Italia siempre va por delante. Es un laboratorio de lo que puede suceder en otros lugares. ¿Por su diseño, por su alegría de vivir? ¿O por cuestiones más oscuras? En muchos ámbitos Italia ha sido una referencia. El fascismo arraigó con Mussolini, y, en gran medida, ese virus ha marcado la política desde entonces. También la fuerza de un comunismo que quiso participar en las instituciones, y la influencia del Vaticano y de los democristianos, fue determinante. La confluencia de todo ello se produjo en los años setenta del pasado siglo, los años ‘de plomo’, en una Europa todavía dividida, marcada por la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Hubo intelectuales que buscaron una vía propia, cabezas bien ordenadas que quisieron algo diferente, duros con una izquierda burguesa, e implacables con una derecha con reminiscencias fascistas. Y el icono que pervive es el escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini, asesinado, y con un mal recuerdo para una gran parte de la sociedad italiana y europea, porque se ‘vendió’ una versión que casa mal con la realidad. ¿Lo mató un prostituto? ¿Se había buscado Pasolini su propia suerte como homosexual? La investigadora Simona Zecchi ha sido persistente, con el objeto de hallar la verdad. Lo explicó en el libro, ahora en español, Pasolini, masacre de un poeta (Malpaso).
Esa ‘verdad’ deja todavía más a Pasolini como una bandera, como un intelectual que no se casó con nadie, incómodo, contradictorio también. Una referencia que debe ser comprendida hoy, que tiene un mayor valor en momentos en los que el intelectual ha cobrado una coletilla: el de intelectual orgánico. ¿Cómo? Si es orgánico, entonces poco intelectual será. Pero hay pocos dispuestos a defender una verdad propia. Y los que se atan a esa figura, con convicción, han comprobado el poco eco de sus palabras. En esas está el escritor Javier Cercas, que ha pedido una “rebelión” intelectual frente a los políticos que cambian sus convicciones por puros intereses políticos, a partir de lo que ha sucedido en España con la Ley de Amnistía para los dirigentes independentistas.
La figura de Pasolini se impone para recordar cómo pueden actuar los estados. Hay dos visiones que indican lo que se quiso ver con su asesinato en una noche lluviosa entre el 1 y el 2 de noviembre de 1975. En su funeral, señaló Alberto Moravia:
“Esta imagen que me obsesiona, la de Pasolini huyendo a pie, perseguido por algo que no tiene rostro y que lo ha matado, es la imagen emblemática de este país. La imagen que debe empujarnos a cambiarlo, tal y como Pasolini habría querido”.
Sin embargo, se impuso otra versión, otra imagen muy distinta, como recuerda Simona Zecchi. La que expresó Jean-Paul Sartre, --Jean Sol Partre, como lo llamaría Boris Vian en su gran obra La espuma de los días.
“Pelosi, al matar a Pasolini, tiene la impresión de haberse desembarazado del mal, de haber resuelto su propia relación con la homosexualidad: la ha destruido. Y, lejos de verse tratado como un criminal ligado a un oscuro complot, para cierta gente Pelosi desempeña casi el papel de un héroe”.
Zecchi buscó e investigó. Analizó fotografías y reclamó explicaciones. Lo mostró en el libro que ahora Malpaso publica en español, publicado en Italia en 2015. En el prólogo a la edición en lengua española, Zecchi señala sus nuevas investigaciones, que llegaron en 2022 al seno de la Comisión Parlamentaria Antimafia. La periodista e investigadora se sumergió en la Italia convulsa de los años setenta, convencida de que Pasolini no podía haber muerto por un asunto sexual, no, además, con la brutalidad que caracterizó el asesinato. El cuerpo del escritor y cineasta fue encontrado con evidentes signos de tortura en un descampado al borde del mar, en el Idroscalo de Ostia, a 35 kilómetros de Roma. Las declaraciones del aparentemente único verdugo, el prostituto Pelosi, provocaron que la figura y la obra de Pasolini cayeran en el barro. Y sólo a partir de los años noventa se intentó recuperar, de nuevo, al intelectual y al conjunto de su creación artística.
¿Primer mensaje? Pelosi señaló que el escritor quería aprovecharse de él, y que lo intentó de forma violenta. ¿Verdad? “Un asesinato tribal”, señala Zecchi, que involucraba al Estado y a un puñado de chicos arrabaleros. “A Pasolini lo torturaron entre varias personas y en tres fases, primero, lo apalearon, después lo golpearon con violencia y, por último, fue atropellado por diferentes vehículos. Una matanza tribal por el tipo de violencia y el número de personas implicadas, pero también por la ‘omertà’ que se fraguó de inmediato, y por la reacción de algunos intelectuales, no exclusivamente de derechas, que afirmaban que, en el fondo, ‘se lo había buscado’”.
El cineasta llevaba semanas inquieto por las amenazas que recibía por teléfono. Alguien no quería que mantuviera sus investigaciones sobre la implicación del estado en varias matanzas supuestamente terroristas que se atribuían a la izquierda. Pasolini, sin embargo, se citó con Pelosi con el gancho de que iba a recuperar los negativos que le habían robado con las últimas escenas de Saló o los 120 días de Sodoma. Aunque la película se había montado con material descartado, el director de cine había buscado los negativos con la ayuda de los bajos fondos o de chavales del barrio con los que se reunía para obtener información. La trampa, por tanto, funcionó.
Zecchi da cuenta de sus posteriores investigaciones, más allá del libro, porque en 2020 encontró el coche de Pasolini, que se había señalado que fue desguazado. Su Alfa GT 2000, --hay numerosas fotos en el libro—estaba en manos de un aficionado a los automóviles clásicos.
El fondo de la cuestión está en la masacre de Piazza Fontana, en Milán, el 12 de diciembre de 1969, con 17 muertos y 87 heridos, que el Gobierno atribuyó a los anarquistas. Es la llamada “madre de todas las masacres”. Era una Italia muy convulsa, con manifestaciones, protestas, reclamaciones de derechos civiles y laborales y la presencia constante de la violencia, desde varias direcciones, de izquierda y de derecha. Pasolini había centrado sus investigaciones en esa matanza, y había intercambiado cartas con un escritor y antiguo neofascista implicado en dichas masacres. Dos semanas antes de su asesinato, Pasolini recibió un dosier por parte del exterrorista que estaba en prisión preventiva por el atentado de Piazza Fontana. Zecchi precisa: “El dosier, enviado a mediados de octubre de 1975, contenía información sobre la financiación de las masacres perpetradas por sectores de las finanzas, la economía, la política y las estructuras gubernamentales, así como subversivas, del país”.
¿Qué ocurría? Es la Italia de la P-2, la logia Propaganda 2, una estructura que gestionaba el poder y las carreras políticas e intentaba manipular la vida democrática del país. Una logia que dominaba un personaje, Licio Geli, que llegó a ser condenado, aunque fue absuelto. Murió de viejo en 2015, y se “llevó los secretos a la tumba”. Zecchi lo tiene claro: “Pasolini fue asesinado a causa de un dosier”, el que recibió por parte del exterrorista, con información que implicaba a las estructuras de estado.
Pasolini fue incómodo. Escribía, rodaba películas que, hablando del pasado, reflejaban una Italia desolada, sin futuro, y cínica. No gustaba a la izquierda de mayo del 68, a la intelectual burguesa, y era detestado por la derecha, al poner en cuestión la modernización de un país que se había dejado atrapar por el mero consumismo, partiendo en dos el territorio, con un sur meridional abandonado a su suerte.
Sus escritos fueron clarividentes, los compendiados en Escritos corsarios y Cartas Luteranas. Algunos autores han visto en Pasolini el representante de una “izquierda reaccionaria”, como señala César Rendueles. En su poema El PCI a los jóvenes, sobre el mayo del 68, se pone de parte de los policías, jóvenes campesinos del sur, frente a los estudiantes burgueses. En marzo de 1975 apunta directamente a los hombres de la democracia cristiana y a los servicios secretos de ser los responsables directos de la estrategia de la tensión y de las bombas. Y también acusa a los intelectuales italianos por aceptar el poder de los democristianos y no desvelar, --como incide Mario García de Castro en su libro Novecentistas—“las mentiras que inundan la sociedad italiana en los medios de comunicación y en la televisión”.
Su posición heterodoxa provocó rechazo entre progresistas y reaccionarios. Pero, ¿no era esa la misión del intelectual que busca una ‘verdad’, un toque de atención permanente para alertar sobre el cinismo y el exceso de poder? Con la investigación de Zecchi, pormenorizada, que lleva al lector a entender la Italia de la época, y siempre teniendo en cuenta el efecto ‘laboratorio’ del país, es oportuno recuperar las palabas de Mariano de Castro: “Intelectual incómodo y a la vez deslumbrante del siglo XX, nostálgico del pasado, que alertaba contra el negro futuro. Comunista católico y hereje reaccionario. Difícil de digerir en su escritura, inclasificable en su cine, fue un erudito, filólogo, teórico de la literatura, humanista, que se atrevió con todo, el arte, la filosofía, el psicoanálisis, la antropología o la crítica literaria".
Leer Pasolini, masacre de un poeta, nos lleva a Italia, sí, pero nos conduce también a un exhaustivo análisis del poder, y a la necesaria reflexión sobre qué posición tomar cuando los estados tratan de eliminar --no sólo físicamente-- a los que molestan. El icono Pasolini.