Retrato de la nueva oligarquía tecnológica

Retrato de la nueva oligarquía tecnológica DANIEL ROSELL

Ideas

Noticias de la Nueva Edad Media: Retrato (triunfante) de la oligarquía tecnológica

La convergencia entre la segunda presidencia de Trump y la agenda de intereses particulares de los dueños de las grandes corporaciones digitales derrumba el paradigma político configurado hace 80 años, tras la Segunda Guerra Mundial

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Thomas Carlyle (1795-1881), que estudió a fondo la génesis y los efectos de la revolución francesa y escribió después un excelente tratado sobre los héroes en la cultura occidental, sostenía que el asombro es la base de la adoración. La piedra rosetta que nos ayuda a leer la historia de los grandes imperios. Los dioses primitivos exigían a sus fieles una sumisión de naturaleza incondicional, igual que los siervos medievales debían su vida y su existencia social al beso (envenenado) de su señor. Los antiguos monarcas jamás aparecían ante su corte sin los atributos del poder: la corona, el cetro y la espada, exigencias establecidas en la iura regalia. 

El hábito, sin duda, construye al monje. Vestir sotana es consustancial al simbolismo que desean encarnar los clérigos. El uniforme, además del uso de las armas, es lo que identifica en todas partes a un ejército. Incluso los republicanos, al ejercer el poder en nombre del pueblo, aunque no tarden ni un segundo en traicionarle, se revisten antes de una banda presidencial a la hora de oficiar su misa (en abismo). Uno de los rasgos esenciales de la teatralidad del poder, que exige mantener un ritual y diseñar una puesta en escena impactante, es la obligación de sorprender a los administrados, ya sea mediante el miedo o gracias a la asignación de canonjías. 

Poster de Donald Trump

Poster de Donald Trump PIXBAY

La segunda entrada de Donald Trump en la Casa Blanca acaba de añadir a la parroquia de su iglesia –los republicanos, convertidos ahora todos en trumpistas– a los propietarios de las grandes plataformas tecnológicas, que acompañaron al nuevo César en el acto de imposición de los laureles de la victoria. El hecho no tendría nada de nuevo –un poder, igual que cualquier imán, siempre atrae a otros– si este nuevo sanedrín de notables estuviera compuesto mayoritariamente por políticos. No es el caso. Ahora lo encabezan empresarios cuyos negocios valen más que la riqueza oficial de muchos países. Todos operan de forma global. Son los virreyes.

Ya no necesitan lobbies ni intermediarios. La capacidad de influencia a través de su testaferros se ha convertido en un vestigio del pasado. El protagonismo ahora es directo. La estampa es tan insólita que hace temer incluso por la supervivencia de la democracia liberal. Acaso no seamos todavía conscientes, pero contemplamos el crepúsculo de una época, la surgida hace ahora ochenta años, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, mediante un pacto social, y el comienzo de una etapa distinta. 

Zuckerberg (Meta) Lauren Sánchez y Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai (Google) y Elon Musk (Tesla y la red social X) durante la toma de posesión de Donal Trump : WHITE HOUSE PRESS OFFICE

Zuckerberg (Meta) Lauren Sánchez y Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai (Google) y Elon Musk (Tesla y la red social X) durante la toma de posesión de Donal Trump : WHITE HOUSE PRESS OFFICE

La cultura política destronada, que todavía distinguía, al menos de manera formal, el interés particular del general, a excepción de las autocracias y las dictaduras, va a ser reemplazada por una agenda que es la culminación de otra cruzada cultural, la antítesis de la guerra de identidades que ha venido alimentando (en su beneficio) la izquierda en los últimos años. 

¿Cómo es posible que internet, que comenzó siendo un espacio de libre intercambio de ideas y sin intereses comerciales explícitos, se haya convertido en la placenta de los señores feudales de la tecnología? ¿En qué instante el universo virtual construido por Google, Amazon, Facebook o la red social Twitter (rebautizada como X por Elon Musk) irrumpió en el mundo real como si un meteorito colisionase con la Tierra? ¿Cuándo comenzó esta nueva Edad Media con móviles, tablets y ordenadores?

'La superviviencia de los más ricos'

'La superviviencia de los más ricos' CAPITÁN SWING

Uno de los libros que mejor explican este tránsito, que no deja de ser un proceso mediante el cual una gigantesca ficción sobrepasa la cuarta pared, por expresarlo en términos teatrales clásicos, y ocupa las sillas del público, es el que Douglas Rushkoff, columnista y profesor de Cultura Virtual en la Universidad de Nueva York, escribió hace ahora tres años: Survival of the Richest: Escape fantasies. 

Traducido al español por Francisco José Ramos Mena y editado por Capitán Swing, un sello que ha renovado el ensayo de actualidad, la crónica de Rushkoff se nos presenta como una reflexión acerca del deseo de esta oligarquía tecnológica de escapar de la Tierra a Marte antes de que acontezca el inevitable colapso medioambiental. Un planteamiento que se asemeja a una distopía propia de la ciencia-ficción, pero que encierra la voluntad de una selecta minoría de millonarios de salvarse a sí mismos de la devastación que sus propios negocios están causando. 

Douglas Rushkoff

Douglas Rushkoff

El señuelo de la gran huida esconde, en realidad, otra cosa distinta. Rushkoff en realidad escribió una fantástica crónica sobre la mutación de internet, la antigua red cibernética de comunicación militar conocida como Arpanet, que a finales del pasado siglo comenzó a utilizarse para fines civiles, y su conversión en el instrumento de una hegemonía (la tecnológica) que tras haber saqueado nuestra intimidad como si fuera una mina, y manipular a la gente, en general con su entusiasta colaboración, ha decidido, sin dejar el ámbito tecnológico, hacerse con el poder terrestre. 

Trump es el Carlomagno de esta nueva civilización. Igual que monarca franco, ágrafo a pesar a ser coronado como emperador del Sacro Imperio Romano, el presidente norteamericano asume por segunda vez el poder acompañado de un senado de capitalistas digitales que tienen un discurso abiertamente transhumanista. Una élite blindada e inaccesible cuya riqueza no procede de la economía real, sino de nace gracias a un universo virtual creado con tecnología que, mediante la abstracción de la capitalización financiera, ha configurado un gigantesco monopolio planetario. Ellos son ahora los dueños de la jaula. Todos nosotros, sus cobayas.

'Program or be programmed'

'Program or be programmed'

La irrupción política de esta aristocracia tech, como relata Rushkoff, que ha estudiado a fondo el cambio cultural que entraña internet, no es sino la culminación de una metamorfosis que comenzó en 1993, cuando la red, hasta ese momento el campo de operaciones de la cultura cyberpunk, empezó a ser colonizada por los fondos de capital riesgo y grandes inversores con colosales expectativas financieras. La chispa que alimentó esta hoguera, en efecto, fue el asombro provocado por la burbuja de las empresas puntocom, cuyo valor bursátil estaba disociado de su cuenta de resultados. En vez de hacer una revolución digital, consumaron su deceso. 

La tecnología abandonó las páginas de cultura de los periódicos y se trasladó a los suplementos de negocios. Todas las compañías de internet cotizaban en bolsa en 1997. Tres años después sobrevino el crack de 2001, que fue una especie de eugenesia corporativa. Pero internet no dejó de ser en ningún momento el campo de pruebas de estas tecnocompañías, cuyo filosofía friendly –el epítome es el logo colorista de Google– ocultaba fines mercantiles que antes o después cristalizarían en un orden político expreso. Scott Galloway, profesor de Marketing de la Universidad de Nueva York, lo resumió así: “Han decidido que el capitalismo implica ser afectuoso y empáticos con las empresas pero rigurosos y darwinistas con los individuos”.

Cartel de 'Big Brother', el personaje de Orwell

Cartel de 'Big Brother', el personaje de Orwell

Ya no se trataba de cambiar el mundo. Lo que había que hacer con él era conquistarlo, igual que los primitivos cruzados de la Jerusalén liberada, el poema épico de Torquato Tasso. En lugar de espadas, la herramienta sería la tecnología, concebida como el medio para crear expectativas de capital. Google dejó entonces de ser un buscador para empezar a operar como el Gran Hermano de Orwell. Facebook mercantilizó la intimidad de sus usuarios. Silicon Valley se transformó en el Vaticano de un capitalismo extremo que, sin embargo, no dejaba de sonreír. Igual que el Joker.

Era cuestión de tiempo que los profetas de la tecnología, especialistas en travestir de interés general sus anhelos personales, empezaran a predicar su nuevo evangelio: la evolución de la raza humana debía culminar en un ejército de cyborgs que, desde el salón de su casa, delante del ordenador, comprarían productos de empresas cuya automatización tecnológica les permitía prescindir o subcontratar trabajadores, reduciendo los costes. Así nacieron los riders. Personajes metafóricos de la cadena de suministro de un mundo low-cost donde todo lo que uno pida puede ser entregado a domicilio, sin tener que ver a otro ser humano. Y donde la realidad no tiene importancia porque puede ser sustituida por el Metaverso.

El fundador de Facebook en una imagen virtual de su Metaverso

El fundador de Facebook en una imagen virtual de su Metaverso

El problema de esta Arcadia tecnológica, explica Rushkoff en su ensayo, es que no garantiza la felicidad. Exige la maximización del beneficio ad infinitum. Los inversores, que son quienes dirigen las estrategias de estas compañías digitales, demandan plusvalías crecientes que no se basan en los recursos disponibles o en el trabajo de las personas. Quieren que se cumplan, como si fueran las leyes de Moisés, los números de una tabla de Excell. Abstracciones. Y para lograrlo han articulado una filosofía de empresa que reduce las relaciones sociales a transacciones mercantiles.

La diferencia, con respecto a la burbuja inmobiliaria, que derivó después en la crisis financiera de 2008, es que sus responsables no niegan que sus decisiones tengan consecuencias. “Nunca antes los actores más poderosos de nuestra sociedad han asumido que el impacto de sus conquistas sería hacer del mundo un lugar inhabitable para todos”, escribe Rushkoff.

'Life Inc'

'Life Inc' VINTAGE

La situación recuerda al súbito tránsito entre el capitalismo de corte aristocrático y el popular, cuando las clases medias empiezan a emular a los ricos e invierten sus ahorros familiares en los mercados bursátiles, con la diferencia de que entonces, en la civilización industrial, lo hacían en empresas reales, no en mercados volátiles. Nada que ver con la promesa de riqueza instantánea y sin esfuerzo de las plataformas de inversión trader. 

Las compañías tecnológicas han creado en estos años monopolios globales gracias la sustitución del comercio y el mercado de servicios tradicionales. Su método es anular a la competencia gracias a su músculo financiero, que les permite operar con pérdidas durante un cierto tiempo mientras se hacen con todo el mercado para, una vez solos, incrementar sus tarifas. Uber lo hace con el gremio de los taxistas. Amazon, entre otros negocios, es el actor predominante en el negocio mundial de la distribución. 

Airbnb ha transformado los centros de casi todas las urbes históricas en un Monopoly de apartamentos turísticos. Los periódicos necesitan a las redes sociales como canales para aumentar su audiencia. Los lectores se han convertido en usuarios. El periodismo ha desaparecido en favor de los contenidos patrocinados. Por las manos de Glovo pasan buena parte de las ventas y los ingresos de los negocios de hostelería y la restauración. 

Nada de esto hubiera sido posible sin la ingenua colaboración de buena parte de las clases medias, que han asumido que la mentalidad de los jerarcas digitales es una religión ecuménica y pueden ganan dinero con sus aplicaciones y plataformas comercializando su segunda residencia en la playa o soñando con lo que Rushkoff llama la ecuación aislacionista. ¿Recuerdan? Fue una de las distopías de la pandemia: un bucólico retorno al bosque. Un cuento de terror presentado como una fábula de hadas.

'Team human'

'Team human'

El único problema de estos condotieros de la tecnología es que, aunque ellos hayan decidido ignorarlas, las masas, las personas corrientes, el vulgo, los famosos losers que no han conquistado el sueño americano, que no es sino otra más de las formas contemporáneas de la tragedia, no van a desaparecer de la Tierra, salvo que sean masacradas en serie y de forma sistemática, como sucedió en la Alemania nazi con los judíos. 

Frente a los deseos de los oligarcas digitales, que vuelan en sus aviones privados como los plutócratas lo hacían en la película Metrópolis, de Fritz Lang, existe una ley infalible que en su día enunció Baruch Spinoza: “El alma se esfuerza por perseverar en su ser con una duración indefinida y es consciente de ese esfuerzo que, cuando se refiere a un alma sola, se llama voluntad, y no es otra cosa que la esencia misma del hombre”. 

El filósofo Baruch Spinoza (1907)

El filósofo Baruch Spinoza (1907) SAMUEL HIRSZENBERG

“Estamos más cerca de Matrix de lo que pensamos”, escribe Rushkoff. El mundo real es un incordio persistente para los aristócratas tecnológicos. Por eso han creado algoritmos para invisibilizar o anular la disidencia –las redes sociales funcionan como campanas de eco–, dirigir nuestros gustos y compras y reducir la discusión pública a los términos en los que Carl Schmitt basaba su noción de lo que es la lucha política: la diferenciación categórica entre los aliados y los enemigos.

La segunda entronización de Donald Trump demuestra que la mentira, indistinguible ya de la verdad, puede ser una escalera directa hacia el éxito. “Si Dios no existe, es que todo está permitido”, decía Raskólnikov, el tenebroso personaje de Dostoyevski en Crimen y Castigo. Incluyendo la destrucción desde dentro de la democracia a través de la cybervigilancia y un gigantesco reseteo de conciencias que implica que los delincuentes pueden ser investidos emperadores si media el voto popular, que es mágico: absuelve de los pecados y permite indultar a tus seguidores. 

Cartel de 'Metropolis'

Cartel de 'Metropolis'

La amnistía que Trump ha otorgado graciosamente en las primera horas de su mandato a los asaltantes del Capitolio es análoga a la que Pedro Sánchez aprobó a cambio de siete votos fenicios en favor de los independentistas catalanes del procés. Ambas son decisiones injustas. Amorales. Arbitrarias. Soberbias. Ambas persiguen que sus partisanos disfruten de impunidad general y no rindan cuentas ante la justicia.

Los signos de la era Trump son meridianos para quienes todavía sepan leer e interpretar hechos sin una (aparente) conexión directa, pero entrelazados, como hace Rushkoff en este libro. Un mundo ha muerto y otro agita ya el cetro imperial. Bienvenidos a la era de la tecnocracia, cuyas leyes resumió Leonard Cohen en ‘Any System’, uno de los poemas de The Energy of Slaves: “Cualquier sistema que montéis sin nosotros / será derribado / Ya os avisamos antes / y nada de lo que construisteis ha perdurado / Oídlo mientras os inclináis sobre vuestros planos / Oídlo mientras os arremangáis / Oídlo una vez más / Cualquier sistema que montéis sin nosotros / será derribado / Cualquier sistema”.

'The Energy of Slaves'

'The Energy of Slaves'