En 1999 Steve McQueen ganó el prestigioso Premio Turner, que han recibido la práctica totalidad de las luminarias del arte británico contemporáneo, desde Anish Kapoor a Damien Hirst, pasando por Gilbert & George, Richard Long, Tony Cragg o Anthony Gormley. Que no cunda el pánico, el articulista no ha enloquecido: no les estoy hablando del fallecido mito de Hollywood, sino del Steve McQueen londinense y de ascendencia afrocaribeña, que desde el mundo del arte dio el salto al cine y ahora estrena Blitz. En su etapa de artista plástico, el McQueen londinense ya utilizaba las películas como medio expresivo: ganó el Turner con un corto mudo y en blanco y negro de cuatro minutos titulado Deadpan, en el que replicaba una escena genial de Buster Keaton, aquella en la que le cae encima la fachada de madera de una casa, pero salva el pellejo porque está plantado justo donde está el hueco de una ventana.
Dato curioso: hay al menos dos cineastas surgidos de los premios Turner. La otra es Sam Taylor-Wood, que quedó finalista -junto con la gran Tacita Dean- en 1998, en la convocatoria que ganó Chris Ofili, otro artista británico negro, en este caso de ascendencia nigeriana. La carrera como directora de Taylor-Wood no es tan brillante como la de McQueen; es autora de Nowhere Boy, sobre la adolescencia de Lennon, la infumable Cincuenta sombras de Grey y el tramposo biopic de Amy Winehouse Back to Black. En cuanto a McQueen, el año en que ganó con Deadpan, la obra más comentada no fue la suya, sino la de la finalista Tracey Emin, que había presentado esa pieza punk llamada Mi cama, que consistía en eso, su cama deshecha y rodeada de objetos varios por el suelo (está expuesta en la Tate Britain).
Steve McQueen dio el salto al cine con dos títulos que exploraban los límites del cuerpo humano: Hunger, sobre la huelga de hambre de los presos del IRA de 1981, y Shame, sobre un adicto al sexo (ambas protagonizadas por un entregado Michael Fassbender). En ellos demostraba una contundencia en sus planteamientos y una seguridad en la puesta en escena que lo situaron como un nuevo valor al que seguir con atención. Confirmó las expectativas con 12 años de esclavitud, con la que ganó el Oscar a mejor película y en la que introducía el tema racial, muy importante para él. Su siguiente cinta, el solvente thriller Viudas parecía colocarlo ya asentado con comodidad en el cine mainstream, debidamente apaciguadas sus veleidades viscerales y experimentales.
Sin embargo, se embarcó entonces en un proyecto televisivo muy ambicioso, Small Axe (pudo verse en Movistar+), compuesto por cinco largometrajes independientes, conectados por su ambientación en un barrio afrocaribeño londinense entre las décadas de 1960 y 1980. Entre ellos destaca el titulado El Mangrove. Su siguiente proyecto, presentado el año pasado, es todavía más radical y con él parecía volver a sus orígenes de artista de vanguardia: Occupied City (puede verse en Filmin) es un documental de algo más de cuatro horas, que traza un mapa urbano y humano mediante la combinación de imágenes actuales de Ámsterdam con filmaciones históricas de la época de la ocupación nazi, a partir de un guion de la esposa de McQueen, la escritora y documentalista holandesa Bianca Stigter.
Llega ahora Blitz, un regreso al formato de largometraje de ficción que cuenta una historia de forma lineal. Está producido por Apple Original Films, en otros países ha tenido un breve estreno en salas previo a su paso a la plataforma, pero en España se estrena este viernes directamente en Apple TV +.
Lo que cuenta la película es la odisea de un niño que durante el blitz es enviado desde Londres al campo en un contingente de menores evacuados, pero decide regresar con su madre, salta del tren y regresa a la ciudad por su cuenta, Lo cual dará pie a una aventura que encadena episodios en los que tendrá encuentros agradables y muy desagradables que lo confrontarán con las realidades de la vida adulta. La singularidad del protagonista -al que da vida con un arrojo admirable el debutante Elliot Hefferman, que tenía ocho años en el momento de la filmación- es que es mulato. De madre inglesa que lo ha criado sola y padre caribeño, originario de la isla de Granada, que fue expulsado de Inglaterra. Este detalle pone el tema del racismo en primer plano y convierte al largometraje en una propuesta diferente a otras visiones de este mismo periodo histórico.
Algunos críticos ceñudos y refunfuñones han lamentado que McQueen se muestre aquí más blandito de lo habitual, lo cual es una acusación tirando a idiota. Por un lado, porque el cineasta sigue demostrando una capacidad deslumbrante para transmitir sensaciones perturbadoras. Tanto por el uso de las imágenes como del sonido, son sobrecogedoras las escenas de los incendios producidos por las bombas alemanas y es impresionante la secuencia en la que una estación del metro se inunda porque se han roto las conducciones del agua, creando una situación angustiante entre quienes allí se han refugiado; es un privilegio ver la película en pantalla de cine, mucho más adecuada que la televisiva para disfrutar de la espectacularidad de estos momentos.
Al tratarse de una cinta protagonizada por un niño, el director ha querido hacer no una cinta infantil, pero sí que pudieran ver los menores de edad, de modo que se ha adecuado para que fuera apta a partir de doce años. Con esta jugada rinde homenaje a la histórica Children’s Film Foundation, una venerable institución británica que desde 1951 se empeñó en producir películas de calidad para público infantil y en cuyo catálogo figuran joyas como varias aventuras de Los cinco de Enid Blyton, que forman parte de la memoria sentimental de los ingleses. Además, el largometraje de McQueen tiene una clara inspiración dickensiana y su joven héroe presenta muchos puntos en común con los personajes del escritor británico. Incluso hay un tramo en el que es secuestrado por una banda de delincuentes que remite de forma diáfana a Oliver Twist.
La película desarrolla en paralelo dos tramas, la del chaval que trata de regresar a casa y la de la madre, desesperada al enterarse de que su hijo ha desaparecido. A la madre la interpreta con eficacia y sensibilidad Saoirse Ronan, que dota de humanidad a esta mujer que trabaja en una fábrica de armamento y trata de abrirse paso como cantante. Y atención al abuelo pianista al que da vida el veterano Paul Weller, líder de The Jam y The Style Council.
Blitz nos regala algunos momentos antológicos, como el encuentro del niño en un tren de mercancías con unos hermanos que también se han escapado; la noche que pasa acompañando por Londres a el guardia nocturno nigeriano que lo rescata en una galería y un par de situaciones en que obligado por la banda de delincuentes que lo ha secuestrado tiene que robar en una joyería bombardeada que amenaza con derrumbarse y en un club nocturno repleto de cadáveres.
La única pega que puede ponérsele a la película es un tramo final demasiado precipitado, que desemboca en un agridulce reencuentro. Sin embargo, por encima de este desajuste, el viaje iniciático que propone le sirve a MacQueen para mostrar cómo las situaciones extremas de la guerra sacan lo mejor y lo peor del ser humano.