Lo primero, el jardín. Cortar las malas hierbas alrededor de los árboles frutales frondosos. La higuera no necesita tanto mimo, pero no está de más. Luego el estudio y el cultivo del cuerpo para aprender el oficio. ¿Las lecturas intelectuales para escribir obras sesudas? Más adelante. La prioridad es aprender con un maestro, dominar el oficio, la parte más artesana del trabajo de actor. Esas son las recomendaciones del otro yo de Albert Boadella, un viejo cascarrabias que recibe a estudiantes en su masía del Empordà, y que se acaba reconciliando con su aprendiz --después de haber aprendido a arrancar esas hierbas-- cuando éste pone en pie su primera obra teatral en la que sitúa en la diana al mundo universitario, a los intelectuales de estar por casa, a los defensores de lo políticamente correcto, mientras defiende a los autores clásicos para reivindicar el “patrimonio cultural”. Boadella, con 79 años, una de las grandes referencias del Teatro en España, lo tiene claro: “El brazo ejecutor de la creatividad ahora es la sociedad”.
¿Cómo? Boadella acaba de publicar Joven, no me cabree, (Ediciones B), en el que da rienda suelta a lo que él cree que debe decir en estos momentos, pero con un delicado equilibrio. Exagera, ejerce de veterano autor teatral que está “a vuelta de todo”, pero lo hace para difundir un mensaje medido. El joven que se acerca a su masía para preparar una tesis doctoral sobre el teatro es el retrato robot de muchos estudiantes que en los últimos años han querido pedir consejo al director teatral de Ubú, president, la gran obra de Els joglars que todavía resuena con contundencia en Cataluña. Y lo que reclama Boadella, el profesor aislado en su casa del Empordà, es que haya “un respeto por el patrimonio, la idea de que hay siempre un poso, que no todo puede ni debe ser nuevo, que lo que sabemos, en el mundo del teatro, se debe a una tradición de 2.400 años y que hay un oficio”.
Ese es el punto crucial que quiere destacar Boadella, que reprocha el ‘vacío’ de la modernidad, o de los que se consideran los más modernos, los que participan de un cierto movimiento adanista que también se ha producido en la política. En el libro, provoca a su discípulo, al joven estudiante, con aseveraciones como éstas:
--“Se han atascado en una repetitiva exhibición del primate que solo puede mostrar lo monótono y reiterativo que resulta el ser humano sin asimilar los logros de nuestro pasado”.
--¿Me está llamando ‘primate’?
--Le estoy diciendo que, con sus conceptos primarios, se venera en pintura a un salvaje como Jackon Pollock, a un simple pornógrafo como Jan Fabre en el teatro, a la música simplona y reincidente de Philip Glass o las contorsiones neuróticas en las coreografías de Anne Teresa de Keersmaeker…”.
El estudiante se muestra contrariado. Y es lo que busca Boadella, que no evita mencionar uno de los grandes escándalos en el mundo de la cultura, con el caso de Plácido Domingo. “Me parece fatal que no se respete la presunción de inocencia y que el ministro de Cultura haya prohibido a los teatros públicos que lo contraten. Si me hubieran hecho eso en mi etapa al frente de los teatros del Canal, pongamos por caso con Esperanza Aguirre en Madrid, habría presentado de inmediato mi dimisión”, asegura Boadella en un almuerzo con Letra Global.
Lo que constata Boadella, y por ello se ha dejado ir en su libro, es que “existe una autocensura importante, de gente que tiene pánico, que no soporta la presión”. El problema ya no es el poder político, el que hizo la vida imposible a Boadella con Els Joglars en los últimos años de la dictadura. “El brazo ejecutor de la creatividad, del mundo cultural, es la propia sociedad”, señala el actor, al criticar que el poder político, después, se incline por esa presión social que se manifiesta en las redes sociales. “Dicen que es una señal de la libertad de expresión, pero no tiene nada que ver, es censura que nos perjudica a todos”.
El joven estudiante sufre. Pero es un aprendiz que valora las palabras del maestro. En lenguaje cuartelario, Boadella le indica: “¡Hay que tener cojones!”
--“Sólo…eso”?
--“¿Le parece poco?”, responde el profesor-Boadella.
La lección está clara. Falta coraje en el mundo cultural, creativos que vayan en contra de lo que ha decidido la sociedad del momento, como hicieron los propios miembros de Els Joglars con la obra La torna, que implicó el encarcelamiento del propio Boadella.
Pero, ¿cuál es el problema? Surge aquí la cuestión profesional. Boadella defiende un teatro que sepa ganarse la vida, que vaya a buscar a sus clientes-espectadores. Y que las administraciones no se inmiscuyan. “Nosotros lo hicimos con Els Joglars, y hubo más compañías, como El Tricicle o La fura dels Baus que se ganaron muy bien la vida. Lo que ha ocurrido es que las administraciones, al subvencionar el teatro, han mal acostumbrado al público, que paga muy pocos euros por una obra, y desvaloriza el propio trabajo teatral. La Generalitat u otras administraciones pueden y deben subvencionar por conservar el patrimonio, pongamos por caso las obras de Àngel Guimerà. Pero no deberían hacerlo con obras contemporáneas. Y estoy convencido que el espectador puede pagar por el coste real de las obras”, asegura.
El libro entra en todas esas disquisiciones, con un diálogo constante entre maestro y aprendiz, con las enseñanzas del viejo autor teatral. Y lo hace también en el terreno político. Boadella admite algo que la izquierda más pasada de vueltas ha querido aseverar en los últimos años: él no se considera de izquierdas. Y desvela que, “de joven, no me gustaban los Beatles, con aquellos pelos largos que me incomodaban”. Ahora bien, cuando en el libro el aprendiz le dice que, entonces, es de derechas, Boadella clama: “No me considere un burro”.
¿Qué es, entonces, Boadella? Lo que destila en su obra es que es más bien “un conservador”, un autor teatral que ha amado su “oficio”, que conoce el legado de su profesión, que valora lo que se ha hecho durante siglos, que sabe que en toda creación hay valores que se deben respetar y difundir. ¿Es de derechas o de izquierdas esa posición?
A Boadella le gustaría que ese respeto por el “patrimonio” pudiera ser abrazado por la izquierda, pero lo que prima es “el lenguaje inclusivo, el adanismo, las políticas de género, los autores modernos sin fondo”, asevera.
¿Provoca Albert Boadella? Habla de su oficio, de la cultura, de las rivalidades políticas. Y surge su gran reivindicación: dejar la cultura “fuera de las manos del Estado”.