Durante casi veinte años, la estación de Perpiñán (donde se encuentra el centro del universo, según Salvador Dalí) se convirtió en una zona peligrosa para las chicas jóvenes y solitarias que pasaban por la zona, arriesgándose a ser secuestradas por un psicópata que las violaba, las mataba y arrojaba sus cuerpos mutilados (disfrutaba arrancándoles los genitales o cortándoles la cabeza) en cunetas o prados.
Esos horrores tuvieron lugar entre 1995 y 2015, año en que se detuvo al responsable de tres de esos cuatro asesinatos tan espaciados en el tiempo. Uno de ellos nunca fue resuelto y sigue siendo un misterio a día de hoy.
Con esos mimbres reales, la guionista Gaelle Beltran (que pasó por Oficina de infiltrados y creó la excelente miniserie La promesa en 2020) ha fabricado una serie con asesino en serie (perdón por la redundancia) que no tiene nada que ver con las producciones norteamericanas de ese estilo.
Imagen de la serie sobre los asesinatos en Perpiñán
No hay en Les disparues de la gare (La estación de las chicas perdidas) el morbo habitual en torno a los asesinatos de turno. De hecho, el foco habitual (que suele concentrarse en la figura del descuartizador de costumbre) se desplaza aquí a sus víctimas y a los policías que lo persiguen y que ven cómo se van volviendo locos a medida que pasan los años y no hay manera de cerrar el caso.
Planos paralelos
La protagonista de La estación de las chicas perdidas es una joven inspectora de policía llamada Flore Robin (Camille Razat), cuyo primer destino es Perpiñán y su primer caso el de los secuestros y asesinatos de jóvenes morenas parecidas unas a otras, como si el criminal tuviese un prototipo de belleza femenina.
No tarda en formar equipo con el capitán Franck Vidal (Hugo Becker), con el que participa en el descubrimiento de un nuevo cadáver. Si Flore llega fresca a Perpiñán, Franck lleva unos años obsesionado con los crímenes de la estación, y como iremos viendo a lo largo de la serie, a punto está el pobre de quedarse sin su desatendida familia y con un problema mental de muchos bemoles.
La estación de las chicas perdidas se mueve en dos planos paralelos. Por un lado, están las madres desesperadas que han perdido a su hija y no encuentran una manera de cerrar el duelo y, por otro, los policías que no logran llegar a ninguna conclusión. Unas y otros se enfrentan como pueden al paso del tiempo a través de los seis episodios de la serie, que resumen eficazmente veinte años en menos de seis horas.
Imagen de la serie 'Les disparues de la gare' (La estación de las chicas perdidas)
Durante esos veinte años, la gente envejece, aparecen sospechosos que acaban resultando inocentes, por extraños que parezcan (como el médico peruano que observa todo el rato a su vecina, morena como las víctimas del psicópata, o el propietario de un bar donde fue vista una de ellas), un psicólogo aporta la brillante idea de que igual el asesino es fan de Salvador Dalí, la desolación se apodera de las madres y el fantasma de la locura acecha al capitán Vidal y a la inspectora Robin.
Ritmo pausado
Finalmente, de los cuatro crímenes de la estación de Perpiñán se resolvieron tres. Y al ver al culpable, un tarado de una banalidad a lo Hannah Arendt absolutamente deprimente, entendemos mejor que la trama de Les disparues de la gare se haya centrado en las víctimas, sus familiares y los policías que tratan de poner un poco de orden en el caos.
Con la cantidad de cosas que se cuelgan a diario en las plataformas, es poco probable que esta miniserie logre captar la atención de una audiencia amplia, pero los que la descubran encontrarán una diferente vuelta de tuerca al manido asunto de los asesinos en serie, bien escrita, bien interpretada y dirigida con un ritmo pausado, que no moroso, que se adecúa perfectamente a una investigación que duró dos décadas.
El rodaje, por cierto, fue complicado. Aunque una mínima parte de la población de Perpiñán se alegró al ver su ciudad en una serie de difusión internacional (gracias a Disney Plus), fueron más los que manifestaron su hostilidad hacia una producción que les traía muy malos recuerdos, los de esa estación de tren que dejó de ser el centro del universo para convertirse en el escenario de unos crímenes abominables.
