Uno de los atractivos que tiene leer es poder encontrarse con sorpresas interesantes que no se buscaban ni se imaginaban. Así me ha sucedido con un libro que he leído veinte años después de su publicación; al acabar este artículo mencionaré un hallazgo revelador de mi ignorancia.
El libro al que me refiero es La europeización de la ciencia. Un proyecto truncado, de la historiadora Ana Romero de Pablos y prologado por el físico Félix Ynduráin. Trata de tres figuras de la ciencia española del siglo XX: Blas Cabrera, Enrique Moles y Julio Rey Pastor. No son pocos los profesores universitarios de ciencias que no tienen ni idea de estos nombres. Estos tres científicos fueron pensionados por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) y, con sus estancias en universidades alemanas, suizas y francesas, trabajaron por la innovación y por la apertura de la ciencia hecha en España hacia lo mejor y más avanzado que se hacía en el resto de Europa; y combatir de este modo el aislamiento nacional que nos asolaba. Una vida por debajo de nuestras posibilidades.
La JAE fue un organismo fundado en 1907 por la Institución Libre de Enseñanza, lo presidió Santiago Ramón y Cajal desde el primer momento hasta su muerte, en 1934. Cuando el físico canario Blas Cabrera (1878-1945) tomó posesión de su silla en la Real Academia Española (por cierto, dejada vacante por Cajal; quien a su vez había sucedido a Juan Valera), glosó el manejo escrupuloso que la Junta de Ampliación de Estudios hacía de su presupuesto económico: “No creo que haya otro capítulo de los presupuestos del Estado cuyo rendimiento para el progreso de España sea comparable al obtenido por esta benemérita institución”, dijo el 26 de enero de 1936.
El discurso de entrada de Cabrera en la RAE lo tituló ‘Evolución de los conceptos físicos y lenguaje’. En una de sus partes se refirió al principio de indeterminación (formulado por Heisenberg, en 1927), aludiendo al “viejo problema de la congruencia del conocimiento con la realidad. ¿Tiene o no sentido aceptar una realidad fuera de nuestro conocimiento?”.
El campo especial de Blas Cabrera era la magnetoquímica, que vincula los fenómenos de electricidad y de magnetismo. Desde 1905, era catedrático de Electricidad y Magnetismo de la Universidad de Madrid, y cinco años después la JAE le nombró director del recién fundado Laboratorio de Investigaciones Físicas. En 1916 presidió la Sociedad Española de Física y Química de la que fue cofundador. Y, en gran sintonía con Ortega y Gasset, colaboró en Revista de Occidente, entre 1925 y 1933.
Antes de pasar a Enrique Moles, según el guión del texto indicado, desearía hacer mención de otros tres científicos:
El brillantísimo matemático navarro Zoel García de Galdeano (1846-1924): "apóstol de la matemática moderna", según su discípulo Julio Rey Pastor. En 1891, fundó la primera revista matemática editada en España: El Progreso Matemático; que expiró en 1900.
El catedrático de Geofísica abulense Arturo Duperier (1896-1959). Con gran prestigio internacional, durante la Guerra Civil se trasladó a Inglaterra. Regresó en 1953, pero no recuperó su cátedra.
Con ímprobos esfuerzos económicos y excelentes calificaciones, el pacense Pedro Carrasco Garrorena (1883-1966) se licenció en Física, en 1904. Al año siguiente se doctoró y obtuvo una plaza por oposición en el Observatorio Astronómico de Madrid. En 1917 logró la cátedra de Física Matemática, y en 1939 se exilió en México. Al jubilarse, en 1963, regresó a España.
Doctor en Farmacia (por Madrid) y en Química (por Leipzig), el barcelonés Enrique Moles (1883-1953) desplegó un apasionado interés por la enseñanza práctica y dirigida a las cosas fundamentales. Hizo de la tabla periódica de Mendeleyev (1869) piedra angular de su docencia en química. En 1927 ganó la cátedra de Química Inorgánica en la Facultad de Ciencias de Madrid. Y al poco fue elegido presidente de la Sociedad Española de Física y Química. Tradujo del alemán un libro de correspondencia del poeta y dramaturgo Schiller.
En su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias, en 1934, ‘Un ensayo de química inmunológica’, afirmó: “La afición a las lecturas de los clásicos de la ciencia, lecturas que tan a menudo sirven de reposo espiritual para la fatiga del laboratorio, hube de tropezar como tema apasionante, el del descubrimiento del elemento wolframio, por los hermanos Elhuyar (Fausto y Juan José, nacidos en Logroño de origen vascofrancés)”. Tras la guerra se fue a Francia y regresó en 1941 para ser encarcelado y puesto en libertad cuatro años después, una libertad debidamente represaliada.
Obsesionado también por mejorar la enseñanza y difundir la esperanza en el porvenir social, el matemático logroñés Julio Rey Pastor (1888-1962) viviría a caballo entre la Argentina y España. Ingresó también en la Real Academia Española. En su discurso ‘El álgebra del lenguaje’, afirmó en 1954: “No hay una Lógica, como no hay una Geometría; hay tantas lógicas como cuadros de postulados lógicos coherentes; y cada sistema axiomático constituye la definición implícita de un orbe ontológico, de una clase de seres, que pueden parecer idénticos, pero son esencialmente diversos, por tener relaciones distintas regidas por tales postulados”.
Le contestó José María Pemán, quien hizo mención de dos exiliados: Esteban Terradas y Rafael Alberti. Del poeta dijo que no hacía mucho que “cantaba aquellas vírgenes con escuadras y compases, que velaban las celestes pizarras donde el Ángel de los Números volaba, pensativo, del uno al dos, del dos al tres, del tres al cuatro”.
Acabemos con el hallazgo que anuncié al comienzo. Se trata de un Manifiesto de intelectuales a la conciencia internacional, escrito el 31 de octubre de 1936 y publicado en la prensa. Decía así:
“Profundamente conmovidos y horrorizados por las escenas de dolor vividas ayer en Madrid, tenemos que protestar ante la conciencia del mundo contra la barbarie que supone el bombardeo aéreo de nuestra ciudad. Escritores, investigadores y hombres de ciencia somos contrarios por principio a toda guerra. Pero, aun aceptando la realidad dolorosa de ésta, sabemos que las guerras, por crueles que sean, tienen leyes y fronteras humanas que no es lícito transgredir. Aunque alejados del fragor de la lucha, nuestra voz no puede permanecer muda ni nuestra conciencia impasible ante el espectáculo espantoso de las mujeres, niños y hombres inermes desgarrados por la metralla de los aviones en las calles de una ciudad pacífica y ajena a toda sospecha de peligro, buscando precisamente la hora en que aquellas habían de estar más concurridas.
Doloroso es para nosotros, españoles que sentimos la dignidad de serlo, tener que proclamar ante nuestro país y ante el mundo que hechos como éste, producidos sin objetivo militar ni finalidad combativa alguna, simplemente por el sádico deseo de matar, colocan a quien los comete fuera de toda categoría humana”.
Los firmantes: José Gaos, José Sánchez Covisa, Ramón Menéndez Pidal, Enrique Moles, Jorge Francisco Tello, Agustín Millares, Manuel Márquez, Antonio Madinaveitia, Juan de la Encina, Tomás Navarro Tomás, José Moreno Villa, Trinidad Arroyo de Márquez, Pedro Carrasco, Antonio de Zulueta, José Cuatrecasas, Victorio Macho.
Es un texto contra la barbarie, razonable, conciso, sin ideología, sencillamente respetuoso con la dignidad humana.