Un relato sobrecogedor el de Eveline Hasler, con Anna Göldin, La última bruja, editado por Vegueta. La razón de la Ilustración, con señores leídos y paternalistas, sucumbre para proteger a los poderosos. Es la Suiza más oscura, la que esconde graves secretos en los valles bucólicos, frente a picos sobrecogedores.
Un médico progresista en la región de Glaris, en el cantón del mismo nombre en Suiza, en un valle rodeado de imponentes montañas. Había hecho “cosas inestimables por el bienestar de la gente cuando introdujo la vacuna contra la viruela”, sí, “una mente iluminada y sin prejuicios”. ¿Sus autores favoritos?: Voltaire, Bayle, Rousseau…Pero es el mismo, el doctor Marti, quien preside el tribunal que condena a muerte, “se la ejectutará y se le dará muerte por la espada”, a Anna Goldin. ¿Fecha? 18 de junio de 1782. En la ilustrada y calvinista Suiza se daba muerte a una “bruja”, la última considerada así en Europa, tras un juicio que solo buscaba proteger el honor de dos familias poderosas, de dos señores feudales, que, junto a otras pocas sagas familiares, ostentaban todo el poder en el cantón suizo desde tiempos inmemoriales.
La obra de Eveline Hasler, (Glaris, 1933) es muy conocida en Suiza. Pero en castellano no se había editado nada hasta ahora. Anna Göldin, La última bruja se publicó originalmente en 1982, con un enorme éxito de público. Fue lleva al cine en 1991 y se convirtió en una de las producciones suizas con mayor éxito en aquellos años. Ahora, la historia –una reconstrucción de un hecho real, con todas las contradicciones de una sociedad que se debate entre el modelo feudal y la modernidad—se publica en castellano por primera vez, de la mano de Eva Moll, en la editorial Vegueta, con la traducción de José Anibal Campos.
Si se ha acusado a España de ser uno de los países con un pasado más negro, que arrastra el legado de la Inquisición, lo que muestra Hasler es que en la Suiza de los clubes de lectura, donde se acogen las ideas de Voltaire y del suizo Rousseau, con su Discurso sobre el origen de la desigualdad, o sus Confesiones, lo que prima es la protección del honor, el respeto hacia las grandes familias que lo dominan todo.
Hasler, con una larga obra, --fundamentalmente literatura infantil y juvenil—narra con maestría la historia de Anna Göldin, una sirvienta que se ha ido ganando la confianza, en diferentes casas señoriales, de sus amos. Pero oculta algo. O eso es lo que transmite. Una mujer que ha sido utilizada, como tantas mujeres en la época, --las que sirven, las campesinas, las que están expuestas a cualquier necesidad del varón—se queda embarazada en varias ocasiones. Los hombres, --en todos los estamentos—se van cuando la situación exige ser responsable, y la mujer paga las consecuencias. ¿Son ellos los que deberían responder? No, es justo al revés. Las que se quedaban embazadas, fuera del matrimonio, eran las culpables, por quebrar el camino de los hombres. La autora lo describe con enorme facilidad para el lector, pero le exige que esté atento. Göldin sirve en la casa de los Tschudi, y, previamente, en el hogar de los Zwicki, y, antes, en la casa de un pastor protestante, que vive con su mujer.
Lo que está en juego es el honor del propio doctor Tschudi, que chantajea a Göldin, prendido de sus ojos y sus cabellos negros. Y un hijo de los Zwicki, Melchior, promete el amor eterno a la sirvienta, basándose en que los tiempos han cambiado, y es el siglo de Rousseau. Pero la enfermedad de una de las hijas de los Tshudi es determinante. Escupe alfileres y hierros retorcidos. Y la culpable es la sirvienta, que habría colocado esos objetos en la taza de leche de la pequeña, para recriminarle una continua actitud caprichosa. En ese escenario, en el que la mujer del doctor Tshudi tiene una gran influencia, porque sospecha del posible amorío entre su marido y Anna Göldin, también tiene un papel esencial el cerrajero Steinmüller, que mantiene una especial relación con la sirvienta, porque los dos consideran que deberían ser reconocidos en una sociedad en el que es imposible el ascensor social.
"¿Para qué quieres aprender a escribir?"
Göldin se ve obligada a huir, a esconderse, a viajar entre los pueblos del valle del Glaris, con las altas montañas, que esconden el sol a partir de las tres de la tarde, y que juegan también un papel primordial como testigos sordos de todas las desgracias de los campesinos, que no tienen apenas derechos.
El resultado estaba escrito. El libro recoge las disputas entre las diferentes comunidades, con los protestantes, los católicos y los ‘comunales’, dentro de una especie de juicio que sólo perseguirá la protección de las familias poderosas. El final es atroz, narrado con frialdad y exactitud por Hasler, que combina el duro presente, con los pensamientos y suenos de Anna Göldin, con su pasado, con las promesas rotas, con sus ambiciones cuando era una pequeña lectora en los escasos años de colegio, y afrontó la realidad cuando su madre le contestó, tras la petición de la pequeña: “¿Y para qué quieres aprender a escribir?”
Mujeres utilizadas, vejadas, a lo largo de la historia. Abortos, niños muertos al nacer. Penurias y miseria, humillaciones por parte de los poderosos y dejadez por parte de los propios familiares. El libro abre los ojos al lector que pudiera pensar, desde un país latino, que la Europa protestante, limpia y educada, no podía caer en semejantes oscuridades.
Es ilustrativa la carta del jefe supremo de la iglesia reformada de Zúrich, --porque Hasler recoge documentación de la época, tras una profunda investigación sobre el caso—en la que da cuenta del sonrojo que le causa que se esté tratando de formalizar una grave acusación contra una sirvienta. “Esto, a ojos de toda la ilustrada Europa, sería una enorme vergüenza, no solo para su honorable cantón, sino para toda nuestra confederación y, muy especialmente, para nuestra reformada iglesia”.
Pero Anna Göldin fue torturada y condenada a muerte. Y aquellos ilustrados lectores de Voltaire o Rousseau, como el médico Martin, presidente del tribunal, operaron con meros soldados, como piezas que servían a los verdaderos amos, los Tshudi o los Zwicki.
La escritora da cuenta, al final del libro, de la nula reacción posterior de las autoridades suizas. Al revés. Se publicaron libros para defender el honor de las autoridades de Glaris. Caso cerrado. Göldin fue una “bruja”, bajo las montañas ‘protestantes’ de Suiza.