Mural de Bob Dylan en Minneapolis, obra de Eduardo Kobra : SHARON MOLLERUS

Mural de Bob Dylan en Minneapolis, obra de Eduardo Kobra : SHARON MOLLERUS

Ideas

Año nuevo vidas nuevas: La resurrección de Dylan

Tras pasar por el fundamentalismo cristiano, y quedarse sin voz, con la sensación de ser un impostor, Dylan recuperó sus fuerzas para iniciar giras inacabables por todo el mundo

Año Nuevo vidas nuevas. Dante o la fecunda muerte de Beatriz

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Hasta las personas más creativas, seguras de sí mismas, prolíficas y supuestamente casi invulnerables pueden sufrir un bache catastrófico, una caída de caballo, un momento en el que todo parece haber acabado. Y en algunos casos  de una u otra forma, vuelven milagrosamente a salir a flote. En días anteriores hemos hablado de Dante, de Koestler, de Djilas, de otros que ya no recuerdo. Ahora recordaré el caso de muerte y resurrección –en sentido figurado— de Bob Dylan, tal como él mismo lo cuenta en Crónicas (ed Global Rythm). Sucedió en 1987.

Los años ochenta no fueron muy buenos para su inspiración ni su producción, desde luego. Fue la época de su adhesión al fundamentalismo cristiano, cuando arengaba al público que acudía a sus conciertos con sermones malhumorados propios de un telepredicador, advirtiéndoles que pronto acabarían por sus pecados todos en el infierno.

Nada tiene de raro que estuviera perdiendo a su audiencia a chorros. Él mismo se daba cuenta.

Bob Dylan  /REDES

Bob Dylan /REDES

Dejó de sermonear al público pero entró en una crisis pavorosa. Todo lo que había hecho hasta entonces, y que era la sustancia de su trabajo de cantante y hombre-espectáculo, se le había vuelto ajeno, intocable. Se sentía incapaz de cantar más de veinte canciones de su repertorio; éste constaba de cientos de ellas, muchas bonísimas, pero no sentía ningún “contacto” con ellas.

Al cantarlas se sentía  como un impostor. En fin, eso es lo que cuenta, habrá que creerle. Tampoco es difícil de entender que después de cantar mil o dos o tres mil veces veces los versos de Blowind in the wind o cualquier otra de sus tan exitosas canciones, los versos hubieran dejado de tener sentido y empezase a detestar las palabras, o por lo menos a sentir el deber de cantarlas como una rutina insoportable, un suplicio.

Quedarse sin voz

Sentía una escisión esquizofrénica de sí mismo. Su público le parecía una masa de bultos indiferenciados. “Yo estaba harto de aquello, harto de vivir en un espejismo. Había llegado el momento de romper con todo”. En 1987 tenía 46 años. Una edad estupenda para prejubilarse, si uno tiene ahorros.

Pero los compromisos hay que respetarlos, y todavía tenía que acabar una gira con Tom Petty y sus Heartbreakers –y constataba que ellos tenían mucho más éxito de público que él: otro motivo de ansiedad y desasosiego— que les llevó a Locarno, Suiza, al que podía ser su último concierto.

Éste era al aire libre, soplaba un fuerte viento y de repente al ir a cantar se quedó sin voz. Sólo eso le faltaba al pobre bardo en crisis artística y existencial: quedarse mudo. “Todo se derrumbó. Por un instante caí en un agujero negro. Abrí la boca para cantar pero la presencia vocal se había extinguido y no salió nada. Te aseguro que no hay ningún placer en encontrarte en una situación así…”

Bob Dylan en una imagen de archivo / EP

Bob Dylan en una imagen de archivo / EP

Bueno, él explica el milagro de la epifanía de una manera un poco oscura, a base de metáforas y figuraciones y refiriéndose a antiguas técnicas vocales súbitamente recuperadas y nuevos descubrimientos técnicos para volver a conectar con sus propias composiciones:

“Estás ante treinta mil personas que te miran y no sale nada. La situación puede ser bastante estúpida. Diciéndome que no tenía nada que perder y no tenía que tomar ninguna clase de precaución, conjuré otro tipo de mecanismos para arrancar los resortes que no funcionaban. Lo hice automáticamente, a partir de la nada; lancé mi conjuro para expulsar al demonio. Fue como si un pura sangre hubiera cargado contra el vallado. Todo volvió a su sitio, y en forma multidimensional. Hasta yo me sorprendí. Inmediatamente, despegué a las alturas. Puede que la gente percibiera cierto cambio de energía, pero nada más. Era como si me hubiera convertido en otro músico, aunque supongo que nadie se dio cuenta de que había sucedido una metamorfosis. Ahora la energía acudía desde cien ángulos diferentes, completamente imprevisibles. Yo disponía de una nueva facultad, que parecía superar todas las necesidades humanas...”

No se explica muy bien, pero está claro que “algo pasó”. La gira con Petty acabó en diciembre. Entonces, en vez de retirarse de los escenarios y retirarse a su mansión de Malibú, a mirar el mar y pasear a sus perros, como pensaba hacer antes de la crisis de Locarno, el “nuevo” juglar fue a ver a su representante y le encargó que contratase para él series de cien conciertos anuales durante los tres siguientes años: “Estaba claro que necesitaba crearme un nuevo público, porque el mío había crecido más o menos con mis discos y ya había pasado el punto de aceptarme como un nuevo artista, lo cual es comprensible”.

La hora más oscura

Con esa idea emprendió el famoso Never Ending Tour, que aún ahora, a sus ochenta y tres años, le lleva de aquí para allá como un vagabundo de lujo.

Fue pocos meses después de la “crisis de Locarno” y como para rubricar ese renacimiento milagroso, cuando Dylan formó el grupo Traveling Wilburys, con Petty, Roy Orbison, George Harrison y Jeff Lynne. (Hoy sólo siguen vivos Lyne y Dylan). Sacaron dos discos deliciosos, aunque no tanto como la serie de discos que el mismo Dylan renacido de sus propias cenizas publicaría al cabo de pocos años…

En fin, como decíamos ayer, la hora más oscura de la noche es justo antes del amanecer.