La vida es sueñoCalderón de la Barca. Director: Declan Donellan. Teatro de la Comedia (Madrid).

Segismundo, un pequeño genio marcado a fuego por el destino, representa el Daimon, que resulta ser puramente agnóstico y contrario a la venganza que exigen los antiguos dioses. Alfredo Noval, en el papel de Segismundo, define a su rol escénico como el de un hombre carente de cualquier tipo de estabilidad emocional y habilidad social, pese a haber sido formado por su mentor Clotaldo. Jamás ha recibido una muestra de afecto, lo que le convierte  en un niño, encerrado en una celda desde el día de la muerte de su padre. Por su parte, la voz femenina de la obra, Rosaura, interpretada por Silvia Matellán, es la luz que guía la humanización del protagonista, el príncipe de Polonia.

Esta versión de la La vida es sueño (Life is a Dream), representada en el Teatro de la Comedia de Madrid, tras una gira iniciada en Valencia, es el segundo montaje español de la compañía británica Cheek by Jowl, que ya  en 1989 llevó a las tablas  Fuenteovejuna de Lope de Vega. En un escenario pulcro sin desmerecer al barroco, su director, Declan Donnellan, realiza una pirueta y le pone un punto de humor blanco. ¿Quién mejor para entender a nuestro emblemático personaje y su mundo circundante que un director de inspiración shakesperiana? 

Donellan, reconocido en los ambientes teatrales españoles, convierte la pieza central  de Calderón en un vodevil con toques de mordacidad, pero sin apartarse de la intensidad trágica de la obra original; y se apoya en la dirección escénica de su socio, Nick Ormerod. En palabras de Lluís Homar, director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), “con este montaje hemos cumplido el sueño de que Cheek by Jowl, una compañía que es la referencia internacional por su mirada sobre los autores clásicos, dirija el título por excelencia de nuestro Siglo de Oro”.

La voluntad de creer. Autor y director: Pablo Messiez, sobre la obra original de Kaj Munk. Teatro Fabià Puigserver (Barcelona).

Kaj Munk, el autor dramático nacido en Dinamarca y asesinado por los nazis en 1944 es el autor de Ordet (La Palabra), convertida ahora en La voluntad de creer, con texto y dirección de Pablo Messiez. Ordet empezó a ser conocida por el público europeo gracias a la película homónima de Dreyer, rodada en los años 50, considerada una de las cumbres del cine europeo de todos los tiempos. La obra de teatro actual de Messiez se inscribe en la realidad urbana, sobre un escenario minimalista de entorno familiar, mesocrático y frío.

Empieza con el retorno a casa de Amparo, la menor de cuatro hermanos. Regresa de Sudamérica con Claudia, su mujer, que es argentina y está embarazada, porque quieren que la niña nazca en Europa. En su casa, las cosas siguen más o menos igual de mal que cuando se fueron: la hermana mayor, Felicidad, postrada en una silla de ruedas, vive amargada en un mundo que no comprende; Paz, la otra hermana se autodefine como “soltera, poeta y borracha”, y finalmente, Juan, el hermano pequeño, sostiene que es Jesús de Nazaret y que ha regresado a la tierra. Pero aunque parezca imposible, Juan conseguirá dar el salto que hace posible la vida de la familia.



La obra transcurre en un escenario inmóvil. Es un drama en el que entran en combustión sus antecesores: Munk, Dreyer y especialmente Robert Bresson, el director más inclasificable de la Nouvellle Vague quien, en El proceso de Juana de Arco (1962), puso en el celuloide la voluntad de creer, porque “solo actúa quien tiene voluntad de creer”. Y precisamente de Bresson es de donde el director de la obra, Pablo Messiez, ha sacado el título. Su atmósfera nos introduce en un espacio-tiempo insólito en el que se reflejan pasado y presente, gracias a los saltos entre recuerdo y realidad y al intercambio intergenérico de los diálogos. Una bomba dramática para gente de alma sensible, desprovista de apriorismos.

Una noche sin lunaAutor e intérprete: Juan Diego Botto. Dirección. Sergio Peris-Mencheta. Teatro Español (Madrid).

A lo largo de 2022 tuvimos ocasión de retornar a Lorca en la conocida obra de Juan Diego Botto, Una noche sin luna. Es la pieza  imprescindible para los nuevos públicos, para los rezagados o para los que han repetido por el gusto de ver al gran actor moldeando la figura del poeta y dramaturgo que se pasó la vida rondando los mismos entornos texturas y colores. El dramaturgo trágico de Bodas de sangre, el hiperbólico de Poeta en Nueva York o el elegíaco de El diván del Tamarit son el mismo artista que fue torturado y asesinado; y se convirtió en el desaparecido.

El autor-actor ha pactado con el director, Sergio Peris-Mencheta una escenografía compartida de objetos y tonos cromáticos que la convierten en un espectáculo realista sobrecogido por la palabra, el centro a lo largo de toda la obra. A lo hora de escribir el texto, Botto se apoyó en creadores como Cristina Rota, Olga Rodríguez o Nur Levi y agradeció a Luis García Montero e Ian Gibson por facilitarle sus trabajos sobre el mejor dramaturgo y poeta español del siglo XX. 

Sobre el escenario, la pieza teatral se explica por sí sola como un conjunto de referencias, versos sueltos, objetos y recuerdos de Lorca. El montaje, aparentemente desnudo, es de un cuidado extremo y su austera ornamentación no influye en el público, precisamente para permitir la voz del narrador capaz de impeler a la tristeza, al llanto y a la alegría lorquiana. El de Juan Diego Botto es el Lorca pícaro del Juego y teoría del duende, la conferencia del poeta pronunciada en Cuba en 1930, atravesado siempre por el significado de la palabra duende, como el poder oscuro que se manifiesta en la creación artística. Y la voz de Botto tiene precisamente este duende.

Vive Moliere. Autor: Álvaro Tato. Dirección: Yayo Cáceres. Teatro de La Abadía (Madrid).

Una vez más, la obra fragmentaria que no pierde su centro de gravedad es la mejor puesta en escena. Vive Moliere es una visión delirante e iconoclasta del gran comediante, una obra impulsada por un grupo de trabajo capaz de teatralizar sin descanso y musicalizar la sensualidad paródica del genio de la Comedie. Aparecen Tartufo, El avaro, Don Juan, El enfermo imaginario o El burgués gentilhombre, mostrando siempre la imperfección que tal vez su autor quiso presentar como un catálogo de súbditos necios ante su único señor, Luis XIV, el Rey Sol que levantó Versalles e instaló a la Comedie en las dependencias de su palacio, alejadas del trono.

El monarca le exigió al hombre de teatro una guía detallada del bestiario humano en el París descalzo y palaciego, y también en la Province, donde bulle un deseo humillado de grandeza. Y Moliere le mostró El misántropo, escudo del carácter nacional; más tarde se atrevió con La improvisación de Versalles, un material de agravios propiamente galo que atraviesa el país de norte a sur, en medio de quejas por los canales, las esclusas o el trazado de los caminos reales.

Sobre el escenario de La Abadía de Madrid, esta recomendable pieza-divertimento empieza en el cielo, en el momento en que la diosa Fama anuncia su intención de casarse con un genio del teatro. Sus criados Dato, Mito y Chisme la llevan a París para conocer a un tal Molière y seguir su azarosa vida y sus hilarantes obras. La compañía Ay Teatro habla de “una historia de amores, desamores, celos, encuentros, desencuentros, duelos, danzas, canciones… y una selección de las escenas más divertidas, irónicas, sarcásticas y escandalosas”. Y resultan ciertas. El público sale feliz, después de meses y años de abstinencia teatral a causa de la pandemia.

Falstaff. Giuseppe Verdi. Dirección: Eugenia Corbacho. Teatro Afundación (Vigo).

La Asociación Amigos de la Ópera de Vigo organizó el pasado octubre un Falstaff, una de las partituras más difíciles de Verdi, protagonizada por Luis Cansino, el barítono verdiano de voz cálida, homogénea en todo el registro y majestuosa. La puesta en escena tuvo momentos para el recuerdo con las interpretaciones de L’onore! Ladri! Y del aria mágica, titulada Ehi! Taverniere, que Cansino interpretó desde el pasillo central de la sala, desatando más de ocho minutos de aplausos. También tuvo momentos para el olvido, como la constatación de que la orquesta no cabía en el pequeño foso de los músicos o la escena en la que se ve el lanzamiento al Támesis de un Faltaff, cuyos raptores no pudieron meter en un saco, dada la anatomía oronda del barítono Cansino.

Pero casi todo vale en la última ópera bufa de Verdi, compuesta al final de su carrera con la ayuda del libretista Arrigo Boito. La obra está basada en Las alegres comadres de Windsor y en Enrique IV de William Shakespeare y en ella se cuentan  las peripecias infructuosas del caballero vanidoso y fanfarrón, Sir John Falstaff, cuando trata de seducir a dos astutas mujeres casadas con el fin de agenciarse las fortunas de sus maridos. Y vale mucho más porque se ha hecho en Vigo, señal de que la ópera se distribuye por la nación y deja de ser una monopolio del Liceu de Barcelona y del Teatro Real de Madrid.

Una imagen interior. Dirección: Tanya Beyeler y Pablo Gisbert. Teatro Grec (Barcelona).

Una imagen interior es la pieza más brillante y poderosa de la compañía El Conde de Torrefiel, formada por Tanya Beyeler y Pablo Gisbeet. Se estrenó este verano en la programación de El Grec, tras su paso por el Wiener Festwochen de Viena y el Kunsten Festival des Arts de Bruselas. En 2023, la obra viajará a viajará al Festival de Aviñón, al Festival Temporada Alta de Girona y, el próximo año, a Conde Duque, en Madrid. Mas que frente a una narración, estamos ante una exposición de motivos, al estilo de la escuela expresionista neoyorquina de pintores como Jakson Pollok o Mark Rothko.

La narración es parte del silencio y en la escena desfila frente al espectador una pantalla en la que leemos: “Cuando una obra de teatro empieza, todo el público sabe que lo que va a ocurrir en escena es mentira. Todo lo que va a ver es una ficción. Las luces están estudiadas para potenciar el artificio. Los cuerpos en escena se mueven según una partitura. Las palabras dichas están elegidas escrupulosamente. Todo es una puesta en escena”. Nos enfrentamos a una batalla política entre la necesidad de conocer con palabras o de aprehender por medio de signos aquello que escapa a nuestra percepción. Una imagen interior es una vuelta al mundo espectral del arte abstracto a través del cual el símbolo nos conduce a la realidad material.

Nos invita a establecer conexiones que permitan al cerebro humano encontrar la respuesta al mensaje. Todo parece encriptado e inmaterial, pero no es así; si nos tomamos en serio la obra, vemos que la respuesta al gran interrogante desplegado por actores y colores está en el escenario. El tránsito entre el momento de llegar a la butaca y la conclusión de la obra puede compararse a la distancia recorrida por todos desde el inicio de la pandemia y su momento final, liberador. Ultraficción así es como la define su compañía, El Conde de Torrefiel.

Juan Mayorga dirigiendo a los actores de 'María Luisa' / TEATRO LA ABADÍA

María Luisa. Autor y director: Juan Mayorga. Teatro de la Abadía (Madrid).

Juan Mayorga ha roto todos los records y ha ganado este año el Premio Princesa de Asturias de las Artes. En una década ha conquistado la cima del teatro.  En 2011 fundó la compañía La Loca de la Casa, con la que en 2012 puso en escena su obra La lengua en pedazos, en 2015 Reikiavick y en 2016 El cartógrafo. Mayorga ha escrito versiones de textos de Calderón de la Barca, Lope de Vega, Shakespeare, Lessing, Dostoievski, Chejov, Ibsen, Kafka y Dürrenmatt. Su obra ha sido estrenada en treinta países y traducida a veinte idiomas. Su teatro es un teatro de texto y de pensamiento, que se disfruta viéndolo y leyéndolo. Su salto al cine empezó con El chico de la última fila  llevado a la gran pantalla e la mano de François Ozon con el título de Dans la maison, Concha de oro en San Sebastián. Actualmente Paula Ortiz prepara la adaptación de  sus libros El arte de la entrevista y La lengua en pedazos.

Este todo terreno de la Cultura en mayúsculas ha estrenado en 2022 la obra María Luisa, la historia de una señora entrada en años que vive sola, independiente, y que disfruta de la vida. Una conversación casual con el portero de la casa es el detonante de una sucesión de escenas que, con mucho humor y un tono entrañable, nos permiten descubrir de cerca el mundo de esta curiosa señora. Su piso, sus desplazamientos en transporte público por la ciudad, su merodeo ante la puerta de un salón de baile, las conversaciones telefónicas con su amiga Angelines… Una comedia sobre la soledad, la vejez y los difusos límites entre la realidad y la imaginación.