“Recordar es inventar”, afirma Aitor Romero. Y con esa frase bien podría emular a su admirado escritor ¿italiano? ‘portugués’ Antonio Tabucchi, autor de Sostiene Pereira. Romero viaja Lisboa, o, quizá, se haya sumergido en la prosa de Pessoa y en la poesía de sus heteronónimos: “Existe una contradicción irresoluble entre la ciudad leída e imaginada y la ciudad real; entre la ciudad recordada y la ciudad que en este preciso instante recorremos, y que ya está empezando a mutar. En Lisboa todo eso se confunde y uno nunca termina de saber si recuerda o inventa, si anda por primera vez o acaso regresa”, señala Romero en su libro El arte de escribr de pie (Candaya), un raro y bello artefacto que invita a la reflexión en tiempos de viajes turísticos.
¿Es aconsejable revisitar la ciudad que conocimos, o casi es preferible leer sobre ella, para consolidar los buenos recuerdos y los rincones que descubrimos? Romero, en conversación con Letra Global, apuesta por “viajar desde el salón”, pero en el libro también constata algunas experiencias muy vividas, para reflejar una dualidad: “Madrid es una ciudad que no tiene autoconciencia, muy distinta a Barcelona, que se psicoanaliza todo el tiempo, que es obsesiva con ella misma”.
El autor dedica dos viajes a las dos ciudades. Barcelona y Madrid, la capital catalana con mayor conocimiento de causa porque es la ciudad natal de Romero (1985), forman parte de una selección que lleva al escritor a Benidorm, al norte de la República de Irlanda, a Lisba, a Roma, a Tánger o a la América profunda. Lo que sostiene Aitor Romero es que "todos somos minorías", en todas partes, y que, desde esa apreciación, se valora más y mejor lo que tenemos delante, siempre, eso sí, a partir de una experiencia previa: la lectura. Aunque también es conveniente, "leer después del viaje".
El autor ha jugado en el titulo del libro con una vivencia más común de lo que parece. El escritor que, caminando, visitando una ciudad, puede elaborar textos o poemas en su cabeza, casi con la sensación de que no debería tocar apenas nada. En cambio, una vez sentado en la silla, las dificultades son mayores, y las palabras no se hilan como uno quisiera. Lo que revindica, precisamente, es que ese arte de escribir de pie es en realidad una broma, y que la buena literatura aparece con la reflexión, con las lecturas precisas, el recuerdo y la capacidad narrativa, desde un salón, protegido, con tiempo por delante.
"Las ciudades se han homogeneizado, son más similares, y por ello nos queda la literatura, lo que se ha dicho en el pasado, lo que ha quedado en el recuerdo, la imagen instalada", sostiene Romero, cuando se debate sobre por qué vale la pena tomar un avión para ver el centro histórico de una urbe que tendrá las mismas franquicias que la ciudad de origen.
Pero hay sorpresas, hay experiencias interesantes desde muchos puntos de vista. Romero se refiere a Benidorn. Le decida un capítulo, y entiende que "se ha dejado durante mucho tiempo de lado, cuando se trata de algo bastante peculiar, de una ciudad con un propósito, con una arquitectura determinada. Es cierto que ha interesado más en los últimos tiempos, con la película de Isabel Coixet, y otras referencias literarias, de escritores como Rafael Chirbes o Iñaki Uriarte".
Romero viaja a Benidorn para romper el tópico, para desafiar a una clase intelectual que ha menospreciado la ciudad. ¿Qué tendrá? Y convencido, después de comprobar la reacción extraña de sus conocidos tras el anuncio del viaje, que está en el "lado correcto de la historia", se lanza en busca del sol. "Desde el balcón de mi apartamento se veía el mar; otro de los milagros urbanísticos de Benidorm que logra que el mar pueda convocarse desde todos los balcones. El cielo era de un azul artificial. La belleza histérica de los rascacielos, ajena a todas las convenciones y a nuestra azarosa concepción de lo hermoso, me pareció entonces propia de una realidad alternativa, donde todas las jerarquías estéticas se invierten y donde lo monstruoso se estiliza pronto. En ese universo desviado, Benidorm opera como la Roma o el París de lo kitsch. Rímini, Lloret de Mar o incluso Sanxenxo son meros satélites que giran alrededor de un centro que irradia placer como Roma irradiaba poder", refleja Aitor Romero.
Un barrio singular, un barrio global
Porque si se desprecia una ciudad como Benidorm, por ofrecer placer, por intentar contentar a millones de turistas, ¿qué pasa cuando se encuentra en otras ciudades más 'sofisticadas', como Barcelona tiendas de recuerdos con la camiseta de Pablo Escobar, un narcotraficante colombiano, protagonista de una serie de éxito en una plataforma de streaming? Romero acepta el reto: "Hay una oferta para clases medias, con una influencia grande del mundo anglosajón, que puede ser adquirida, porque forma parte de lo exótico, que se asocia a lo latino". La conversación gira sobre esa curiosidad, latino, de acuerdo, pero fue un narco colombiano. ¿En Barcelona, una de las ciudades punteras de Europa? "Es un producto global, en una ciudad global", sentencia el escritor, que vuelve sobre sus pasos y señala que, tal vez, haya que volver a la literatura, para no encontrarse, de pronto, con esos souvenirs.
Romero, sin embargo, se explaya en el libro con Barcelona. Es su ciudad. Y refleja como pocos lo han hecho la idea del 'descenso', de los cambios sociológicos que se pueden comprobar cuando se 'baja' de los barrios altos de la ciudad al Eixample. Los desplazamientos en esa parte 'alta', en barrios como Tres Torres, en Sarrià-Sant Gervasi, se producían, en su adolescencia, "en horizontal", hasta que llegaba el momento de 'bajar' a la ciudad. Con su madre enferma, Romero explica con cierto detalle un momento que se recordará durante mucho tiempo, en octubre de 2019, con el centro de la ciudad en llamas, con las protestas del movimiento independentista tras la sentencia del 1-0. Las imágenes son confusas. Romero se queda con su Eixample, "que representa también cómo una clase social, la burguesía, quiso construir su propia ciudad".
¿Y Madrid? "Es una ciudad inventada, sin autoconciencia, mientras que Barcelona se psicoanaliza, valora cada tanto tiempo como está, qué proyección ofrece". La capital del Reino, en cambio, es otra cosa, o "muchas cosas enlazadas". En el libro lo plasma con claridad, en relación al barrio de Lavapiés. "Uno de los barrios más singulares y castizos de Madrid es a su vez el más universal. Lo castizo es desde su nacimiento mismo una cultura inventada, hecha sobre la marcha de las aportaciones espontáneas del recién llegado, como si Madrid fuese siempre un relato a medio hacer".
Un libro el de Romero para viajar. O para viajar leyendo, atento a lo que nos sugiere, que, en muchas ocasiones, no se compadece lo que ven nuestros ojos.