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Llegaron juntas al mundo y juntas se fueron hace unos días, a los 89 años de edad, recurriendo al suicidio asistido. Las gemelas Alice y Ellen Kessler (Nerchau, Sajonia, 1936) vivieron juntas toda la vida, nunca se casaron, no tuvieron hijos y, según como se mire, siempre me han recordado un poco a los cirujanos gemelos a los que interpretaba Jeremy Irons en la película de David Cronenberg Dead ringers (Inseparables), aunque en una versión más risueña y mucho menos siniestra.

Supongo que ya casi nadie en España se acuerda de las hermanas Kessler, pero hubo una época (mediados de los años 60) en la que eran una presencia habitual en los programas de variedades de TVE que solía presentar aquel afable señor vienés que atendía por Franz Joham y que, por cierto, hacía las delicias de mi abuela, que se había enganchado a sus canciones chuscas, chistes malos y salero austríaco durante la postguerra, cuando el hombre formaba parte de una compañía de revista (fina, sin chicha y sin groserías) llamada Los Vieneses, que triunfó a lo grande en Barcelona (de ahí salieron también titanes del entretenimiento de los 60 como el realizador Artur Kaps, el actor Gustavo Re y la ventrílocua Herta Frankel).

Las gemelas Kessler fotografiadas en la revista italiana TV Sorrisi e Canzoni en 1965. WIKIPEDIA

Las gemelas Kessler eran muy altas y tenían las piernas muy largas. Cantaban, bailaban y, sobre todo, sonreían mucho. A mi abuela le encantaban. Y a mí también: dos mujeres igual de guapas y simpáticas que alegraban la cenicienta programación de la televisión franquista.

Casi me había olvidado de ellas cuando me enteré de su doble suicidio (o eutanasia), y lo encontré extrañamente poético. No sé si se cogieron de la mano para el viaje final, ni en qué pensaron durante sus últimos minutos, pero llevaron al extremo su gemelidad, abandonando ese mundo al que también habían llegado juntas.

Programa de variedades

Nacidas en la Alemania Oriental, las Kessler se fugaron al oeste en 1952 con sus padres, aprovechando un visado de turista. Como llevaban bailando desde los seis años, se colocaron rápidamente en el Palladium de Dusseldorf, y entre 1955 y 1960 se instalaron en París, formando parte del espectáculo del Lido, donde conocieron a Elvis Presley, que corría por la Ville Lumiere.

Ese mismo año representaron a Alemania en el festival de Eurovisión con la canción Heute abend wollen wir tanzen geh´n (Esta noche queremos bailar), quedando en un honrosísimo noveno puesto, como diría el llorado José Luís Uribarri.

Previamente, en 1962, estuvieron en Italia, donde presentaron el programa de variedades de la RAI Studio Uno (a los cuarenta años, por cierto, salieron en portada del Playboy italiano, que fue el más vendido en toda la historia de la publicación). También cruzaron el charco, y en Estados Unidos aparecieron en los shows de Red Skelton y Ed Sullivan. Y, de vez en cuando, caían por aquí a visitar a Franz Joham.

Promesas de la otredad

Las gemelas participaron en varias películas, pero casi siempre en papeles decorativos (eran ideales para el peplum). Lamentando decepcionar a los que preferirían que las hermanitas mantuviesen una relación tan malsana como la de Joan Crawford y Bette Davis en Qué fue de Baby Janes, debo decir que, aunque nunca se casaron, protagonizaron sendos romances: Ellen, con el actor italiano Umberto Orsini; Alice, con el cantante francés Marcel Aumont (otro que también se dejaba caer por los programas de variedades de TVE) y el actor italiano Enrico Maria Salerno.

Las gemelas Kessler / HARALD BISCHOFF / WIKIPEDIA

Siempre me ha fascinado la vida de los gemelos idénticos. Aunque se diga que todos tenemos un doble en algún lugar del mundo (teoría del doppelganger), tiene que ser muy peculiar crecer con alguien que es clavado a ti. Mucho se ha escrito sobre los extraños poderes de los gemelos, o sobre la locura que los acecha (una vez más, Inseparables, que estaba basada en una historia real), pero, en el caso de las Kessler, todo parece indicar que su vínculo era más fuerte que cualquier otro.

Desaparecidos mi abuela y Franz Joham, las gemelas Kessler eran los últimos testigos vivos de mi infancia, también desaparecida. Con su muerte voluntaria, he vuelto por unos instantes al salón del piso de mis padres en la plaza del doctor Letamendi, sentado junto a mi abuelita, que sonreía ante la última e inofensiva gansada de su ídolo vienés, poco antes de que aparecieran las gemelas teutonas con sus piernas interminables y sus sonrisas deslumbrantes, heraldos de las mejores promesas de la otredad.