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Georges Perec escribió un libro que era una casa. La vida instrucciones de uso, una novela contenedor de muchas novelas, tiene la estructura de un edificio cuyos moradores protagonizan la sucesión de historias. Dejándonos arrastrar por el orgullo patrio, podríamos reivindicar que la idea ya la había tenido antes Francisco Ibáñez con 13, rue del Percebe. Hace unos meses Errata Naturae ha publicado 209 Rue Saint-Maur, París de Ruth Zylberman, cuyo subtítulo es: Autobiografía de un edificio. Y eso es lo que cuenta: desde su construcción en 1850 hasta las vidas de quienes lo habitaron. 

Abundan en los libros las casas que son algo más que un mero escenario, pensemos sin ir más lejos en la literatura neogótica inglesa en la que la arquitectura es un elemento esencial del terror. También en las películas hay casas que configuran las historias que se narran. A este asunto ha dedicado Amelia Pérez del Villar el muy interesante ensayo Domus Aurea. Las casas de la vida, la literatura y el cine (Fórcola), repleto de información y sugestivas reflexiones. Partiendo de esta obra, les propongo un recorrido por diez casas icónicas de la pantalla. 

Manderley

Manderley

“Anoche soñé que volvía a Manderley”. Es uno de los arranques novelísticos más célebres y poderosos de la historia de la literatura. Rebeca de Daphne du Maurier fue llevada al cine por Alfred Hitchcock que lleva a cabo un deslumbrante ejercicio visual con el espacio para transmitir al espectador la opresiva presencia de la mansión para la recién llegada segunda esposa de De Winter. Recordemos que la Rebeca del título no es la protagonista, sino la primera esposa muerta, el fantasma omnipresente. Manderley conecta con la tradición literaria neogótica y tardorromántica – la que va de Walpole a las Bronte- de mansiones británicas llenas de secretos, acaso pecados, y habitaciones prohibidas que representan el tabú. Es un lugar real, pero también fastasmático. A un tiempo realidad y mito. Como Tara en Lo que el viento se llevó, imagen de un esplendor perdido, de los ensueños de un pasado que acaso nunca existió como tal. 

Vista de los jardines de Castle Howard

Brideshead

Cuando el iconoclasta Evelyn Waugh entró en la mediana edad y se hizo conservador, escribió Retorno a Brideshead, una oda al perdido esplendor británico de los gentlemen farmer y la rancia nobleza. La novela se convirtió en una serie mítica -que lanzó al estrellato a Jeremy Irons- y décadas después en una película menos relevante. La mansión que ocupa el centro de la historia representa el paraíso aristocrático ajeno al mundanal ruido, un mundo en extinción al que es invitado como un intruso el descendiente de la burguesía urbana al que interpreta Irons. Brideshead es la quintaesencia del cliché de la campiña británica de postal y sus country houses (palacios en un entorno rural). Se ha replicado infinidad de veces: de Robert Altman en Gosford Park a la serie Dontown Abbey; de las novelas de Agatha Christie a Lo que queda del día de Ishiguro. Saltburn presentó una versión ingeniosamente retorcida de este cuento de hadas. Brideshead construye un imaginario de ficción que parte de un imaginario real: la mansión no era un decorado, existe, se llama Castle Howard, es del siglo XVIII, está en Yorkshire y puede visitarse. 

Vista de Xanadú, la mansión de 'Ciudadano Kane'

Xanadú

La mansión de Ciudadano Kane, inspirada en la del magnate Hearst. Situada en lo alto de una colina, vedada al común de los mortales y provista hasta de un zoo privado, es presentada al inicio de la película. El enorme edificio, en cuyas entrañas se almacenan obras de arte compradas por todo el mundo, es a un tiempo la ostentación del poder y el escenario de la reclusión y la soledad. Kane el todopoderoso vive allí cada vez más aislado y más alejado de la realidad. Xanadú magnifica su triunfo social pero también su infelicidad. Kane, como el Gatsby de Fitzgerald tiene un secreto, una herida abierta. Su mansión es una moneda con dos caras: esplendor y miseria, majestuosidad y desolación, palacio y cárcel. 

'Villa Malaparte', de Adalberto Libera

Villa Malaparte

Una arquitectura única: la casa se adapta a un saliente de la isla de Capri sobre el que se alza. El acceso es complicado y solo se puede hacer a pie o por mar. La encargó en 1937 el escritor Curzio Malaparte al gran arquitecto vanguardista, futurista y fascista Adalberto Libera. Aunque todo apunta a que, descontento con los planos, la acabó diseñando él mismo y construyéndola con ayuda de albañiles locales. Visualmente lo más destacable es la amplia escalinata que da acceso a la gran terraza en el techo del edificio. Jean-Luc Godard la utilizó en Le Mépris. Allí rodaba un viejo cineasta -interpretado por Fritz Lang- una versión moderna de la Odisea homérica, con Brigitte Bardot como estrella. La película no sería la misma sin la presencia de este edificio extraordinario. 

Villa Arpel

Villa Arpel

Otra villa vanguardista, pero en este caso de pura ficción, creada por el propio Jacques Tati para Mi tío, como una crítica a la frialdad inhumana de la arquitectura moderna. La casa -imitando a las de Le Corbusier y la Bauhaus- es geométrica, de ángulos rectos, nada acogedora para sus moradores. Lo mismo sucede con el estrambótico mobiliario, también ideado por el cineasta. Además, todo está automatizado y nada funciona como debería: el edificio se rebela y cobra vida propia. Tati, conservador y tradicionalista, contrapone esta vivienda ultramoderna del ostentoso marido de la hermana de Monsieur Hulot con la vieja casa parisina -destartalada, pero acogedora- en el que vive él. El discurso arquitectónico de Mi tío lo repitió con las modernas oficinas en Playtime. 

'Chemosfere' de John Lautner

Chemosfere

Un edificio singularísimo diseñado por John Lautner en 1960, en el Valle de San Fernando, muy cerca de Mullholland Drive. El reto era aprovechar un terreno en pendiente y de difícil acceso, para adaptarse al cual el arquitecto optó por elevar la casa sobre un pilar y le dio una forma esférica con aires de ovni. Lautner es el más vistoso de los arquitectos vanguardistas de California y este edificio es su obra más conocida. Ha aparecido en varias series de televisión y en Doble cuerpo de Brian de Palma. El protagonista se aloja durante un tiempo allí y se dedica a espiar como un voyeur a una vecina, mientras que también él es observado. La película es un pastiche de varios clásicos hitchcockianos -de La ventana indiscreta a Vértigo- y esa singular casa muy expuesta en todos sus ángulos representa la imposible intimidad. Otro edificio de Lautner, la Casa Elrod en Palm Springs, es el vistoso decorado de una célebre pelea de James Bond contra varias féminas en Diamantes para la eternidad. 

Casa Bates

Casa Bates

Construida en los terrenos de los estudios Universal, la Casa Bates tutela amenazadora desde lo alto de la colina el Motel Bates. Es la casa en la que Norman mantiene el cadáver de su madre, el teatro de sus perversas fantasías, la casa de la que no puede escapar aunque salga de ella. Frente al más moderno motel, ese edificio tiene un aire gótico. Su iconografía conecta con los caserones del cine de terror clásico. Está inspirada, según todos los indicios, por la Casa junto a la vía del tren de Edward Hopper, un pintor cuyo imaginario visual ha ejercido enorme influencia en el cine. 

Amityville House

Amityville House

La casa embrujada por antonomasia. La real estaba en el 112 de Ocean Avenue de Amityville, en el estado de Nueva York. En ella, en 1974, el hijo de 23 años de la familia DeFeo asesinó a sus padres y a sus cuatro hermanos. El abogado que lo defendió alegó que unas voces malignas le ordenaron cometer el crimen y así nació la leyenda de la casa habitada por presencias oscuras del pasado. Saltó al cine en 1979 en Terror en Amytiville de Stuart Rosenberg. Ha dado pie a documentales e infinidad de secuelas. Las casas con fantasmas abundan en la pantalla, normalmente siguiendo el patrón de que se trata de almas en pena porque allí sucedió algo terrible. Un jovencísimo Bayona jugó esta carta en su debut con El orfanato. Y en versión zombi-satánica, Jaume Balagueró y Paco Plaza trasladaron el tema a un edificio del Eixample barcelonés, en plena Rambla Cataluña en REC. 

Imagen de la fiesta celebrada en el Overlook Hotel

Hotel Overlook

El resplandor está protagonizada por un novelista bloqueado con problemas con la bebida, que se aísla con su familia en el Hotel Overlook. El hotel está inspirado en uno real en el que Stephen King pasó una temporada: el Stanley en Colorado, con leyenda de presencia de una pianista fantasmal, esposa del antiguo propietario. Kubrick lo trasladó al cine en una versión portentosa que King siempre ha detestado. El hotel y su laberinto adyacente se convierten en escenario real y mental del descenso a la locura de Jack Torrance. 

Cartel de 'El quimérico inquilino', de Polanski

La trilogía de los apartamentos

Tal vez sea Polanski el cineasta que más a fondo ha explorado las posibilidades del horror psicológico a partir de una casa. Lo hizo en la llamada trilogía de los apartamentos, que forman Repulsión, La semilla del diablo y El quimérico inquilino, a las que podría añadirse Callejón sin salida, con ese castillo que queda aislado cuando sube la marea y en el que una retorcida pareja y un gánster en fuga despliegan sus juegos sadomasoquistas con aires de absurdo beckettiano. Las tres obras de la trilogía crean espacios claustrofóbicos que desencadena algún tipo de psicosis. La semilla del diablo tira de la presencia diabólica con una mujer acorralada por una secta; El quimérico inquilino -protagonizada por el propio Polanski, a partir de un texto de Topor- desarrolla la idea de un lugar impregnado de la presencia de un antiguo inquilino que acaba poseyendo al nuevo. Pero es sin duda Repulsión, con su enfermiza plasmación de la paranoia y la angustia sexual la que va más lejos en el trabajo espacial. El cineasta forja una de las imágenes imborrables de la historia del cine: aquella en la que Catherine Deneuve avanza por un sombrío pasillo de cuyas paredes emergen manos que tratan de agarrarla.