Llega la Navidad. Y podemos estar tristes. No sentimos esa alegría que se percibe en los espacios públicos, con brillantes luces y comercios abiertos. No nos gusta esa expresión tan manida según la cual "llega la luz al final del túnel". ¿Por qué? Lo nocturno se asocia a tristeza, a enfermedad mental. El sol, la claridad, es todo lo contrario. Es la felicidad y se asocia a una persona sana. ¿Cómo se puede romper ese círculo? La filosofía pide paso. Alza la voz. Y ayuda a entender qué nos sucede. Lo explica Mariana Alessandri, en su libro Visión nocturna, un viaje filósofico a través de las emociones oscuras, (Koan), con delicadeza, pero con convicción. “La ira y la ansiedad que sentimos nos pueden ayudar, no tengamos miedo a la oscuridad”, asegura, en esta entrevista con Letra Global.
La presión es grande. Hay que exhibir una cierta alegría, una buena cara. Alessandri, sin embargo, reclama que nuestros ojos sean capaces de adaptarse a la oscuridad. En ella aparece la ira, la tristeza, la depresión, la ansiedad, el sufrimiento. Es la vida. Y en algunas sociedades, como sucede en Estados Unidos, todo eso se intenta ocultar, disipar.
No es bueno que nos vean como personas con 'debilidades'. "Hemos interiorizado que podemos ser seres rotos, pero no estamos rotos, lo que sucede es que tenemos emociones y hay que saber entrenarlas y aprender de ellas. De hecho, nos puedan ayudar. Las iras están para utilizarlas, no para disiparlas, podemos aprender a entrenarlas en lugar de intentar controlarlas. Ver en la oscuridad nos enseña a emplear mejor nuestras iras en nuestra vida personal y política", incide Alessandri, profesora asociada de Filosofía en la Universidad de Texas Valle del Río Grande, la primera universidad bilingüe de Estados Unidos.
La propuesta huye de los libros de autoayuda. Lo que explica Alessandri es que las emociones existen y que las personas deben saber gestionarlas, y también deben aprender a escuchar y a relacionarse con esas personas que sufren, que sienten ira, que se deprimen. No se trata de sustituir la medicina, ni de despreciar a los profesionales que se encargan de mejorar las condiciones de enfermos mentales. Pero sí de entender que lo que no sirve es alejarse como si se tratara de algo perverso. Alesandri hace referencia a un libro que apuntaba esa necesidad, en Más Platón y menos Prozac. "Lo que deberíamos decir es Platón y Prozac, porque no decimos que no se deban tratar aquellas situaciones que puedan ser graves. No se trata de dejar de atender médicamente una depresión, pero sí de dejar de considerar como seres rotos a quienes necesitan un tiempo, a quienes se sienten tristes o a quienes se aferran a un duelo tras la pérdida de una persona querida", asegura Mariana Alesandri.
Con unos ojos adaptados a la oscuridad se puede vivir de otra forma, más pendiente del prójimo y de las emociones que sentimos en carne propia. Y siempre acompañados con autores que han sabido analizar esas realidades, con Audre Lorde, María Lugones, Unamuno, C.S.Lewis, Gloria Anzaldúa o Kierkegaard. Alessandri, nortemericana, con ascendencia latina --habla español como lengua materna-- vivió en España, en Salamanca, para ahondar en los archivos de Unamuno y reflejar cómo el filósofo había interiorizado el sufrimiento, tras la pérdida de su hijo Raimundo. Unamuno no escondió su sufrimiento, lo conllevó, quiso vivir con él.
El duelo de Montaigne
En el libro refleja otro caso, el de Montaigne. El autor de los Essais, casi veinte años después de la muerte de La Boétie, "seguía lamentando la muerte de su amigo". ¿Era un ser roto, poco recuperable? La autora de Visión nocturna dedica todo un capítulo a la situación del duelo. Más de dos semanas se considera en Estados Unidos que es motivo para un tratamiento médico. ¿De verdad? Alessandri incide en que es compatible, en que se puede aprender de ello, en que se puede mantener ese duelo, pensando en esa persona, sin necesidad de ser tratato, o de ser visto como alguien poco recomendable.
Lo constata con el caso de C.S.Lewis, el autor de Una pena en observación (Anagrama), que fue un enorme éxito de ventas en Estados Unidos en los años sesenta. La muerte de su mujer --que tenía cáncer, con quien se casó en el propio hospital-- provocó el desmoronamiento de Lewis, que mostró sus emociones, las explicó y no escondió cómo le había afectado. Anglicano, su fe quedó tocada. Dios dejó de existir. En una sociedad donde las emociones se ocultan, el libro de Lewis suposo un enorme impacto.
"Sin ira no habría feminismo"
Alesandri explica cómo es mejor hablar de ello, exteriorizarlo, pero siempre que se sepan "entrenar esas emociones, como la ira o la ansiedad". Con una experiencia con su propio hijo señala la importancia de esas situaciones. "Mi hijo estaba enojado y triste, estaba encerrado en su habitación porque debía elegir su asistencia a dos fiestas que se celebraban en el mismo momento. Tenía amigos en las dos, pero debía dejar a unos e ir con otros. Yo entré en la habitación y lo tomé por los hombros. Yo lloraba. Y él me dijo cuál era el motivo. Y es que mi mamá se estaba muriendo, y la tenía en la habitación de al lado, donde la cuidaba. Mi hijo lo entendió, y nos abrazamos. Pero yo no le culpé por sus emociones. Estaba en una tesitura que también era delicada. Y eso es lo que debemos aprender a gestionar".
¿Estoicos sin emociones? ¿Es lo que se pretende? ¿Mostrar que estamos alegres, que nos encanta la Navidad?
Alessandri habla de ello, a través de páginas que reclaman la máxima atención del lector. Y con una derivada política importante. La profesora de filosofía no rehúye esa dimensión. "Sin ira buena parte del feminismo no existiría". Es decir, esas emociones pueden tener una traducción en la vida pública. Y guardan relación con los colectivos sociales, con el género, con la raza. ¿Se es más permisivo con una manifestación de gente blanca que ocupa el Capitolio en Washington, que con una manifestación de negros que piden no ser golpeados por la Policía? ¿La ira en las mujeres se condena con mayor determinación que la que muestran unos hombres blancos de mediana edad? "Hay que tener eso en cuenta, ¡claro que sucede!, porque nuestras sociedades todavía arrastran esas tendencias. Con las mujeres es muy evidente, y también respecto a las minorías, si son mujeres que pertenecen a una minoría cultural. Y sin ira, como decía, el feminismo, por ejemplo, no existiría".
¿Qué puede pasar ahora en Estados Unidos con el triunfo de Donald Trump? "Estamos ante una sociedad polarizada, dividida en dos, con muchos sentimientos encontrados, y esperemos que se puedan manifestar, pero también manejar", señala Alessandri.
Su apuesta es precisa, seria. La plantea a sus estudiantes. Y la refleja en un libro que emociona con un golpe al intelecto. Reclama la antención para saber escuchar, como el caso que presenta sobre una madre que ha dedicado su vida activa a los hijos y quiere recuperar su vida profesional. Sus hijos y su marido le dicen que todo saldrá bien, que tiene posibilidades de volver al mercado laboral, pero ella espera otra cosa. Quiere compartir sus miedos, su tristeza por una situación que no querría que se hubiera producido. Hubiera deseado que la sociedad le permitiera compaginar su vida como madre y como profesional. No se arrepiente de la dedicación a sus hijos, pero ahora querría empatía, que la escucharan, que pudieran entender sus fragilidades. Y, finalmente, el marido lo entiende, la escuha, habla sobre ello, no lo esconde.
Es lo que ella deseaba. Y lo que Mariana Alessandri espera que el lector interiorice, con unos ojos ya plenamente adaptados a la noche.