1.-- Hace unas semanas The Times decidió prohibir los comentarios anónimos, los comentarios con seudónimo: “Hay que saber siempre –explicaba el venerable rotativo londinense-- con quién se discute, queremos presentar una alternativa a las redes sociales, donde la animosidad está con demasiada frecuencia protegida por el anonimato”.
Las cosas son muy diferentes en España. Aquí una denuncia anónima puede destruir tu reputación y tu vida.
2.—Leí ayer en La Razón la columna titulada Carlos Vermut es un saco de mierda.
Ese titular incalificable me chocó, me pareció que conculcaba las más elementales normas deontológicas del periodismo, pero luego me di cuenta de que en realidad estaba implícito, de que era la prolongación, lógica y natural, de la más “profesional” y “contrastada” información de la que es consecuencia:
Un reportaje de dos páginas publicado días atrás por El País, firmado por tres periodistas que han estado trabajando durante meses en el tema, o sea: en reunir acusaciones –anónimas-- de maltrato sexual, con el objetivo de destruir la reputación y la carrera de un director de cine que no tiene muchos apoyos en la industria ni en la política, un modernete más o menos viciosillo y relativamente indefenso, víctima expiatoria que si a raíz de esto deja de filmar películas o si se muere a nadie le importará.
Reportaje que ha recibido amplia cobertura, es trending topic. Lo peta en las redes. Vermut ya ha muerto, o ya es sólo un cadáver andante. Objetivo plenamente conseguido.
3.— Cabe señalar, tangencialmente, que colaboró activamente con sus verdugos el mismo señor Vermut, que al descolgar el teléfono y escuchar las primeras acusaciones, en vez de callar la boca como hay que hacer en estos casos de “Sálvame de lux” y amenazar a los inquisidores con una cita en los tribunales, se puso a dar penosas y ambiguas explicaciones, como si cuando ruge la marabunta pudieras sosegarla con argumentos. Se explicó mal, como siempre sucede en estos casos, y contribuyó a cavar más profunda su propia fosa.
4.-- Parte del arduo trabajo de investigación para asesinar cívicamente al director tontorrón y ciertamente --¿por qué no decirlo?— desagradable, consistió, según los mismos periodistas revelan en el podcast publicado en su diario el pasado viernes, en convencer a las tres anónimas denunciantes de que efectivamente habían sido víctimas de abusos sexuales. Pues, aunque habían pasado los años y habían tenido tiempo más que suficiente para reflexionar, ellas mismas no lo tenían claro.
¡Toma! ¡Claro que no lo tenían claro! Leyendo detenidamente el reportaje acusatorio resulta que dos de ellas, después de la agresión, supuesta o real, de Vermut, siguieron teniendo relaciones sexuales esporádicas con él durante, respectivamente, un año y medio y dos años. (Claro que, según nos explican, paternales, los periodistas, siguieron follando con su violador en calidad de víctimas de un “síndrome de Estocolmo”). En cuanto a la tercera muchacha, después de subir a su casa una noche a ver una película en el sofá, sufrió unos avances del cineasta tan desconsiderados, tan brutales o torpes, que él le rompió el corchete del sostén, y ella se fue a casa llorando. Tremendo crimen, desde luego.
5.—Como derivada de esta anécdota, cabe señalar el histerismo de todos los fariseos y héroes de ocasión que desde la publicación del reportaje vienen rasgándose las vestiduras y exigiendo a los actores, actrices, productores, técnicos de sonido, cineastas en general y a cualquier botones que pase por ahí que “se pronuncien” sobre el caso, es decir: que se sumen sin matices al linchamiento del tal Vermut, o, en caso de no hacerlo, se vean alineados del lado de los violadores, de los Weinstein, de los réprobos, de los malvados. Es la lógica de la manada o la muta de caza que tan laboriosamente describió Canetti en Masa y poder.
6.—Saludo desde aquí a los dos escritores que pudiendo callarse se han atrevido a debelar la corriente inquisitorial, los únicos que yo sepa: Arcadi Espada en El Mundo, y Juan Soto Ivars en El Confidencial. Les felicito por su coraje. Con estos párrafos me sumo a tan distinguida compañía, y si me olvido de alguien le ruego que me disculpe.
7.—Corren rumores insistentes por Madrid de que este linchamiento de un pobre diablo más o menos abusón y desagradable es sólo un aperitivo, y que próximamente, con motivo de la celebración de los premios Goya, saldrán más revelaciones escandalosas sobre otras figuras babosas del cine, más famosas y poderosas que Vermut.
A ver si es verdad. Quedamos a la espera de las nuevas entregas del serial, en la confianza de que serán más convincentes.
8.—En cualquier pueblo de cualquier provincia vive una mujer inculta, desvalida, abrumada de necesidades, cuyo marido llega por la noche a casa borracho y la pega hasta cansarse. Vive esa mujer en un estado de terror intermitente. No sabe cómo cambiar su vida, cómo salir de eso. Su caso sí es serio y una tragedia. Nada que ver con estos juegos de seducción, poder y venganza entre jóvenes madrileños culturizados, educados, intelectualmente maduros, del ámbito del cine. Cómo contrasta el silencio terrible de la auténtica víctima –de la cosa en sí-- con los ruidosos clamores y aspavientos de los sucedáneos –de los cinematográficos sucedáneos de la vida real— que son como una burla de la verdadera tragedia.