El estado de euforia con que se recibió la anhelada, pero insospechada noticia de la caída del Muro de Berlín, con la que empezó la implosión del sistema comunista en la Europa central y oriental, tenía algo de pueril y de ciego, como siempre lo es el entusiasmo ante los acontecimientos históricos. Cierto pensador norteamericano se hizo famoso en el mundo entero al anunciar que habíamos así llegado al fin de la historia.
No tardaron mucho otros acontecimientos, entre ellos la erección de muchos otros muros por todo el mundo, en quitarle la razón al señor Fukuyama, pero creo que fue a Iván de la Nuez, escritor cubano residente en Barcelona desde hace por lo menos 25 años, a quien primero escuché alertar sobre las consecuencias que tendría la feliz liquidación del comunismo para las sociedades democráticas occidentales.
En brillante formulación advirtió que “el muro cae, pero cae también para el otro lado”. A nadie se le escapa que el pronóstico de Iván de la Nuez ha sido ampliamente confirmado por la realidad: la crisis del capitalismo que conocíamos.
La vivienda y la alimentación por las nubes, los salarios por los suelos, la esfera del debate común, la educación y cultura pública, trivializada hasta la imbecilidad, hasta la catatonia, la democracia burlada por el gran capital y por el populismo; las comunidades, atomizadas y diluidas por las nuevas formas de trabajo; nuevas guerras y nuevas amenazas de guerra nuclear; la esperanza de prosperar, reducida a un sarcasmo; o sea, la realidad que todos conocemos y además negras nubes en un porvenir desnortado al que las nuevas generaciones se enfrentan inertes, desvalidas y sin más herramientas para cambiar las cosas que una utillería política caduca y oxidada, con mitos, ideas y lenguaje, que ya en el siglo XX probaron su inoperancia y el daño que pueden provocar.
Pero no lo saben, porque no han leído y no saben lo que hay que saber mientras saben al detalle lo que no deberían.
Un capitalismo autoritario
“Después del comunismo, cae la socialdemocracia, y ahora está cayendo el liberalismo”, dijo ayer Iván de la Nuez durante la presentación pública, en la madrileña librería Olavide, de su último, fértil y sugerente ensayo Iconofagias. Un diccionario del siglo XXI, un mapa de la realidad donde prolonga esa frase: “…Un capitalismo autoritario que ya está incrustado en el corazón de occidente y no solo en sus periferias”.
Conocí a Iván cuando llegó a Barcelona, junto con un pequeño grupo de intelectuales cubanos a los que el castrismo permitió abandonar la isla para liberarse de la presión que con su inteligencia, buena formación académica y creatividad pudieran ejercer contra el régimen.
Muerte del proletariado
Siendo todos los demás interesantes, Iván era el más dotado de inteligencia abstracta. Conociendo tan bien el comunismo y el capitalismo, está muy bien situado para entender la nueva época que describe Iconofagia, una época que define como la de una avalancha de imágenes y de la hipernormalización, que consiste en una forma de comportarse propia del avestruz: “Ver el abismo en el que estás a punto de precipitarte y fingir que no pasa nada”. De la Nuez se complace en formulaciones verbales ingeniosas y paradójicas: “Después de la muerte de la dictadura del proletariado viene la muerte del proletariado". “En la era de la imagen, al contrario de lo previsto por el dictum de Marx, los hechos parecen suceder primero como farsa para repetirse, después, como tragedia”.
Hay, dijo ayer, dos pasos, o dos procesos para el análisis de cualquier fenómeno: uno es el “qué”, de la descripción de los hechos; el segundo es el “cómo”, la identificación de sus mecanismos internos. Ahora bien, por culpa del periodismo absoluto el uno se ha comido el dos.
En este sentido su libro, de tono no pocas veces profético del apocalipsis, es difícil de comentar porque el autor expone el “qué” de 28 maneras, tantas como las letras del abecedario y como las entradas del libro, compuesto a modo de diccionario. Por consiguiente renunciamos a la ardua y casi imposible tarea de resumir las ideas que expone. Y daremos solo un apunte de una de esas voces, elegida al azar, a través de las cuales Iván de la Nuez trata de encontrar la esencia del siglo XXI y sus iconos más definitorios y representativos. Por ejemplo, “Trabajo”.
Un diccionario propio
Empieza por la llamada “Gran Dimisión”, fenómeno norteamericano que se detectó después del COVID, porque cientos de miles de ciudadanos sencillamente se negaban a reincorporarse a sus puestos de trabajo demasiado ingratos y mal remunerados. Sigue con Paul Lafargue, yerno de Marx, gran ideólogo de la pereza como arma anticapitalista. Sigue señalando la tendencia caribeña a la pasividad. Encuentra en el lema con el que Auschwitz recibía desde la verja de su puerta a los prisioneros, a los condenados a una muerte atroz: “El trabajo os hará libres”. Sigue con la actual mutación del trabajo: “Si en 1989 el paso a la producción digital significó una mutación en el sentido del trabajo, en este tiempo la pandemia ha servido para afianzar una transformación en el espacio de ese trabajo.”
Y como este, otros veintisiete signos potencialmente identificativos de los tiempos en los que nos adentramos con estupor y no poca preocupación. Este, nuestro siglo: Democracia. Hiper normalización. Utopía. Vigilancia. Wi-Fi. Extinción. Guerra Cultural. Inteligencia Artificial. ¿No es como uno de esos poemas enumerativos en los que cada palabra irradia en mil direcciones?
Un poco preocupante, en todo caso, el poema. No es preciso leer de corrido este ensayo donde Iván de la Nuez reúne sus meditaciones sobre el presente y el inmediato porvenir, y donde cada capítulo es una invitación a reflexionar y debatir con él, o contra él –esto le gusta más, es un gran dialéctico-- sobre aquello que más colectivamente, también personalmente, nos atañe. Una invitación, también, a que el lector componga su propio diccionario.