Ramón de España

El pasado día 17 de septiembre se celebró (o lo celebramos algunos) un nuevo aniversario del gran Hiram King Williams, en arte Hank Williams (Mount Olive, Alabama, 1923 – Oak Hill, Virginia Occidental, 1953), figura esencial de la música country con fundamento (que diría Arguiñano), hillbilly de luxe (nada que ver con el secuaz de Donald Trump J. D. Vance, a quien se conoce con el alias de hillbilly vanilli por las trolas sobre su origen social, aunque puede que él, siguiendo el ejemplo de su jefe, las considere verdades alternativas) y precursor involuntario del rock & roll, como reconocerá cualquiera que haya oído la versión acelerada y casi punk que hizo Elvis Costello de su canción Why don´t you love me, incluida en el disco Almost blue.

Coincidiendo con este último aniversario del nacimiento de Hank, Movistar ha colgado en su archivo la biopic del 2015 I saw the light (aquí rebautizada como Hank Williams, una voz a la deriva, título un tanto melodramático, pero innegablemente descriptivo, ya que la existencia de nuestro héroe fue complicada, errática y propensa a la catástrofe), escrita y dirigida por Marc Abraham, un tipo que ha trabajado principalmente como productor y productor ejecutivo y que solo ha dirigido otra película, Flash of genius (2008). Tras ver I saw the light, uno se queda con la impresión de que al señor Abraham no le ha llamado Dios ni para la dirección cinematográfica ni para la escritura de guiones, dada la rutinaria puesta en práctica de la primera y los agujeros modelo Gruyere que se aprecian en el libreto, que solo funciona a ratos. Afortunadamente, el protagonista, el inglés Tom Hiddleston, está estupendo en el rol de Williams: se le parece físicamente, reproduce a la perfección sus movimientos en el escenario (captados en las escasas filmaciones en blanco y negro que se conservan del difunto) y, sobre todo, clava la manera de cantar de Hank, cuyos temas interpreta de manera admirable. De hecho, I saw the light se mantiene más o menos en pie gracias a él.

Imagen de la película

Me temo que Hank Williams, una voz a la deriva es un largometraje absolutamente prescindible para cualquiera que no aprecie la música del añorado hillbilly de luxe (o sea, algo así como el 99% de la población española). Para los fans de Hank, eso sí, es de visión obligatoria. Más que nada porque nos recuerda todo lo que ese hombre fue capaz de componer y grabar durante los últimos seis años de su triste vida y porque nos acerca, aunque de una manera incompleta y desenfocada, a esa personalidad depresiva que siempre lo mantuvo alejado de la imagen tradicional del alegre cowboy a lo Roy Rogers o Gene Autry. “Todo el mundo tiene un lado oscuro”, dice Hiddleston en un momento de la película, “Conmigo lo satisfacen y se van a casa más tranquilos”. Realizarse por vía vicaria no empezó con aquellos fans de Lou Reed que no probaban las drogas, pero se emocionaban oyéndole cantar Heroin.

Enérgumeno insoportable

Criado prácticamente sin padre (el hombre volvió hecho polvo de la Primera Guerra Mundial y se tiró un montón de años hospitalizado), Hank tuvo una madre, Millie, que no se diferenciaba mucho de la Anna Magnani de Bellísima o de esas progenitoras de folklórica que tanto han abundado siempre en nuestro país. Obcecada porque su niño triunfara en la música tradicional, Millie le hacía de chófer en el camino hacia sus actuaciones, le recordaba constantemente que lo más importante de la vida es el éxito y trataba, sin mucha fortuna, de mantenerle apartado de las chicas con las que se cruzaba, a las que solía seducir para darse cuenta después de que no sabía qué hacer con ellas (ni consigo mismo).

Además de pechar con su señora madre, nuestro hombre tuvo que hacerlo con una primera esposa, Audrey (Elizabeth Olsen en la película), que pretendía triunfar a su sombra como cantante, aunque lo hacía fatal; con una espina bífida oculta que le causaba unos tremendos dolores de espalda; con una propensión al alcoholismo de aúpa; con unos cambios de humor capaces de convertir a un tipo encantador en un energúmeno insoportable, sobre todo si estaba bebido, que era casi siempre; y con un médico sin título que lo inflaba a pastillas, como el de Michael Jackson y sus recetas de Propofol en cantidades industriales, y que yo diría que algo tuvo que ver con el infarto que se llevó por delante a Williams a los 29 años, cuando el conductor del coche que lo trasladaba a un concierto en Canton, Ohio, se lo encontró muerto en el asiento de atrás.

Respeto y admiración

Al igual que Buddy Holly, Hank Williams dispuso de muy poco tiempo para cantar y componer. Y también como el chico de Lubbock, Texas, se las apañó para fabricar un montón de material, alternando lo festivo con lo melancólico (destacando especialmente en este segundo registro). Por mucho que las haya escuchado, canciones como Your cheatin heart (hay una versión espléndida de Keith Richards, por cierto), Wedding bells, My son calls another man daddy o la falsamente redentora I saw the light siguen poniéndome los pelos de punta cada vez que vuelvo a ellas. Había en el lado oscuro de Hank algo muy profundo y emotivo que sobrepasaba las fronteras de la música country para llegar a un público más amplio, lo que prueba el respeto y la admiración que han sentido por él gente como Bob Dylan, Leonard Cohen o los Rolling Stones, que cuando flirtean con el country-folk (pensemos en Wild roses, Dead flowers o Faraway eyes) se lo deben todo al señor Williams. En cuanto a transmitir sentimientos en un entorno hillbilly, yo diría que en su época solo Patsy Cline y Faron Young estuvieron a su altura.

Es una lástima que no lo esté la biopic del bienintencionado, pero torpe Marc Abraham. La película fue un fracaso en Estados Unidos (destacó a la hora de ponerla verde el nieto del difunto, Hank Williams III, curioso personaje que practicaba un peculiar country-punk hasta que le perdí la pista) y nunca se estrenó en España, donde no llegó ni a los videoclubs. Mi agradecimiento personal a Movistar por haberla incluido en su oferta y mi admiración a Tom Hiddleston por haberme hecho sentir cerca de Hank Williams, pese a la falta de talento de su guionista y director. En cualquier caso, si I saw the light sirve para descubrir a un músico tan cargado de talento como de problemas, bienvenida sea. Y feliz cumpleaños, Hank, donde quiera que estés.