencia de objetos que tienen delante, pero actúan de forma que en cierto modo los ven), la heminegligencia (dificultad para atender o responder a estímulos que se presentan en el lado opuesto de donde reside una lesión) o el delirio de Capgras (obsesionarse en que un ser querido ha sido sustituido por un impostor); lleva el apellido de un psiquiatra francés que hace justo un siglo describió esa desconexión, que no debe confundirse con la historia real de la mujer del granjero Martin Guerre, ocurrida hace más de cuatro siglos en la Gascuña francesa y novelada magistralmente por Janet Lewis. Una pregunta necesaria a hacerse siempre es: ¿Y si estamos equivocados?