La Guerra Civil siempre está presente. Es cierto que el tiempo transcurre con celeridad, pero la ruptura fue tan dramática que el eco persiste. Y algunos episodios se conocen poco o se han interpretado mal. ¿Hay espacio para la ficción, sin perder la rigurosidad de los hechos? Es lo que ha intentado, con éxito, el escritor valenciano Javier Alandes, economista de profesión, pero que se ha volcado en la literatura. Lo hace en Los guardianes del Prado (Espasa), una novela que explora “la condición humana”, como señala el propio Alandes, a partir de un hecho histórico: el traslado de las obras maestras del Museo del Prado a Valencia durante la Guerra Civil.
La novela tiene aires de thriller, con una trama de ficción, pero que nunca escapa a una exigencia: es verosímil. Alandes se explica: “Hay mucha documentación en el libro y todos los datos son ciertos, con la licencia sobre una posible relación con la Alemania nazi, y una conexión con los años ochenta”. ¿Qué quiere explicar el autor? En la narrativa actual surge una primera premisa: el escritor de ficción se adenta en una historia y para ello necesita documentarse en abundancia, y aparece, como acompañante, el historiador. Alandes se desdobla y actúa con esa doble característica, con una pregunta que sigue sin respuesta: la desaparición del Vita.
Del 36 a los años ochenta
Se trata de un caso no resuelto. ¿Qué pasó con el cargamento de oro, joyas y divisas incautadas por la República y que, oficialmente, viajaron a México a bordo del barco llamado Vita? El objetivo era pagar con ello los gastos de los refugiados y las actividades del gobierno republicano en el exilio.
Alandes se adentra en esa época, con un salto a los años ochenta. Un periodista quiere escribir un reportaje sobre la figura de Félix Santurce, que, en la ficción, muere asesinado en Berlín cuando negocia la no intervención de Alemania en la guerra. Es el mismo instante –ahora ya en la realidad—en el que se produce el golpe de estado del 23F, en 1981, con un gran protagonismo en Valencia. Esa ciudad, la de Alandes, cobra un gran protagonismo. Fue la sede del gobierno republicano, que iba de retirada en retirada, y una de las plazas fuertes del golpismo, el mismo que enlazaba con la revuelta militar de 1936.
El escritor pone la lupa en esa decisión del gobierno republicano de proteger las obras artísticas del Museo del Prado, --aunque todos los expertos internacionales lo desaconsejaban porque se podían poner en peligro--, y llevarlas a Valencia, en camiones militares. ¿Lo hizo pensando en el propio arte? “Fue también un acto de propaganda, el hecho de decir de forma clara y rotunda que había un golpe de estado, que una parte de los militares querían tomar el poder rompiendo la legitimidad del gobierno republicano, y que España necesitaba ayuda”, señala Alandes.
Entretener, siempre, el objetivo del escritor
La trama, la ficción, asombra. En el inicio de la Guerra Civil, Franco encarga al general Gallardo, hombre de su confianza, que negocie el apoyo de la Alemania nazi a favor del ejército sublevado. El interlocutor de los alemanes es el general Jürgen von Schimmer, que pone un precio elevado (¿inasumible?): mandar la aviación para bombardeos a cambio de la rica colección numismática del Museo Arqueológico Nacional; por enviar a las tropas terrestres del Ejército del Reich, el Autorretrato de Durero que se encuentra en el Prado y nada más y nada menos que Las Meninas.
El lector se pega a las páginas del libro y recibe ese doble regalo de Alandes: historia pura, novelada, y argumento ficcional que podía haber sido posible, porque en la historia los pequeños detalles pueden acabar siendo decisivos.
“Considero que es un capítulo de nuestra historia que se conoce mal, y que no podemos obviarlo. La Guerra Civil quedó lejos, es cierto, y se ha publicado mucho sobre ello, pero es necesario ligar muchos pequeños trozos de la historia para entendernos a nosotros mismos”, asevera Alandes, en conversación con Letra Global, con la convicción de que el lector contemporáneo aprecia la historia cuando se la saben contar, con licencias, además, para poder “entretener”, que debe ser siempre, a juicio de Alandes, “el gran objetivo del escritor”.