Las ilusiones son necesarias, porque permiten perseguir una meta. Los debates siempre son fáciles y agradables cuando se trata de expresar lo que a uno le gustaría. Pero, ¿y los datos? En una época en la que los números son ‘muy’ interpretables, las premisas del científico checo-estadounidense Vaclav Smil no agradarán. Es un especialista en las fuentes de energía, y su libro, Cómo funciona el mundo (Debate) no es apto para idealistas ‘progres’, que querrían que todo cambiara mañana, pero sin apenas hacer esfuerzos. ¿Qué está en juego?
Hay muchas personas, adultas, que –sin entrar en sus capacidades salariales— acaban teniendo problemas a mediados de mes. Las advertencias son frecuentes. Falta cultura financiera, dicen los expertos y los gestores financieros. Las conversaciones también giran sobre la globalización, porque, ¿qué pasará con China, no sería mejor romper relaciones con un país-continente que no respeta los derechos humanos? Son comentarios que tienen un público determinado. Porque el problema que evidencia Smil es que no sabemos realmente cómo funciona el mundo, qué mecanismos se han llegado a establecer y cómo todo está, realmente, relacionado, hasta el punto de que el mundo depende en gran medida de unos pocos materiales, como el amoníaco, el acero, el hormigón y los plásticos, con un papel principal como productor de China.
Smil, con una mirada franca, pero con un rostro serio, grave, instruye al lector, para que sepa con qué contamos como humanidad, qué está al alcance y qué sigue siendo una ilusión. Es mejor que un choque frontal con la realidad. El autor de Cómo funciona el mundo es profesor emérito de la Universidad de Manitoba, en Winnipeg, Canadá. Y tiene una obra extensa, de más de cuarenta libros que abordan desde la renovación energética hasta la producción de alimentos, pasando por las innovaciones tecnológicas, los cambios medioambientales y de población, las políticas públicas o las evaluaciones de riesto. En español se publicaron dos obras anteriores, también en Debate, Los números no mienten, y 71 historias para entender el mundo.
El mensaje va dirigido, de forma clara, a los ‘verdes’, al sector de la población que ha declarado la guerra a los combustibles fósiles con la convicción de que puede haber una ‘transición verde’ relativamente rápida. “En los últimos tiempos, la falta de conocimiento sobre la energía ha hecho que quienes proponen un mundo nuevo y verde defiendan ingenuamente un cambio casi instantáneo de los abominables, contaminantes y finitos combustibles fósiles a la superior, verde y siempre renovable electricidad solar. Pero los hidrocarburos líquidos refinados a partir del petróleo crudo (gasolina, queroseno para aviación, combustible diésel, petróleo pesado residual) tienen la máxima densidad de energía de todos los combustibles disponibles de manera habitual, por lo que son excepcionalmente adecuados para cualquier modo de transporte”. Smil aporta números, con escalas de densidades de energía en gigajulios por tonelada. Lo que constata es que no se ha inventado nada con la misma potencia que esos combustibles. Y que cualquier alternativa implicaría cambiar por completo el modo en el que vivimos. Y ahí está la cuestión. ¿Quién y cómo –en los países desarrollados—querrá asumir ese cambio.
Es un dilema, porque los llamados economistas del decrecimiento son denostados y desacreditados. Pero no se desea entrar en lo que plantea Smil, con todas las consecuencias. Las innovaciones tecnológicas han sido importantes, y son constantes e irán a más. Pero, por ahora, “sigue siendo imposible almacenar electricidad de manera asequible en cantidades suficientes para cubrir la demanda de una ciudad mediana (quinientas mil personas) durante una o dos semanas, o para alimentar una megalópolis (más de diez millones de habitantes) durante solo medio día”.
Contra los extremos
Esa es la realidad, desde la convicción, también, de que la electrificación de las economías es una buena salida. La cuestión es cómo producir esa electricidad, y, para ello, los combustibles fósiles todavía son importantes.
Uno de los cuellos de botella es el transporte, y el mundo depende por completo de él. Eliminar el carbono del transporte por camión, avión o barco “será un desafío mucho mayor, como lo será la producción de materiales clave sin depender de los combustibles fósiles”. Hoy, un avión, funciona con queroseno. ¿Por qué? Los motores turbofán que propulsan los aviones de pasajeros queman un combustible –apunta Smil—cuya densidad energética es de 46 megajulios por kilogramo (casi 12.000 vatios hora por kilogramo) y convierten energía química en energía térmica y cinética. Por el contrario, las mejores baterías de iones de litio de la actualidad suministran menos de 300 vatios hora por kilogramo, “una diferencia de más de 40 veces”.
¿La humanidad puede llegar a crear un sustitutivo? Podría ser, insiste el científico, pero el caos es que las cosas son como son ahora, y lo que se prevé será más lento de lo que se ha querido presentar por parte de activistas o dirigentes políticos que se asocian al mundo verde.
El baño de realidad es total. La energía está por todas partes, se podría decir, los combustibles fósiles mejor dicho. También para producir alimentos, para la maquinaria agraria, para los fertilizantes. Y la demanda de materiales, lejos de ir a menos, se ha incrementado. Se requiere más amoníaco, más acero, más hormigón, más plásticos. Y se supone que esa demanda se incrementará a medida que países que van muy por detrás intenten acercarse a los más desarrollados, que, a su vez, no tienen intención de rebajar sus expectativas. Es el mundo que tenemos.
Pero lo más difícil es lo que propone este científico. No quiere caer en ningún lado de los extremos. Ni en un catastrofismo climático –a pesar de las altas temperaturas de este verano en todo el planeta—ni en un optimismo basado en la tecnología. “No preveo ningún cambio inminente de la historia en una u otra dirección, no veo ningún desenlace ya predeterminado, sino más bien una complicada trayectoria que depende de nuestras (en absoluto limitadas) opciones”.
Smil puede que deje un rictus en nuestra frente no muy agradable. Pero sí saldrá el lector más fortalecido, con los pies en el suelo. Quizá sea el mejor antídoto actual contra las manipulaciones en un lado y en otro.
Baste la idea sobre el proceso de globalización de este científico: “Puede que hayamos visto el pico de la globalización en 2020, pero su decadencia podría durar no años, sino décadas”.
Sosiego, por tanto, sin dormirse. Y eso sí, con la necesidad y ‘obligación’ de seguir leyendo a autores como Vaclav Smil, uno de los preferidos --no por casualidad-- de Bill Gates.