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El sector audiovisual alemán suele recurrir con cierta frecuencia al escritor Ferdinand Von Schirach (Munich, 1964), un leguleyo reciclado en literato cuya obra publica en España la editorial Salamandra (su próximo libro, Café y cigarrillos, aparecerá en enero del mes que viene y pienso hacerme con él ipso facto, pues estoy enganchado a las novelas y, sobre todo, los cuentos de este buen señor desde que leí su primer volumen de relatos, Crimen (2009), basados en casos con los que se había topado cuando ejercía de abogado).

Se trate de adaptaciones o de guiones originales, las cosas del señor Von Schirach suelen aparecer por Filmin: Enemigos, Castigo, La acusación…Thrillers secos y estoicos que, como los libros del abogado literato, practican un sistema de narración entre la más austera descripción de los hechos y la frialdad de un informe policial, consiguiendo, a pesar de ello, despertar la empatía del lector, a quien se deja bien claro desde el principio que el autor no está para sensiblerías ni para sentimentalismos.

Cruce de acusaciones (2024), dirigida por Matti Geschonneck, es la última película escrita por Von Schirach que llega a la parrilla de Filmin. Es una película excelente, pero no es fácil ni para todo tipo de públicos. Ayuda mucho, para disfrutarla, haber leído antes los libros de nuestro hombre y, muy especialmente, su única obra de teatro, Terror (2019, nunca representada en España), pues plantea, al igual que Cruce de acusaciones, una cuestión moral en forma de juicio que convierte al espectador en el hipotético miembro de un jurado.

Por venganza

Si en Terror la cosa giraba en torno a la necesidad, o no, de eliminar a unos pocos seres humanos para salvar a un número mucho mayor, Cruce de acusaciones aborda la presunta violación de una mujer por su amante de los últimos cuatro años, delito que no todo el mundo se toma en serio.

Imagen de 'Cruce de acusaciones' FILMIN

¿Una violación después de cuatro años de relaciones adúlteras? Lo habían dejado correr, se encontraron por casualidad, fueron a tomar una copa, acabaron en una habitación de hotel, intercambiaron fluidos…Pero no había posibilidad de reconciliación: ambos habían decidido que querían quedarse con su pareja y sus hijos. ¿Por qué no interrumpió él la penetración cuando ella se lo llegó a pedir hasta cuatro veces?

Sí, ella, Katharina (Ina Weisse) podría haberse separado de él, Christian (Godehard Giese), de la peor manera posible, ciscándose en sus muertos y no volviendo a verlo en su vida. Pero prefirió denunciarlo y llevarlo a juicio, aunque eso precipitara el divorcio de ambos y los propulsara a la prensa de cotilleos, dadas sus respectivas condiciones de presentadora de televisión y empresario de éxito. ¿Por qué? Según Katharina, por justicia. Según Christian, por venganza.

Meter la para en los asuntos del corazón

¿Quién dejó a quién? ¿Ella a él, como dice Katharina? ¿El a ella, como sostiene Christian? No les voy a decir si aquí se impone la justicia o la venganza, aunque el miedo al spoiler no es lo más importante de esta puesta en escena judicial. Aquí lo medular es una despiadada reflexión sobre el amor y los peligros a los que puede exponernos. Todo explicado con la tradicional seriedad, austeridad y profunda seriedad moral que distingue a todas las ficciones del autor alemán, trátese de relatos, novelas (hasta el momento, su faceta menos lograda) o teatro.

Desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, Cruce de acusaciones solo es la filmación de un juicio, pero resulta más que suficiente como narración gracias a unos diálogos excelentes y un eficaz racionamiento de la información: magistral monólogo final de Christian, que no ha abierto la boca en todo el proceso, delegándolo todo en su abogada, un monólogo que puede abrir definitivamente los ojos al espectador que opte por creérselo, aunque vaya en dirección contraria de la versión más radical del Me too y pueda irritar a todas las Pam del feminismo energúmeno.

No es esta una historia de mujeres buenas y hombres malos. No es una película para dogmáticos. Solo es una reflexión acerca de cómo podemos llegar a meter la pata en los asuntos del corazón y la entrepierna. Explicada con esa impecable seriedad moral que caracteriza todo lo que escribe el señor Von Schirach, al que yo creo que se le puede perdonar que su abuelo, Baldur Von Schirach, fuese años ha el jefe de las juventudes hitlerianas: un humanista no tiene la culpa de sus orígenes.